Los «colores» de la otra economía
Los «colores» de la otra economía
Economía verde, sí, pero también roja, blanca, amarilla y azul
Cristovam Buarque
Desde la publicación del libro Los límites del Cre-cimiento, elaborado a petición del Club de Roma, al principio de los años 70, el mundo comenzó a preocuparse, por la percepción de que el crecimiento económico provocaba impactos negativos y no podría continuar indefinidamente. A partir de ahí, gracias a centenares de trabajos, que culminaron con los informes del Panel Climático de la ONU, dando a sus autores el premio Nobel de la Paz de 2007, y al trabajo de divulgación de Al Gore, que recibió el mismo premio aquel año, el tema llegó al público. Las claras manifestaciones de los cambios climáticos fortalecieron el sentimiento de crisis. Todo ello hizo que, a pesar de algunos escépticos, el mundo pasase a buscar alternativas técnicas capaces de generar una economía verde.
Malthus había propuesto esta idea 200 años antes. La gran diferencia entre el malthusianismo del comienzo del siglo XIX y del de final del siglo XX es que, en el primer caso, el límite al crecimiento vendría del modelo tecnológico limitado de la época; ahora, los límites muestran exactamente lo contrario: es el inmenso poder de la tecnología el que amenaza el equilibrio, y también que las proyecciones de futuro ahora las hacemos con sofisticados recursos de acumulación y tratamiento de datos gracias al avance de los computadores. Pero al final, en pocas décadas, el neomalthusianismo ha pasado a ver materializarse sus proyecciones en la realidad, con los efectos del calentamiento planetario. También ayudó en la conciencia de los Límites del Crecimiento, la percepción de la Tierra como un Sistema cerrado, visto por las fotos del Planeta tomadas desde el espacio.
Con el agravamiento de la crisis ambiental, la economía verde ganó legitimidad, a pesar de no ser considerada todavía por los economistas tradicionales porque, al buscar alternativas sostenibles para el proceso productivo, no respeta los fundamentos de la actual teoría dominante del optimismo con las leyes de mercado que actúan a corto plazo. La utilización de precios diferentes del mercado de corto plazo para indicar la limitación futura de la oferta de recursos con la finalidad de restringir el uso de ciertos recursos naturales, todavía incomoda a los economistas. Keynes decía que, a largo plazo, todos estaremos muertos; por eso, el futuro distante no importaba. Pero en su tiempo el problema ambiental no existía y la economía no tenía poder para influir a largo plazo. De aquí en adelante, la sostenibilidad ambiental es condición que necesariamente ha de ser considerada en cualquier economía sólida. La crisis ecológica se ha agravado de tal forma y tan rápidamente que un simple cambio de precios para justificar la preferencia por los recursos renovables ya no es suficiente para afrontar los problemas.
La economía del siglo XXI no puede continuar amarrada, como la del siglo XX, a la idea de que la estructura de precios fluctuantes es capaz de orientar el futuro. Sabemos que las llamadas externalidades, los impactos externos a la economía y a lo inmediato, necesitan ser consideradas. Incluso con estos planteamientos, antes de ser aceptada, la economía verde ya está naciendo vieja: porque no basta el equilibrio ecológico. La sustitución de combustibles fósiles por renovables puede producir un efecto bumerang: el acomodamiento a la crisis. Y no basta la economía verde en cada carro si, a nivel macro, el número de carros crece haciendo que las selvas dejen su lugar a plantaciones de caña para alimentar toda la flota.
Tampoco basta que la economía substituya el combustible fósil por el renovable si el perfil de la demanda continúa centrándose en la minoría de renta superior. Una economía que dinamiza su crecimiento produciendo bienes caros para la minoría, concentrando la renta... puede ser verde, pero no es la economía que necesitamos. No vale la pena que la economía verde salve el Planeta, si lo va a salvar sólo para pocos. Necesitamos una economía que atienda las necesidades sociales como la erradicación de la pobreza, la disminución de la desigualdad y la ampliación del empleo. Una economía con valores éticos, capaz de entender que en educación y en salud la desigualdad es inmoral. O sea: una economía roja. La economía del futuro debe ser verde -en el uso de los recursos naturales- y roja, en los beneficios de sus productos.
La economía necesita definir el concepto de riqueza. Para ser inteligente y comprometida con los valores humanistas, además de verde y de roja, la economía necesita ser blanca, empeñada en ampliar el bienestar y no la destrucción. Aunque para la defensa sea importante, la producción de armas no debe ser considerada como resultado positivo de la economía. El valor del PIB debe descontar la producción de los bienes de destrucción y servicios de seguridad. No tiene sentido una economía medida por el PIB, que aumenta cada vez que se produce un caza supersónico, una bomba atómica, un revólver; o que aumenta la renta per cápita cada vez que las armas son usadas y disminuye el número de personas.
La economía también necesita ser amarilla y mantener como símbolo los productos de la ciencia y de la alta tecnología. La competitividad mediante la reducción de costos -en general por el desempleo-, no puede ser indicador de la economía del futuro. La competitividad debe radicar en la capacidad de invención de nuevos productos capaces de elevar el bienestar de las personas. Para ello, debe tener por base los cerebros, no más manos y brazos.
Finalmente, la economía tiene que ser azul, y considerar el bienestar como más importante que la producción. La abolición del analfabetismo no puede ser medida sólo por el aumento de renta del alfabetizado. El PIB basado en automóviles que atascan el tránsito, aunque sea con carros eléctricos, o que vuelan por viaductos construidos en vez de escuelas, hospitales y sistemas de agua y alcantarillado, no puede ser considerado como indicador de la economía del futuro. Más importante es una economía que libere tiempo para los trabajadores y aumente los bienes públicos y los bienes inmateriales de la cultura. La economía azul debe buscar eliminar las trabas que dificultan la búsqueda de la felicidad. Puede inclusive optar por un decrecimiento del PIB como forma de aumentar el bienestar.
La economía verde comienza a ser aceptada, pero no es la metáfora acertada. Por lo menos, cinco colores son necesarios para definir la economía del futuro: el verde de la sostenibilidad ambiental; el rojo de la justicia social; el blanco de una economía productiva para la paz; el amarillo de la creación de bienes de alta tecnología; y el azul de la economía comprometida más con el bienestar que con la producción y el dinero.
Cristovam Buarque
Brasilia, DF, Brasil