Lo masculino y el Evangelio

Lo masculino y el Evangelio

Diego Irrarázaval


Un humor sapiencial: «¿por qué los árboles esconden el esplendor de sus raíces?», y «¿qué aprendió el árbol de la tierra para conversar con el cielo?» (Pablo Neruda, Chile). Esto puede incentivar un ver cuestiones masculinas y un dejarse interpelar por el Evangelio.

En talleres de género (en los que colaboro desde hace años) primero es conversada la felicidad con rasgos masculinos y femeninos. Luego es examinado el cotidiano machismo (antes tan agresivo, y ahora tan camuflado). Nos preocupa el reconstruir vínculos justos y cariñosos. Es un proceso en que varones y mujeres gozamos la creación divina.

El Espíritu de Jesús convoca a un nuevo caminar. «Jesús nos ayuda a recrear valores asociados culturalmente a la masculinidad: poder, ley, dinero... y a construir un mundo más humano y humanizador» (Francisco Reyes, Guatemala). Esto implica abandonar el androcentrismo, que descalifica a la mujer y que envicia al varón.

Género y sexo

El mundo de ayer y de hoy no es naturalmente androcéntrico; esto más bien es un producto de desequilibrios históricos (Socorro Vivas, Colombia). Por otro lado, la diferencia sexual constituye a personas con potencialidades vitales (Marcela Lagarde, México). La sexualidad (que implica y es más que lo genital) considera experiencias e instituciones fundantes. La perspectiva de género (lo masculino y lo femenino) ayuda a entender relaciones sociales de poder y modos de encarar diferencias sexuales.

Con respecto al cuerpo masculino, es caricaturizado como fuerte, inteligente, dueño de otros cuerpos. Tantas veces uno presupone que piensa y organiza el mundo. Suele hablarse de «mi» mujer. Ante todo esto, hay que redescubrir vínculos de igualdad entre diferentes. El poder es fecundo cuando es amigable, relacional, sexual. Es forjado día a día, no es algo ilusorio. Cada persona siente cómo la reciprocidad masculina-femenina engrandece la vida.

Entre varones se suele hablar de trabajo, dinero, deportes, preocupaciones familiares y afectivas. Nos humanizamos, aunque también abunda la competencia discriminatoria. En cada vivencia nos envuelven estructuras machistas. Uno es o cómplice, o promotor de injusticias. Cabe pues la conversión, a fin de no aplastar (ni a la mujer ni a otro varón).

En medio de contrariedades uno encuentra luces bíblicas. El Evangelio no acepta la superioridad de unos contra otros. Es admirable la actitud de Jesús con respecto a gente minusvalorada de su tiempo. Por ejemplo, es elogiado el papá que abraza al irresponsable hijo pródigo, es exaltado un varón que cuida al samaritano asaltado. Por otra parte, el varón Jesús suplica agua a una mujer postergada; también lava los pies a otros varones. En general, «en el Evangelio hay un mensaje liberador específico para los varones»; «la masculinidad que personificó y enseñó Jesús estaba en abierta contradicción con los valores dominantes» (H. Cáceres, Jesús el Varón, 2011).

El mensaje de Jesús se preocupa de cuerpos concretos, y de cada entidad en la creación. Ésta gime con dolores de parto. Las bienaventuranzas de Jesús ofrecen felicidad en el día a día, y una transformación radical. El Evangelio, ni es doctrinal, ni legalista ni piadoso. No obstante, a lo largo de la historia, el cristianismo ha sido infiltrado y desvirtuado por pautas machistas y patriarcales. Estos problemas siguen predominando en América Latina.

Pauta androcéntrica

En el centro es ubicado el varón de grupos pudientes (=androcentrismo), que planifica y subordina a los demás. Por una parte, lo masculino es visto como fuerza corporal, éxito socio-político, pensamiento superior. Por otra parte, lo femenino es caricaturizado como emoción, delicadeza, sacrificio, resignación. Sin darnos cuenta, es desfigurado tanto lo femenino como lo masculino.

Hoy muchos varones intentamos combinar fragilidad y poder, sensibilidad y racionalidad, como la hay en cada persona. Cuando uno confronta el androcentrismo, empieza a ser más humano. Además, ante otras personas y ante Dios, lo masculino contribuye a una espiritualidad holística.

