¿Línea directa con Dios?
¿Línea directa con Dios?
Buscar a Dios es caminar en dirección al otro
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Comunicación es algo más que un conjunto de datos trasladados por diversos medios. La comunicación concretiza un proceso de reconocimiento mutuo, de interacción e integración entre las personas, de vidas compartidas. Por eso, la verdadera comunicación, que no es aquella de la tecnología y de la simultaneidad, de los bits transmidos en línea, supone tiempo, espera, paciencia, convivencia. La comunicación verdadera es una aproximación y un hermanamiento crecientes entre las personas. Es un proceso de amorización. Todos los involucrados se ganan unos a otros. Se aprenden mutuamente. Conviven.
¿Cómo pensar, entonces, la comunicación verdadera, alternativa a la inmediatez de la información que transita, vía cibernética, en segundos, por el mundo, cuando se comunican los acontecimientos trágicos, el cambio de las principales monedas, la estupidez de las intervenciones violentas que los seres humanos practican unos contra los otros o contra el medio ambiente? ¿Y cómo pensar la comunicación verdadera y alternativa con lo transcendente, con nuestro Dios amoroso y carñoso?
Algunos ya hemos comprendido que no hay comunicaión auténtica con Dios cuando nos distanciamos de los otros, de la pobreza, de la desigualdad, de las muchas separaciones que marcan la vida en este comienzo del siglo XXI. Más que nunca, vemos que la Humanidad llega a una etapa crítica de la vida en sociedad capitalista. Vemos seres humanos que están siendo usados como medio para llegar a algún lugar, a alguna posición, en nombre de intereses suyos o de sus grupos. El sentimiento que brota y domina no es fraternal, amoroso y gratuito, sino desconfiado y egoísta.
Observamos que una de las imágenes de Dios que más viene siendo difundida es aquella con la que se mantiene una relación materializada, o sea, basada en intereses personales y en el intercambio de favores. Dentro de esa lógica, la comunicación con Dios está pensada sólo para beneficio propio. Muchas veces se busca la comunicación con Dios pensando sólo en efectos inmediatistas. Esa búsqueda es la imagen de la relación del ser humano actual con su prójimo. De esta forma se olvida el camino que Jesús abrió, al llamar continuamente a las personas a bucar el amor, la justicia y la paz en la Tierra, transformando la relación con el prójimo, y principalmente con el prójimo oprimido. Él llamaba a cada uno a descubrir y a ejercitar el sentimiento de hermandad con el otro, descubriendo en cada rostro el rostro divino.
Nos damos cuenta de que la religión es un espacio en el que se abre la posibilidad del contacto con Dios, pero al mismo tiempo es un espacio en el que se dan muchas contradicciones. El filósofo Martín Buber dice, en su famosa obra «Yo y Tú», que «todo espíritu auténtico siente la necesidad de la religión. No es que necesite doctrinas o recetas, sino una relación común con Dios, por parte de seres humanos que en esta relación se encuentran y se salvan mutuamente». Ésa es la fuerza que deberíamos sentir cuando pensamos y actuamos en la perspectiva religiosa del contacto con Dios. Pero, al contrario, vemos cómo las religiones se han apartado históricamente de la que sería su vocación fundamental, sus principios fundantes, para, desafortunadamente, comprometerse con las relaciones de poder en la sociedad, incurriendo en contradicciones radicales.
Los hombres y mujeres de hoy participan de un sentimiento que impide la relación directa con el otro, y consecuentemente la relación verdadera con Dios; ese sentimiento es el egoísmo -la preocupación excesiva por sí mismo- que observamos claramente con las exacerbadas apologías al cuerpo, al consumo irracional, a una individualización exagerada... junto a la naturalización y banalización de la «miseria de al lado».
El deseo vital que el ser humano tiene de Dios, se vuelve frágil. La contradicción mayor se expresa en una búsqueda de Dios que no busca al ser humano. De esa forma surge el alejamiento entre el ser humano y Dios, que llega a hacer imposible la relación entre ambos. O ser humano busca a Dios, pero es incapaz de reconocerlo en una piel miserable, una piel enferma, una piel oscura, una piel excluida. Disociamos a Dios de la condición humana. Si por un lado nuestro arbitrio es el mayor responsable de nuestras tragedias y sufrimientos, por otro nos rescatamos en otras construcciones históricas cuando aprendemos a descifrar los signos de su Reino.
Así, el ser humano va caminando hacia dimensiones frágiles de la existencia, pues al empobrecer su capacidad de amar a Dios, reprime su capacidad de querer comunidad, que es la unión verdadera y gratuita entre hombres y mujeres. El ser humano se encamina hacia el contacto que quiere experimentar pero no vivenciar, un contacto efímero, frágil y sometido a valores que, en vez de afirmar y fortalecer una «línea directa con Dios», niegan esta relación transcendente y esencial.
