Los Derechos humanos en el aula de clase

Los Derechos humanos

en el aula de clase

 

Martín Valmaseda


Los alumnos y alumnas se aburrían con aquellas lecciones teóricas sobre derechos humanos. El maestro intentaba convencerles de su importancia, pero mientras, bajo la mesa, muchos dedos manipulaban sus blackberrys. Eran cinco capítulos, los que aquel texto de ciencias sociales planteaba sobre los deshaches (los DDHH, en expresión de los chicos).

La periodista, esposa del profesor, le recomendó: ¡hazlos moverse, hombre!, ¡no los dejes sentados!... Y empezó a moverlos, y a moverse (afortunadamente el director del centro tenía mente abierta y estuvo a favor de la «movida»).

• La primera mañana de la experiencia el profesor llegó al aula con un fajo de tarjetas. Cada una tenía escritas dos direcciones diferentes. Por ejemplo: una de ellas las señas de un orfanato a las afueras de la pequeña ciudad… y otra las de una famosa clínica de maternidad en la zona selecta, donde nacían los bebés de la clase alta. El profesor (que había preparado por teléfono las entrevistas) les envió en grupos de cuatro a visitar esos centros y otros semejantes.

Los estudiantes volvieron discutiendo acaloradamente, haciendo dolorosas comparaciones. La sesión de clase sirvió para que se aclarasen sobre las realidades contrastadas que habían visto, y sobre la ausencia de derechos o exceso de privilegios que encontraron.

A una de las alumnas le había correspondido visitar dos parroquias: una de estilo neogótico, en el centro de la ciudad, y otra en un barrio marginal, un pequeño galpón que servía de templo. Habían encontrado en las dos una buena acogida, y un profundo contraste de nivel social en los feligreses.

Comprobaron la buena voluntad de respeto a los derechos que encontraban en ambas comunidades, aunque una con aire más bien paternalista, de «caridades», y la del barrio popular con carga de reivindicación social… Pero observaron algo en lo que las dos coincidían: las mujeres tenían una presencia muy activa en las dos parroquias (para preparar la liturgia, dar la catequesis, lavar la ropa litúrgica…) pero muy baja presencia en las decisiones de la comunidad. En las dos había un pequeño grupo de hombres que manejaba el consejo parroquial. A uno de ellos se le escapó que Jesús era hombre y también los apóstoles…

La alumna, militante feminista, no tenía aún argumentos teológicos. Aquel día el profesor tuvo que pedir ayuda a una profesora biblista, que seleccionó citas bíblicas relacionadas con mujeres marginadas, o liberadas, sobre todo por Jesús. Ahí tuvo a los alumnos, muchos de ellos analfabetos bíblicos, o indiferentes, buceando en textos y descubriendo contrastes entre la mentalidad primitiva de aquella época, los caminos abiertos por el profeta de Nazaret y las desconcertantes marchas atrás y adelante en el feminismo o machismo de los cristianos contemporáneos.

Después de aquella lluvia de textos y documentos les sugirió un trabajo más pie a tierra. Les dijo:

No sé si han pensado que además del ser humano, también este mundo de plantas, animales, rocas, ríos y paisajes tendrá sus derechos... -ellos asintieron-. Pues les desafío a que fotografíen los lugares cercanos a ustedes, en que esos derechos de la naturaleza han sido pisoteados o arrasados.

Los chicos reaccionaron satisfechos. Eso era más agradable que pasar hojas en la biblia. En la siguiente semana proyectaron un powerpoint, preparado y comentado por ellos, de los desastres que se estaban produciendo a sólo unos pocos kms. a la redonda.

• Otra mañana les propuso hacer teatro espontáneo. Les contó la historia de aquel periodista que había escrito un artículo crítico sobre la «regulación de empleo» (o sea, los «despidos») en la fábrica cercana. A los dos días llegó también la orden de despido para el autor del artículo. Aquel periódico tenía como cliente en su publicidad a la empresa aludida.

Esa fue la historia que les narró el profesor. Después de contarla, les propuso la puesta en escena del caso. Repartió los papeles a los actores espontáneos: periodista, director del periódico, director de la empresa, dos obreros «regulados en su empleo», dos compañeros del periodista con visiones diferentes de la situación. Se trataba de que los chicos y chicas, al representar esos papeles, se pusieran «en los zapatos» de los personajes, y dialogasen en consecuencia.

