Los agrocombustibles
Agrocombustibles
¿ENERGíA LIBERADORA O NEOCOLONIALISTA?
Horacio Martins de Carvalho
En los últimos 40 años todos nos hemos hecho conscientes de la degradación y polución ambientales que nuestro modo de vida está provocando en el clima del planeta Tierra. La concentración de dióxido de carbono (CO2) en la atmósfera ha aumentado cerca de 0’4% anualmente. Eso se debe a la utilización del petróleo, del gas y del carbón minerales, y a la destrucción de las selvas tropicales. El efecto conjunto de estas causas de polución podrá producir un aumento del calentamiento mundial de la atmósfera del Planeta Tierra estimado entre los 2 y los 6º Celsius en los próximos cien años, por el llamado efecto invernadero. Un calentamiento de estas dimensiones no sólo alterará los climas en todo el mundo, sino que aumentará también el nivel medio de las aguas del mar en 30 cm, por lo menos, lo que podrá interferir en la vida de millones de personas que habitan las áreas costeras más bajas del planeta.
Por otra parte, informes recientes de la ONU sobre cambios climáticos sugieren que un aumento más acelerado del calentamiento mundial podrá tener lugar mucho antes de ese período previsto, en caso de que no se lleven a cabo medidas de reducción, tanto de la deforestación tropical como de la emisión de los GEEs (dióxido de carbono, metano, clorofluorcarbonatos, CFCs y óxido de azufre).
Como resultado de debates y negociaciones intergubernamentales, fue firmado en 1997 el Protocolo de Kyoto (Japón), sin la participación de EEUU ni de Australia, acuerdo que contemplaba medidas para controlar y reducir las emisiones de GEEs. Ese Protocolo entró oficialmente en vigor en febrero de 2005, y en él se propuso un calendario por el cual los países desarrollados (donde se da la mayor emisión de GEEs) asumieron el compromiso de reducir la cantidad de gases contaminantes en por lo menos 5’3% hasta 2012, en relación a los niveles de 1990. Los países signatarios del Protocolo deberán poner en práctica planes para reducir la emisión de esos gases entre 2008 y 2012.
Entre las medidas sugeridas está la de mezclar un 20% de etanol (alcohol combustible) en la gasolina. Considerando solamente a EEUU, Japón y los países desarrollados de Europa, se calcula que esos países importarán de los países productores, en especial de Brasil, en 2017, aproximadamente 10.000 millones de litros de etanol. Ahora bien, EEUU es dueño del 40% de la flota de vehículos del planeta, pero el alcohol corresponde sólo al 2’5% del mercado local de combustibles, mientras EEUU produce etanol a partir del maíz, con costos muy elevados en relación a los de la producción del etanol a partir de la caña de azúcar.
En esa situación, las grandes empresas multinacionales han descubierto que la superación parcial de los problemas ambientales podría volverse un gran negocio, muy rentable, aunque sus iniciativas empresariales no eliminen sosteniblemente las causas de algunos de estos problemas, como la deforestación de los trópicos y de las sabanas, el uso intensivo de los combustibles fósiles (petróleo y gas natural) y la elevada emisión de los gases de efecto invernadero (GEEs), causas estas que provocan el indeseable y creciente, aunque discreto, calentamiento del planeta. Entre las iniciativas que están motivando a las empresas multinacionales a intentar superar una de las causas de la emisión de los GEEs, está la producción de los agrocombustibles como el etanol (alcohol etílico) y los aceites vegetales, entre ellos el diesel vegetal.
Los agrocombustibles son formas de energía obtenidas a partir de la biomasa o, en otras palabras, de la producción de especies vegetales que proporcionan materia prima para la producción, ya sea de alcohol (etanol), como en el caso de la caña de azúcar y de la mandioca, entre otras, ya sea de aceites vegetales, a partir de soja, girasol, colza, mamona o macaúba. Ya hay investigaciones avanzadas para producir etanol a partir de la materia seca o de los residuos vegetales de la caña, la paja, el maíz, las ramas de los árboles destinados a la producción de celulosa, etc. Se calcula que a partir de 2012 la producción de etanol de la celulosa ya sea competitiva en EEUU con la del etanol tradicional, a partir de jugos y pulpas de frutos, o pajas como la de la caña de azúcar.
El viaje de Bush a algunos países latinoamericanos, en abril de 2007, para conseguir acuerdos sobre la producción y distribución de etanol combustible confirmó la preocupación y sospecha de innumerables ONGs y movimientos sociales populares de que los agrocombustibles se han convertido en el centro mundial de los intereses de las grandes corporaciones multinacionales, no sólo en la producción y la oferta de alternativas complementarias a aquellas derivadas del petróleo, sino como dominio sobre los territorios más aptos para la producción de esas materias primas.
