Los pueblos de la tierra y nuestro futuro común

Los pueblos de la tierra y nuestro futuro común

João Pedro Stédile


Los estudios muestran que nuestra especie humana emigró desde Asia hacia América hace aproximadamente 50 mil años. América ha sido el último espacio del planeta en ser ocupado por el ser humano. Un territorio muy fértil, con mucha riqueza natural, una biodiversidad impresionante, que garantizó la reproducción y sobrevivencia de los humanos durante todo este tiempo. Hasta el siglo XVI aquellos pueblos vivieron en un sistema de comunismo primitivo, con una integración perfecta con la naturaleza, de donde obtenían su sustento. Cuando los recursos naturales escaseaban, o al ritmo de las estaciones, pasaban a otra región, en un nomadismo circular, volviendo luego a los mismos territorios una vez recuperados por la fuerza de la naturaleza.

En el siglo XVI tuvo lugar la invasión europea, que no fue provocada por la superpoblación o la necesidad de reproducción humana, sino por la necesidad económica de acumulación de bienes materiales determinada por el nuevo modo de producción, el naciente capitalismo mercantil europeo, que transformó todos los bienes en mercancías. Quien se apropiase de esas mercancías acumularía riqueza material, sería “rico”, tendría poder político y sería “superior” a los demás, los “pobres”.

Era el comienzo de la ganancia y de la apropiación privada, personal, de los bienes existentes en la naturaleza, lo que ha marcado la lógica del capitalismo hasta hoy. Esa lógica generó una sociedad extremadamente desigual: de un lado, unos pocos gananciosos, y del otro millares de excluidos de los bienes de la naturaleza.

Cuando llegaron aquí nos impusieron por la fuerza bruta esa nueva lógica perversa e injusta que se llevó la vida de millones de personas nativas de nuestro continente. Se calcula que había más de 8 millones de habitantes en lo que hoy es América Central y del Norte, y otros 8 en América del Sur. La mayor parte fueron diezmados a lo largo de 300 años de dominación colonial del capital europeo.

Trajeron después unos 7 millones de seres humanos, de África, como esclavos, comprados y vendidos como mercancías, para que produjeran más mercancías, a partir de la naturaleza. Extrajeron minerales (hierro, plata, oro, aluminio...) y luego productos agrícolas (azúcar, tabaco, pimienta, café...). Y a partir del siglo XX, petróleo, energía eléctrica, agua... Nuestra querida Rosa Luxemburg se refirió a la “acumulación primitiva” de los capitalistas europeos, apropiándose de los bienes de la naturaleza que pertenecían a los pueblos de la periferia, de los otros continentes.

Estamos ahora, en una nueva etapa del capitalismo. Un capitalismo dominado por el capital financiero y por grandes corporaciones internacionales, que dominan todo el mundo. Unas 500 empresas controlan el 60% de todas las mercancías producidas por 6 billones de seres humanos. Sabemos que toda esa riqueza material acaba centralizada en apenas 62 billonarios, que controlan más bienes que los 6 mil millones de seres humanos que la producen. ¡El 1% contra el 99% de la humanidad!

En los últimos años, ese sistema ha entrado en una crisis económica, ha disminuido la tasa de lucro de algunas empresas, ha generado desempleo en la población, afectando más a los más pobres.

Nada de eso sensibiliza a los capitalistas. Al contrario, como advirtió Rosa Luxemburg, en los periodos de crisis se vuelven todavía más ávidos de expoliar la naturaleza. Porque los bienes de la naturaleza tienen un valor bajo (medido en tiempo de trabajo necesario para extraerlos), pero cuando llegan al mercado como mercancías adquieren un precio alto, por su escasez, generando para los capitalistas una ganancia fantástica, por la diferencia entre el costo de producción y el precio final.

En los últimos años la saña del capital ha aumentado la expoliación de los bienes de la naturaleza y la explotación de los trabajadores. Aumentaron la productividad de las máquinas, para necesitar menos trabajo vivo, causando más desempleo.