Como contrapunto al Dios desvinculado de la Historia, de la Tierra y de los Seres humanos, se busca una experiencia con Dios a través de las relaciones entre los seres humanos, en la lucha por la Vida para todos y en su reproducción. La primera forma de contacto con Él se concretiza, sobre todo en el compromiso con los desarrapados del mundo, los miserables de la tierra, que viven de esa forma, no por opción, ni porque Dios así lo quiso, sino por haber sido víctimcas de un proceso de empobrecimiento que ha tenido lugar a lo largo de la historia. Para que de hecho se profundice esta experiencia de Él, se hace necesario no sólo luchar a favor de aquellos a quienes fue negada la vida, sino junto con ellos, hacia la liberación integral del ser humano, liberación de una compleja red de opresiones.
En esta última concepción se puede percibir una comunicación con Dios que se materializa en la historia, y que no es algo estático, toda vez que se adecúa a las diferentres realidades y necesidades sociales y espirituales, aunque sin perder de vista el fin último de ese contacto con Dios que es la Vida.
Para que la vida sea celebrada, hoy, más que nunca, el ser humano debe tratar de involucrarse, sentirse parte. Tiene que desvincularse de ese modelo de imagen individualizada y mecanizada que el sistema capitalisa crea. Y buscar el afecto, la justicia y la paz en las relaciones, en todo momento. El desafío es esa búsqueda de lo nuevo en la Tierra, esa búsqueda de espiritualidad en el conflicto y del conflicto.
Pablo, utiliza una expresión muy interesante: «No se conformen ustedes con este mundo... transfórmense» (Rom 12). Hoy existen personas que por diferentes caminos buscan esa transformación. Una transformación que no encaja en una teoría predefinida, sino en un contexto de luchas diversas, que antes que nada quiere amor, fraternidad, gratuidad. Y que tiene conciencia de que debe comenzar dentro de cada uno/a y exteriorizarse en acciones cotidianas.
Sabemos que la comunicación con Dios ha de ser buscada a través del prójimo, en espíritu de servicio y gratitud. El apoyo de la oración como comunicación con Dios se hace alternativa y genera en nosotros la alternativa capaz de impulsar acciones y cambios en el mundo para construir el Reino de Dios en la Tierra. En esta perspectiva, en cada acto y en cada contacto buscamos una novedad que se anuncie como simiente de transformación, o sea, la relación verdadera, recíproca, fraterna y amorosa con el otro. A esta búsqueda de transformación en el contacto con el prójimo, y principalmente el prójimo oprimido, la llamamos espiritualidad que libera. Que libera al ser humano de las amarras de la explotación, tanto de la condición de opresor como de la de oprimido, y de los prejuicios. Esa espiritualidad nutre al ser humano, valoriza la vida y lucha por ella. Es la liberación integral del hombre y de la mujer.
En este movimiento de búsqueda de transformación personal y social sentimos el direccionamiento hacia el bien mayor, hacia el centro que unifica nuestras vidas, esa fuerza transformadora que llamamos Dios. Y están además los que buscan el Reino sin hacer referencia consciente a Dios.
Cuando Leonardo Boff dice que «tan humano... sólo Dios mismo podía serlo», nos ayuda a comprender que cuanto más se considera lo Humano, lo Otro, y cuanto más radical sea esa entrega al prójimo, mayor y más profundo será el contacto con Dios.
Quien busca al otro, quien se hace disponible en totalidad al otro, vive ya con Dios. De esa forma Dios no necesita ser buscado. Está ahí. Es presencia que no se distancia. No es que Él venga, sino que somos nosotros quienes nos direccionamos hacia Él.
Es tiempo para que el ser humano se nutra y pueda seguir caminando. Todos necesitan la presencia auténtica, humana y divina. Es necesario que los seres humanos se miren cada día, se cumplimenten, se sientan y se entreguen en una comunicación verdadera. Es urgente que hagamos que el amor se dé entre nosotros. Es en ese movimiento revolucionario en el que buscamos a Dios, buscamos a Aquel que nunca nos abandonó, Aquel que siempre estuvo con nosotros.
Si seguimos en esa comunicación, todos, de manos dadas, llegaremos a morar en una misma Morada. Habitaremos en la Gran Tienda, que tendrá en su centro al Hombre/Mujer y a Dios. Necesitamos incorporarnos a esa lucha, que comienza en el corazón de cada uno.
Esta es la espiritualidad liberadora, un encuentro con Dios que se convierte en relaciones amorosoas, de personas que se sororren, que se salvan mutuamente. De este modo, tal vez podamos encontrar la verdadera o auténtica comunicación con Dios.
MIRE, Brasil