Varios países latinoamericanos están desarrollando iniciativas para aumentar la producción de etanol y de aceites vegetales combustibles. Entre ellos, emerge Brasil como el país que reúne las más favorables condiciones territoriales y climáticas para esa producción, si se tiene en cuenta que en 2006 Brasil y EEUU han producido, juntos, el 70% (38.000 millones de litros) del total (58 mil millones) de la producción de etanol combustible en todo el mundo.
Brasil es el país donde se concentra la mayor parte de las ambiciones de las empresas multinacionales, así como del gobierno norteamericano. Se supone que en Brasil hay, según las estimaciones capitalistas, cerca de 100 a 150 millones de hectáreas potencialmente disponibles para la plantación de cultivos apropiados para la producción de materia prima de agrocombustibles como el etanol y los aceites vegetales.
Se cultivan hoy en Brasil 6’5 millones de hectáreas con caña, tanto para la producción de azúcar como para la de alcohol combustible. La meta de los grandes fabricantes es la de alcanzar en 2012 una producción de aproximadamente 38 mil millones de litros de etanol, lo que implicará una plantación de cerca de 10’3 millones de hectáreas de caña.
Sin embargo, la pretensión brasileña es todavía mucho mayor: producir, hasta 2017, para atender la creciente demanda mundial de etanol por parte de EEUU, Europa, Japón, Australia y China, así como diversos países latinoamericanos, un total de 110 mil millones de litros de etanol, lo que significará plantar 28 millones de hectáreas. Se puede prever para Brasil el surgimiento de un enorme «desierto verde», el monocultivo de caña de azúcar. De esa manera, Brasil se transformará en la plataforma para la exportación de agrocombustibles para todo el mundo, así como de la tecnología para producirlos (como la caña de azúcar transgénica), pero bajo el control de las empresas multinacionales.
Este crecimiento desmesurado de la producción de la biomasa para la producción de agrocombustibles tiene lugar bajo el control del gran capital nacional y multinacional. Con fuertes estímulos del gobierno brasileño, que adopta un modelo de producción y unas tecnologías que acentúan el monocultivo, el uso intensivo de agrotóxicos, de fertilizantes y herbicidas de origen industrial, de fuerte mecanización pesada, en fin, un modelo socialmente excluyente y ecológicamente insostenible.
Este modelo de producción es antisocial porque concentra la riqueza y la renta en el campo, compromete la soberanía alimentaria, aumenta la explotación de los trabajadores, desarticula económica y culturalmente al campesinado, disgrega étnica y socialmente a los pueblos originarios (los pueblos indígenas) y los pescadores artesanales. Y, más aún, desnacionaliza las tierras y saca de la agenda nacional la reforma agraria. Es antiecológico porque contamina con agrotóxicos y herbicidas las aguas y los suelos, amplía la deforestación de los trópicos y de las sabanas, y reduce, por el monocultivo, la biodiversidad existente en las áreas donde se cultiva la caña de azúcar.
Las poblaciones latinoamericanas se encuentran, en este comienzo del siglo XXI, con políticas públicas y de las grandes empresas capitalistas que capturan y manipulan las reivindicaciones y proposiciones de millares de organizaciones y movimientos sociales populares con relación a la búsqueda de alternativas energéticas a partir de fuentes de energía renovables para proteger el medioambiente y la vida del planeta Tierra. Sin embargo, aquello que constituía una esperanza, se convirtió en un gran negocio burgués, dirigido por las empresas multinacionales. Lo que debía ser liberador, se volvió contra los pueblos de manera opresora e inicua.
Y, tal vez más grave que todo eso, la política de producción de agrocombustibles bajo el modelo de producción neocolonialista es tanto o más ambientalmente contaminante que la situación anterior, debido principalmente al monocultivo de la caña, y al uso intensivo de agrotóxicos, herbicidas y fertilizantes de origen industrial. El agrocombustible, de ser una utopía de energía alternativa liberadora, pasó a ser un instrumento de neocolonialismo contemporáneo.
Para romper con todo ello, se hace necesario que los movimientos y organizaciones sociales y populares de todo el mundo, articulados en redes sociales mundiales, denuncien las intenciones y las prácticas imperiales, principalmente sobre los países latinoamericanos. Es indispensable que reafirmen que otro modelo de producción y tecnológico es posible para la producción de agrocombustible y para reducir la emisión de GEEs.
Es necesario reafirmar que la concepción del mundo capitalista y neoliberal impuesta por los países desarrollados sobre los países en desarrollo, es la responsable directa del desperdicio, del consumo individualista irresponsable, de bienes como los automóviles particulares, y de los modelos de producción competitivos destructores de la solidaridad entre las personas, entre las iniciativas económicas y entre los pueblos. Esta concepción del mundo degrada el medio ambiente, y se vuelve genocida, en cuanto hace de la vida un objeto de negocio.
Horacio Martins de Carvalho
Curitiba, Brasil