Los Foros Sociales Mundiales

De lo posible a lo necesario y urgente . ¿Y Ahora?

Los Foros Sociales Mundiales


Chico Whitaker


Con el avance de las discusiones, los análisis y las acciones derivadas del proceso del Foro Social Mundial, ha ido quedando claro que su lema –«otro mundo es posible»– tenía que ser completado: ese «otro mundo, además de posible, es necesario y urgente».

En verdad, su dimensión de desafío aparece cada vez más clara. Capitales acumulados, cada vez mayores, se concentran más y más en manos de minorías; se multiplican las crisis; el terrorismo y las guerras (con su contrapartida de reducción de los derechos civiles) ganan espacio en la acción política nacional e internacional. Por otra parte se toma conciencia de los riesgos respecto a la continuidad de la vida misma en el planeta, sometido a la lógica económica del capitalismo. Ante tal escenario, la sociedad ha comenzado a superar la pasividad.

La desesperanza de los jóvenes españoles –con el alto desempleo de su país, causado por la crisis financiera mundial– los llevó a acampar en la plaza central de Madrid, el 15 de mayo de 2011. Atendiendo al llamamiento hecho en Francia por un respetable nonagenario -autor del librito «Indignaos», un millón de ejemplares– miles de «indignados» se juntaron a ellos, y muchas plazas fueron ocupadas en otras ciudades de España.

Poco después, el 3 de octubre, nuevos manifestantes instalaron barracas en el corazón financiero de Estados Unidos, con el mensaje de Ocupemos Wall Street. Era su protesta contra los «dueños del mundo» y sus gobiernos al servicio de los intereses financieros. También esa protesta se extendió rápidamente al país entero.

Era un viento nuevo, que soplaba en el hemisferio Norte, cuestionando las estructuras políticas y económicas vigentes. Y continúa soplando en los manifestantes que en cada lugar, ajustan sus estrategias, incluso para afrontar la represión.

Tales movilizaciones se habían inspirado en la llamada «primavera árabe», que afloró en los países del Norte de África a partir de diciembre de 2010: movilizaciones populares en las plazas centrales de las capitales de Túnez y de Egipto que derrumbaron dictaduras, con su consuetudinaria corrupción. Y la reclamación de democracia se extendió a otros países de la región y de Oriente Medio.

Cabe entonces que preguntemos qué papel corresponde ahora al Foro Social Mundial, en este proceso que él mismo impulsó con su mensaje de esperanza, desde su primera edición al inicio del siglo. Para responder, es necesario situarlo y considerar todas sus dimensiones.

La caída del Muro de Berlín en 1989 fue un aconte-cimiento clave, en un mundo hasta entonces dividido –como la ciudad que ese muro cortaba por medio– entre países socialistas y países capitalistas. Se llegó a decir que simbolizaba el «final de la historia»: que los mecanismos del mercado dejarían obsoleta para siempre aquella racionalidad social que buscaba poner la economía al servicio de las necesidades humanas en vez de al servicio de la acumulación de capital.

Una cierta perplejidad se apoderó entonces de los que soñaban con un mundo más justo -aunque el «socialismo real» experimentado ya no correspondiese a ese sueño-.

La afirmación categórica del FSM -«otro mundo es posible»– surgió cuando se comenzaba a superar esa perplejidad: la resistencia iba ganando fuerza a la dominación del sistema capitalista, con revueltas nacionales, como la de los zapatistas en México, y con protestas mundiales como en Seattle en 1999 contra la OMC (Organización Mundial de Comercio), contra el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial (tres pilares de esa dominación) y contra la Cúpula de los gobiernos de los países más ricos (G7, después G8 y enseguida G20).

Mas para pasar de una afirmación a un resultado efectivo el camino es largo y difícil. Incluso porque el sistema dominante ha acumulado mucho poder desde la Caída del Muro, invadiendo con su lógica todo el planeta, liberado ya de las barreras que le ponía el mundo socialista. Su poder no es sólo lo económico y lo militar, sino especialmente la comunicación: un arma de «cooptación masiva», tanto o más dañina –porque se introduce en las conciencias– que las de «destrucción masiva» militares...

De hecho, si lo que se produce no se vende, se paran las máquinas, y no se puede obtener lucro. Ahora bien, la lógica que domina el mundo –ganar dinero como objetivo final de la actividad económica- ha encuadrado a todos los seres humanos en la categoría de «consumidores». Sus derechos, como ciudadanos, han sido sustituidos por su capacidad adquisitiva. La publicidad pasa a exacerbar los deseos, empujando a todos a un consumismo insaciable. Y éste, a su vez, exige que todos traten de ganar lo máximo, para poder comprar todo lo que deseen. Estos mecanismos transforman a los seres humanos en piezas inconscientes de un círculo vicioso diabólico que maximiza sin límite la producción –y el lucro-.