El Evangelio nos sorprende con el valor de la pequeñez y del servicio. Ante la prepotencia de su entorno, Jesús abraza a niños y niñas, y felicita a adultos que son pequeños, últimos, serviciales. Mientras los discípulos varones discuten quién es más importante, el Maestro de Nazaret es tajante: «el más pequeño de ustedes» es el mayor.

Vuelvo a la metáfora del árbol: está sostenido por raíces, por toda la creación. Lamentablemente, nuestros vicios androcéntricos esconden radicales conexiones con todo el universo. Desde abajo, desde raíces compartidas en la humanidad, se va desenvolviendo un mundo bello y justo.

Bienestar masculino

El bienestar masculino y femenino tiene aspectos eco-sustentables, sexuales, económico-políticos místicos. Cuando las comunidades cristianas optan con y por el pobre, lo hacen a favor de la vida plena en formas concretas. ¿Por qué? En el día a día todos y todas somos corresponsables con el Padre y su Espíritu para favorecer la integridad de la creación. Se trata de un empoderamiento como varones (ya que la mayoría está marginada) y como mujeres (estructuralmente discriminadas). En general, la humanidad esta golpeada por una economía-cultura del mercado que nos hace objetos. Pero la solidaridad evangélica conlleva dignidad individual y liberación integral.

La propuesta de Jesús es paradójica: asumir la cruz y resucitar. Perder y ganar todo. Quienes están al final de la cola son los primeros beneficiados. Los hambrientos quedan satisfechos. El Evangelio impugna a hipócritas, corruptos, gobernantes, ricos. También confronta a varones auto-endiosados; y nos invita a la conversión. La amabilidad, el servicio mutuo, la alegría de varones y mujeres, son señales de la llegada del Reino de Dios.

Sin embargo, hoy como ayer abundan abusos de poder, se oprime a la mujer, y competimos y nos ponemos zancadillas entre varones. Entre los primeros seguidores del Maestro hubo pleitos y arribismos; se les advirtió sobre gobernantes y autoridades, y se les invitó a ser felices (pero no como los grandes del mundo): «el que manda como el que sirve». Porque son «felices los pobres de espíritu, de ellos es el Reino». El Hijo del Hombre es un servidor, y hasta da su vida para que vivamos bien.

Relacionalidad evangélica

Un mundo de machos impone normas a toda la gente. En muchos espacios creyentes, son principalmente varones (y mujeres que asumen pautas jerárquicas) quienes configuran la inequidad. Al respecto, vale revisar lo ocurrido entre Jesús y un varón piadoso. Éste pregunta: ¿qué tengo que hacer para conseguir la vida eterna?

Es una religión privada y normativa. El rico está auto-centrado y obsesionado por lo legal. La respuesta del Maestro es tajante: regala todo a los pobres; luego, ven y sígueme. Es decir, relaciones de justicia con el pobre, y el gozo de caminar con Jesús. Es la bella ética y espiritualidad evangélica de amar al prójimo, inseparable de amar a Dios. Es una relacionalidad justa, responsable, cordial. En términos evangélicos: la relación con la humanidad sufriente es condición para seguir a Cristo resucitado.

Espiritualidad terrenal

En muchos lugares del continente el varón casi no participa y está lejos de la institución religiosa. Dice que es cosa del pasado, y de mujeres. Sin embargo, cada persona (y cada varón) siente mayor o menor responsabilidad hacia los demás, goza la vida, confía en Dios. Abunda la espiritualidad de carácter terrenal. La humanidad tiene hambre y sed de vida.

Jesús puede ser reconocido como varón que nos contagia con su sensibilidad, libertad, esperanza. Esto conlleva una buena mística masculina, con los pies en la tierra, y con fe en el día a día. Tanto varones como mujeres estamos convocados por el Maestro a ser luz en medio de la oscuridad. No vale ser individuos-objetos enjaulados en una economía y cultura injusta. Tampoco cabe ser manipulados de modo emocional y religioso. Más bien, el Evangelio llama a ser personas, con cualidades masculinas y femeninas. En el día a día con sus altos y bajos cabe abrir el corazón al misterio de Vivir.

Uno retoma la sabiduría de Neruda, que decía: «¿qué aprendió el árbol de la tierra para conversar con el cielo?». Es posible tomarlo como una metáfora del caminar masculino en el acontecer histórico. Estamos como los árboles, bien alimentados desde raíces terrenales. Las ramas van hacia algo diferente a uno, hacia el cielo, hacia el misterio de relaciones básicas. Se aprende de la tierra para abrazar el cielo.

 

Diego Irrarázaval
Santiago de Chile