Los Pablos y las mujeres en el Nuevo testamento

Los Pablos
y las mujeres en el Nuevo Testamento
 

Elsa Tamez


Pablo tiene fama de misógino (odio a las mujeres). Y no es para menos, pues hay textos muy citados que validan la fama de misógino como: Las mujeres cállense en las reuniones de la iglesia (1Co 14,34); estén sujetas a sus esposos (Ef 4,22); no permito que la mujer enseñe (1Tm 2,12). Pero por otro lado a menudo se citan textos en los que se favorece a las mujeres, como Gálatas 3,28: Ya… varón ni mujer, todos son uno en Cristo Jesús. Es difícil conciliar a un Pablo que subraya la salvación por gracia, con un Pablo que afirma que las mujeres se salvarán teniendo hijos (1Tm 2,15). Por eso es imprescindible echar mano de las ciencias bíblicas para entender estas posturas.

Hay una serie de claves importantes. Una de ellas es distinguir las fechas en los cuales las cartas fueron escritas. Así, por ejemplo 1 Corintios y Romanos se escribieron en la década de los 50 del primer siglo. Efesios en la década de los 80, y 1 Timoteo a finales del primer siglo o principios del segundo. De acuerdo a las ciencias bíblicas tenemos, pues, tres generaciones de cartas paulinas. De las 13 cartas que en el saludo reclaman ser escritas por Pablo, siete cartas fueron escritas por el mismo Pablo de Tarso (1 Tesalonicenses, 1 y 2 Corintios, Gálatas, Filipenses, Filemón y Romanos) y pertenecen a la generación de Pablo. Efesios y Colosenses, pertenecen a la segunda generación, es decir, fueron escritas por discípulos de Pablo, y 1 y 2 Timoteo, Tito y 2 Tesalonicenses, son tardías; pertenecen a la tercera generación; fueron escritas por discípulos de discípulos de Pablo. En la antigüedad era muy común escribir cartas y asignarlas a grandes maestros. Los jóvenes de los estratos acomodados, al estudiar retórica, debían imitar a sus maestros filósofos. Es así que tenemos cartas de Sócrates, por ejemplo. Teniendo esto en mente, no es difícil darse cuenta de la diferencia entre las tres generaciones de la «escuela» paulina.

Primer Pablo: Pablo de Tarso

Con respecto a la primera generación, que corresponde a las cartas auténticas de Pablo, notamos un Pablo que no es misógino. Sí participa de la cultura patriarcal, como todo varón de ese tiempo, pero, por su teología de la gracia y el deseo de incluir a los gentiles como pueblo de Dios, tiene una relación que se podría decir igualitaria con las mujeres. Ellas son compañeras de trabajo (synergai) en la misión, e incluso compañeras de prisión. Eso se observa en el capítulo 16, donde saluda y elogia a muchas mujeres lideresas, como Priscila y Febe. En su Carta a los Gálatas (3,28) retoma sin problema la frase bautismal en la que afirma no haber diferencia entre varón y mujer ante de Dios; y la carta a los Filipenses muestra la gran solidaridad de las mujeres de Filipo con Pablo, quien se encuentra en prisión. Es posible que la iglesia de Filipo fuera liderada por mujeres, ya que muy probablemente fue fundada por Lidia y otras mujeres (Hch 16,11-15,40); en la carta se habla de dos grandes líderes: Evodia y Síntique (Fil 4,3).

El caso de 1Co 14,34-35, donde se manda callar a las mujeres en la congregación, presenta serias contradicciones a nivel del contenido de toda la carta, especialmente en 11,5 donde se observa el rol protagónico de las mujeres profetas. Ellas pueden dar mensajes pero con la cabeza cubierta, como era la costumbre (11,16). En realidad, los versos 34 y 35 no encajan con la carta, pues toda la sección tiene que ver con el orden en las reuniones carismáticas y no con los roles de género. Además, de acuerdo a la crítica textual, hay problemas de ubicación de esos versículos en los manuscritos, lo cual sugiere que se trata de una glosa insertada tardíamente.