Grandes avances tecnológicos en el área de la comunicación y del transporte permiten ahora producir a gran escala allá donde sea más barato, llegando poco a poco hasta regiones todavía llamadas socialistas, como China y su «socialismo de mercado». Y también es posible vender en gran cantidad donde hay compradores (élites y clases medias de los países ricos y pobres). El mundo se ha vuelto una única y enorme plaza de producción (con piezas y productos finales que son fabricadas en cualquier lugar), así como un único y enorme mercado de consumo. Con lo cual las ganancias de los propietarios del capital (y su poder sobre los gobiernos) crecen casi infinitamente.

Ese proceso ha hecho incomprensible, para la mayoría de la gente, la «necesidad» del «otro mundo». ¿Por qué cambiar, si un capitalismo dinámico, que hace que las economías nacionales crezcan cada vez más, puede satisfacer nuestros sueños de consumo (y de comodidad y bienestar material)? Hasta los más pobres pueden conseguir realizar esos sueños, si se les ofrece crédito, combinado con una pequeña elevación de sus salarios...

Lo que todavía se acepta plantear es la cuestión ecológica: el consumismo creciente exige una productividad también creciente, que tiende a agotar los recursos del planeta. Y los sistemas de producción utilizados tienen subproductos que interfieren con la naturaleza, como el carbono y su efecto invernadero que causa el calentamiento de la Tierra. O la basura atómica, en la producción de energía eléctrica en centrales nucleares, que será una tenebrosa herencia para muchas generaciones. Casi sin darnos cuenta, es la continuidad de la vida misma la que ha venido a verse amenazada por el aumento exponencial de la producción, haciendo urgente el cambio de lógica económica.

En el proceso del FSM estos problemas son discutidos en los espacios de encuentro que propicia, por las organizaciones de la sociedad civil -el nuevo actor político, autónomo en relación a partidos y gobiernos– intercambiando experiencias sobre otras formas de producción y de consumo, sobre otra economía.

En el FSM también se plantea la pregunta esencial sobre cómo luchar por el cambio. Se hace la propuesta de construir «otra cultura política», horizontal, sin sus estructuras verticalizadas ni sus luchas internas por el poder, y sin reducir la acción política a la de los partidos, que no consiguen ir más allá de luchar para tomar el poder y, después, luchar para no perderlo. El principio es que sólo la cooperación y la corresponsabilidad permitirán superar la división que nos debilita. Es un desafío difícil: en un mundo en el que la competición –dinámica esencial del capitalismo- nos es introyectada permanentemente, costará tiempo liberarnos de los métodos en los que hemos sido formados durante todo el siglo pasado. De donde se deduce la nece-sidad de transformarnos nosotros mismos si quere-mos un mundo de justicia, igualdad y respeto a la naturaleza.

Esa nueva «cultura» va abriendo sus caminos, sin duda. Por ejemplo, ya se hizo «moda» organizar encuentros y foros con actividades autogestionadas por sus participantes. Y la horizontalidad es una opción claramente asumida en la autoorganización de los «indignados», que acampan por las plazas del mundo -sin jefes ni portavoces-.

Pero la propuesta del FSM no ha llegado todavía a muchas regiones del mundo. Estamos lejos de conseguir articular planetariamente las luchas contra la lógica económica capitalista, un gigante que no será derribado por la onda única y certera de un David, sino por la acción combinada y diversificada de un enjambre de abejas...

El Foro Social Mundial de 2013 se realizará en Túnez, con un proceso que será lanzado en Redeyel, ciudad del sur del país en donde comenzó su revolución, en 2008, con manifestaciones de los trabajadores explotados en las minas de fosfato. Pero es casi interminable la lucha para superar la dominación del capitalismo -¡un gato de siete vidas!-. Podemos ver cómo se reinventa a sí mismo ante la Conferencia de la ONU sobre el medio ambiente, la «Rio+20», veinte años después de la primera, de 1992. Capturada por las grandes corporaciones del sistema capitalista, la Conferencia tendrá como tema central la «economía verde»... fachada simpática de un plan de privatización completa de la naturaleza, para que el capital obtenga todavía más lucros, con instrumentos y mecanismos del mercado de valores. Como ocurrió al transformar a los ciudadanos en consumidores, los bienes comunes pasarán a ser ahora bienes comercializables y su acceso será controlado por las empresas privadas, que sólo buscan el lucro.

 

Chico Whitaker

São Paulo, SP, Brasil