Para ellos todo lo que existe en la naturaleza debe ser transformado en mercancía, para acumular dinero. Ya hay empresas que venden aire puro de Alaska en frascos, para la población de las ciudades contaminadas por las propias empresas del capital industrial. Están acabando con el agua, con los ríos, con la biodiversidad. Prácticamente ya no queda madera disponible en las florestas nativas...

Pero la naturaleza tiene su lógica y se venga. Nunca antes en nuestro planeta habíamos visto tantas sequías e inundaciones en diferentes regiones del planeta. Nunca antes habíamos sufrido tantas tempestades, tornados y hasta maremotos.

Pesa sobre todos nosotros una amenaza todavía mayor. Con la destrucción de la biodiversidad y de la naturaleza, hay un desequilibrio en el clima y las estaciones a lo largo del año. La Tierra se está calentando. Y los investigadores advierten que si en las próximas décadas aumenta la temperatura media en dos a tres grados centígrados... millares de formas de vida vegetales y animales desaparecerán y las ciudades costeras serán inundadas.

El Planeta tierra corre peligro. Millares de formas de vida están desapareciendo, poniendo en riesgo la sobrevivencia general. Entre los seres humanos, millones de personas están siendo afectadas por la falta de agua, de alimentación y de condiciones dignas. En las ciudades supone el aumento de la polución y la contaminación del aire.

Miles de personas mueren todos los años, en todos los países, con edades cada vez menores, de cáncer. El cáncer significa la degeneración de las células vivas del organismo humano, la mayor parte de ellas provocadas por el consumo de alimentos contaminados por agrotóxicos. Los agrotóxicos son venenos químicos utilizados por el capitalismo para matar la biodiversidad y diminuir la mano de obra en la producción agrícola, buscando sólo el lucro máximo. El capitalismo, en su fase de dominación mundial de todos los pueblos, está matando la vida en nuestro planeta, en busca sólo del lucro.

Y ese modo de organizar la producción y la vida social, que destruye la naturaleza, está sacrificando en primer lugar a los millones de seres humanos, que viven en las peores condiciones.

Los gobiernos realizan reuniones, conferencias, cumbres... No sirve. No quieren y no pueden controlar la saña del lucro de los grandes capitalistas. La última conferencia del clima, la COP 21 de París en 2015, fue una vergüenza. Hicieron un buen diagnóstico... pero no tomaron ninguna medida concreta para controlar al capital. Al contrario, crearon otros mecanismos para que el capital pueda seguir expoliando la naturaleza, incluso transformando el oxígeno de nuestras florestas en una nueva mercancía para ser vendida a los capitalistas que emiten el gas carbónico que nos mata.

Los Estados nacionales y los gobiernos locales no tienen ya fuerza para controlar la saña del capital. De ahí la irreversibilidad de la crisis mundial.

Entonces, ¿no hay salida? Claro que la hay. ¡Pero no en la lógica del capitalismo y de su lucro!

Necesitamos idear un nuevo modo de producir y de organizar la vida en todo el planeta, que respete la naturaleza, que establezca la convivencia de los seres humanos con todas las formas de vida.

Recuperar en la agricultura la producción de alimentos saludables con técnicas de la agroecología, que consiguen aumentar la productividad de la tierra y del trabajo, sin destruirla, como los campesinos practicaron a lo largo de siglos.

Reorganizar las ciudades, sin especulación inmobiliaria, garantizando vivienda digna con transporte público a partir de energías limpias.

Cambiar nuestros gobiernos y su institucionalidad del estado burgués. La revolución burguesa de Francia de 1789 se acabó. Necesitamos construir democracias populares reales, en las que el pueblo ejerza el poder real, en vez del capital.

Soy optimista. Creo que la naturaleza y su venganza nos va a ayudar a concientizar al pueblo, y algún día la mayoría de la población, en todos los países, se va a levantar y va a poner esa energía progresista en la construcción de los cambios.

La historia de la humanidad ha sido la búsqueda incesante de formas de vida más justas, igualitarias y solidarias. Hemos acumulado muchos conocimientos, mucha cultura en toda esa trayectoria, y con todo ello vamos a cambiar el mundo. Despierten, ¡los tiempos del cambio se avecinan!

 

João Pedro Stédile

MST y Via Campesina, São Paulo, SP, Brasil