Los Ipês florecen en invierno...
Los Ipês florecen en invierno...
Rubem Alves
Toureau, que amaba mucho la naturaleza, escribio que si alguien decide vivir en los bosques para gozar de la vida salvaje, sera considerado la persona extraña, o quizas loca. Si, por el contrario, se pone a cortar todos los árboles para transformarlos en dinero (muy a pesar de que vaya sembrando la desolación por donde pase), será tenido como una persona trabajadora y reponsable.
Me acuerdo de esto todas las mañanas, pues, de camino a mi trabajo, paso cada día por un ipê rosa florecido. Su belleza es tan grande, que me quedo allí plantado, contemplando su copa, contra el cielo azul. E imagino que los demás, encerrados en sus pequeñas bolas metálicas rodantes corriendo a su destino, deben pensar que no funciono bien...
Me gustan los ipês de una forma especial. Cuestión de afinidad. Gozan haciendo las cosas al revés. Los demás árboles hacen lo normal: se abren al amor en primavera, lando el clima es agradable y el verano está para llegar, con su calor y sus lluvias. El ipê hace amor justo cuando llega el invierno, y su copa se convierte en una desinhibida y triunfante exaltación de celo. De repente, este árbol, de otra geografia, irrumpe en medio del asfalto, interrumpe el tiempo urbano de semáforos, bocinas y pasos subterráneos, y yo no puedo menos que pararme, extasiado ante esta aparición de otro mundo... Como le ocurrió a Moisés, que pastoreaba los rebaños de su suegro y vio un arbusto ardiendo, sin consumirse. Al aproximarse para verlo mejor, oyó una voz: «quítate las sandalias, pues la tierra que pisas es sagrada». Me parece que no debió ser una zarza ardiendo. Debió ser un ipê florecido. De hecho, al verlo, algo arde, sin consumirse, no en el árbol, sino en el alma.
El escritor sagrado estaba en lo cierto, También a mí me parece sacrílegio acercarme y pisar los millares de hojas caídas, tan lindas, agonizantes, que han cumplido ya su vocación de amor.
Pero en el espacio urbano se piensa de otra manera: lo que para unos es un milagro, para otros está destinado a la escoba. Mejor el cemento limpio que esta alfombra de pétalos de color...
Recuerdo el pie de un ipê, indefenso, con su corteza cortada en todo su perímetro... Meses después estaba seco, muerto. Pero no importa: el ritual de amor en el invierno desparramará simientes por la tierra y la vida triunfará sobre la muerte. El verde reventará entre el asfalto. Sin hacer caso de toda esta locura nuestra, los ipês continúan fieles a su vocación a la belleza, y nos esperan con paciencia: todavía no ha llegado la hora en que los seres humanos y la naturaleza conviviremos en armonía...
Pienso que los ipês son una metáfora de lo que podríamos ser. Sería bueno que pudiésemos abrirnos al amor en invierno...
Corre el riesgo de que te consideren loco: vete a visitar los ipês, y diles que ellos hacen tu mundo más bello y hacen crecer en ti el coraje de florecer también en este invierno... Ellos no te escucharán, y no te responderán.. Están demasiado atareados con el tiempo del amor, que se les hace tan corto. ¡Quién sabe si te ocurrirá también a ti lo que le pasó a Moisés, y descubres que allí resplandece la gloria de Dios!...