A los 20 minutos de «teatro» ya se había creado suficiente tensión para que todos los alumnos discutieran sobre los derechos laborales y de información. En vez de teclear sobre sus iphones, ahora buscaban con interés en el texto de ciencias sociales ideas sobre los problemas surgidos en aquel role playing.

• Otro día llegó el maestro con un montón de periódicos de días pasados. Les pidió que recortasen e hiciesen un collage con todas las noticias en relación con derechos humanos violados. Hubo trabajo y discusión para rato.

• En la siguiente clase les propuso recoger fotos y publicidad sobre anuncios que reflejasen desprecio por derechos de clase, de género, de los pueblos, de mujeres, de la infancia… No intentó que se estudiasen la declaración universal de los derechos humanos. Prefirió que la fueran construyendo ellos a través de noticias, sucesos cercanos y lejanos. Cada día les enfrentaba con situaciones vivas donde muchos derechos de las personas corrían peligro o eran pisoteados.

Les ayudó a distinguir entre lo que, en expresión de frey Betto, son derechos humanos o derechos «animales». Vieron cómo muchas veces ellos, los jóvenes estudiantes, se fijaban fácilmente en el derecho a la información, a la libertad de opinión y de prensa… pero no se preocupaban tanto por aquellos derechos que echaban de menos los habitantes de las villas miseria, favelas… de muchos pueblos latinos, africanos o asiáticos: la falta de comida, de salud, de vivienda... esos derechos que las sociedades más instaladas olvidan. Para ellos es más importante poder comprar el periódico que más les interesa e ir a la escuela con mejor educación bilingüe… porque tienen el estómago lleno y la clínica asegurada.

• Uno de los últimos días apareció el maestro acompañado de un padre con su hijo, un muchacho gordito con lentes, que cojeaba. El padre se despidió y el profesor entró en el aula, empujando suavemente al muchacho que miraba tímidamente a los demás.

– Hoy les traigo –dijo el maestro– un caso directo para analizar. Juan viene por primera vez a nuestro centro, a pesar de estar avanzado el curso. Ha tenido que salir del instituto donde estudiaba porque tuvo problemas con los compañeros. Eso que se llama bullying (el recién llegado enrojeció ligeramente).

He pedido permiso a Juan –continuó el maestro– para comentar su caso, porque es importante plantear los derechos de las personas no en teoría, sino sobre situaciones reales. Seguramente ustedes conocen casos semejantes...

– ¡Claro que también aquí sucede algo de eso! –interrumpió el más lanzado de los chicos–. No quiero decir nombres, pero todos ustedes saben…

Se levantó un rumor. Algunos enrojecieron y agacharon la cabeza. La situación se ponía tensa. El educador tuvo la habilidad de objetivar el problema:

No vamos a hablar de estos casos concretos sino de las causas y consecuencias que se están dando en muchos centros escolares para que suceda eso entre compañeros.

Ahí estalló el diálogo, en el que también acabó interviniendo el nuevo compañero. Pidió el profesor que apuntasen las causas y consecuencias ocultas. Y en pequeños grupos siguieron profundizando. Cuando sonó el final de la clase se les vio salir del aula comentando acaloradamente. A alguno le sonó el celular y lo apagó apresurado.

• Se terminaban los días indicados por el programa para estudiar los cinco capítulos. El educador comentaba con la compañera periodista el éxito de las «movidas» en que se había convertido su clase.

El último día, al empezar, indicó a los alumnos: ¿Les parece que hoy saquemos ese libro que casi se nos había olvidado? Ellos rieron y abrieron el libro.

Podríamos hacer hoy un brain storming.

- ¿Un qué?

Dividió el pizarrón con una raya en la mitad.

Algo así como una tormenta de ideas. Ahí tenemos. Les propongo que revisen rápidamente el libro. Cada uno, espontáneamente, puede levantarse, agarrar la tiza y escribir en la parte derecha alguno de los temas que hemos estado discutiendo estos días. En el lado izquierdo lo mismo sobre los problemas que se nos han quedado olvidados.

A los 10 minutos ya estaban plagadas de palabras las dos partes del pizarrón. Palabras que en la cabeza de los muchachos recordaban situaciones cercanas a su vida, junto a otras que antes habían visto como lejanas pero que ahora sentían presentes en su mundo.

Al salir para sus casas, después de la animada discusión, algunos se empezaron a acordar de que por ahí andaban sus blackberrys, sus ipads y sus iphones, pero que fuera de ellos había otras realidades más importantes, y que no podían olvidarlas.

 

Martín Valmaseda

CAUCE, equipocauceguatemala.blogspot.com, Cobán, Guatemala