Segundo Pablo: discípulo de Pablo

Las dos cartas de la segunda generación, Efesios y Colosenses, fueron escritas por discípulos de Pablo tres décadas después de las siete cartas mencionadas arriba. En esta década de los 80 las comunidades habían crecido y se volvieron incómodas para la sociedad romana, que espera que las mujeres sigan los roles planteados por Aristóteles en la administración de la casa. Se trata de los códigos domésticos. Para Aristóteles (y los posteriores filósofos y pensadores), el amo es padre y esposo. Tanto los esclavos, los hijos y las esposas deben estar sometidos a él. Los cristianos eran criticados porque, según la sociedad romana, socavaban la familia. De manera que los autores consideraron oportuno incluir estos códigos en sus cartas, para proteger las comunidades de la hostilidad romana. Son códigos jamás utilizados ni por Jesús ni por Pablo. Efesios (5,21–6,9) y Colosenses (3,18–4,1) los incorporaron en sus cartas, pero de manera diferente a Aristóteles, pues incluyeron la reciprocidad: las esposas deben obedecer a sus esposos, y los esposos deben amar a sus esposas; los hijos deben obedecer a los padres, y los padres no deben hacer enojar a sus hijos; los esclavos deben obedecer a sus amos, y los amos no deben maltratar a sus esclavos. Incluso Efesios empieza diciendo: Sed sumisos los unos a los otros en el temor de Cristo (5,21-33). Por cierto, mal se ha traducido e interpretado el versículo 21 que dice que el marido es cabeza de la mujer, pues de acuerdo a un análisis del término, kefalé, cabeza, aquí significa origen, fuente, y no jefe. El texto hace alusión al relato de la creación en Génesis (2,21).

Tercer Pablo, discípulo de discípulos de Pablo

Estos mismos códigos aparecen –aunque dispersos– en el Pablo de la tercera generación, unas cinco décadas después de Pablo de Tarso. Sin embargo, ya no encontramos la reciprocidad: los hijos deben ser sumisos al padre; las mujeres deben obedecer sumisas la instrucción (2,11-12, no aparecen las esposas…); y los esclavos deben honrar a sus amos y, si son cristianos, deben servirles mejor (6,1-2). Definitivamente estamos en otro tiempo y bajo otras circunstancias.

En las comunidades de ese tiempo, los discípulos de los discípulos de Pablo tienden a la institucionalización y buscan colocar la iglesia como columna y fundamento de la verdad (1,15). La iglesia debe ser gobernada por alguien que sabe gobernar bien su casa patriarcal (1Tm 3,4-5). Ya se experimenta el problema de las doctrinas gnósticas, que al parecer están ganando terreno (1,4; 4,3-4; 6,20) y se empieza a controlar a las mujeres, que habían alcanzado un liderazgo considerable no sólo en el movimiento de Jesús, sino también en el movimiento del resucitado, es decir, del tiempo de Pablo de Tarso.

A los problemas de género y de otras enseñanzas, se añade el problema de la clase social, pues mujeres y hombres ricos ingresan a las comunidades como benefactores, pagando las comidas y otros gastos, y tratando de imponerse a los presbíteros por su dinero (5,17-22). Las mujeres, probablemente atraídas por doctrinas gnósticas –ya que en ellas se recomendaba el no casarse (4,3)–, no deben enseñar. Seguramente el autor se refiere a mujeres viudas ricas, ya que les exhorta a que no se adornen con peinados ostentosos, vestidos costosos y joyas de oro o perlas (2,9). La orden de viudas que había hecho el voto de no casarse, debe restringirse a las ancianas de 60 años (5,9); las viudas jóvenes deben casarse.

Encontramos un problema de comportamiento en relación al contexto romano, el cual exigía que las mujeres se casen, tengan hijos y se queden en la casa; cosa que las mujeres de las comunidades no hacían, pues predicaban y enseñaban en las casas donde los varones no podían ingresar. El que anden de casa en casa, chismosas, diciendo lo que no conviene (5,13) es pura retórica. Para el autor de 1 Timoteo las viudas jóvenes deben casarse y tener hijos para no dar pie a que se critique a la comunidad (5,14). Por otro lado, las enseñanzas consideradas extrañas recomendaban la abstinencia y el no casarse. Atando cabos, al relacionar los versículos entre sí, y con el trasfondo socio histórico-cultural, no es difícil comprender por qué el autor en 2,15 afirma que las mujeres se salvarán teniendo hijos.

Definitivamente, estas cartas del tercer período contienen exhortaciones circunstanciales. No son declaraciones fundantes. Una declaración fundante es la del primer Pablo en Gálatas 3,28.

En conclusión, para comprender las afirmaciones contradictorias de las cartas paulinas he analizado tres Pablos distintos de diferentes tiempos y contextos. Queda por resolver la pregunta pastoral de qué hacer frente a tal diversidad, ya que todas las cartas están en el canon. Creo que hay que reconocerlas como respuestas a distintas situaciones concretas y distinguir entre afirmaciones fundantes y circunstanciales. Pero el criterio hermenéutico mayor no serían las cartas, sino la vida de Jesús de Nazaret contada a través de los evangelios. Habría que ver cómo Jesús se relacionó y trató a las mujeres. A partir de ahí se puede tomar postura frente algunas afirmaciones de las cartas, nada favorables para las mujeres.

 

Elsa Tamez
Medellín, Colombia