Los Pueblos revitalizan la Utopía y la esperanza. Lo que ya se ha ido haciendo
Los Pueblos revitalizan la Utopía y la esperanza<
Lo que ya se ha ido haciendo
Isabel Rauber
En Latinoamérica, la destrucción de los aparatos productivos industrial y rural, el saqueo de los recursos naturales, la entrega de los bienes nacionales... que trajeron consigo el crecimiento de la desocupación, el hambre, el analfabetismo y la proliferación de enfermedades curables en grandes sectores de la población empobrecida, se hizo en nombre de la modernización, el progreso y la democracia neoliberales. Los resultados evidencian el rotundo fracaso social del neoliberalismo: su incapacidad para resolver los problemas de la humanidad, correlativa sólo a su evidente capacidad para agravarlos.
Pero la coyuntura ha cambiado; ya no estamos como en los años 90, cuando reinaba el pensamiento único neoliberal que preconizaba el “fin de la historia», el «no queda otra». En distintas latitudes, hombres y mujeres indígenas, campesinos, trabajadores de la ciudad y el campo, desplazados, excluidos, desocupados, labradores sin tierra, pobladores sin techo, ancianos desamparados, niños sin hogares... levantándose contra el estado de cosas, han tomado en sus manos el debate político, social, económico y cultural en sus realidades, y asumen la responsabilidad histórica que tales desafíos implican.
Conscientes de que la contradicción vida muerte sintetiza la disyuntiva dramática que caracteriza el problema fundamental de nuestra época, se replantean la necesidad de superar el capitalismo. La esperanza en un mundo mejor alimenta la utopía, y reubica en el horizonte al socialismo como perspectiva. Se trata de un socialismo renovado y enriquecido por la experiencia histórica de las construcciones socialistas del siglo XX y las resistencias y luchas de los pueblos del mundo.
En América Latina, esta perspectiva liberadora –sostenida por siglos por la resistencia de los pueblos originarios y que comenzó a latir con fuerza en el año 59, con la revolución cubana, es ahora alimentada por la creciente incidencia protagónica de los pueblos en la vida política de nuestras sociedades. Realidades sociopolíticas impensadas hasta hace poco tiempo, se abrieron en Venezuela, Brasil, Uruguay, Bolivia, Argentina, Chile, Ecuador, Nicaragua, Guatemala...
La vía democrática muestra hoy nuevas aristas y posibilidades: en manos de actores sociopolíticos populares, diversos gobiernos se convierten en herramientas importantes para desarrollar la participación protagónica del pueblo en el proceso político, social y cultural de cambios, construyendo desde abajo el nuevo poder popular. Un ejemplo sobresaliente lo constituye el proceso abierto en Bolivia, donde haciendo posible lo imposible , un descendiente de los pueblos indígenas, un campesino sin tierras, un cocalero, encabeza hoy el gobierno nacional. Esto sin olvidar el significativo y trascendental levantamiento indígena de Chiapas, los levantamientos indígenas de Ecuador, las resistencias populares en Perú, Colombia, Brasil, Paraguay...
Pero hay que estar atentos. Estos tiempos de cambios a favor de los pueblos, son también, por ello, tiempos de fuertes resistencias, instigaciones, provocaciones y sabotaje por parte de los sectores del poder. Llegar al gobierno abre a las fuerzas populares grandes posibilidades para iniciar o impulsar un sostenido proceso de cambios, pero simultáneamente ese gobierno, sus funcionarios, su accionar, sus colaboradores, se transforman en blanco de la acción opositora desgastante, corrosiva y destructiva de los personeros del capital.
Esto reclama con la mayor urgencia la conformación de una amplia fuerza social capaz de sostener el proceso y hacerlo avanzar. El desafío es: construir un amplio movimiento sociopolítico que articule las fuerzas parlamentarias y extraparlamentarias de los trabajadores y el pueblo, en oposición y disputa con las fuerzas de dominación parlamentaria y extraparlamentaria del capital (local global); es decir, construir una amplia fuerza social de liberación que se constituya en actor colectivo del cambio.
Gobernar, organizar, luchar y construir en aras de la liberación
Ni la participación electoral, ni el ser gobierno provincial o nacional pueden ser la finalidad última de la acción política alternativa. No se trata de llegar al gobierno y ocupar cargos. El reto consiste en encontrar o construir las vías políticas, jurídicas y sociales para hacer de las instituciones y los cargos, palancas colectivas capaces de propiciar el avance de los pueblos hacia la conquista de objetivos consensuados colectivamente.
La realización de asambleas constituyentes resulta clave. Donde se han llevado adelante impulsadas por los gobiernos populares, han implicado la apertura de las instituciones gubernamentales a la participación del pueblo. Y esto habla de la articulación de los cambios con el desarrollo de un nuevo tipo de democracia en lo político, económico, cultural, democracia que implica construir un nuevo tipo de relación sociedad-estado-representación política, abriendo los mayores cauces institucionales para que el pueblo participe en las decisiones políticas. La batalla político-cultural ocupa en esto un lugar central para combatir la hegemonía del capital, y construir la hegemonía propia.
Esto lleva directamente al imperativo de una ampliación de lo político, la política y de quiénes la hacen. Amplio, móvil y dinámico, lo político hay que desarrollarlo hoy articulando múltiples dimensiones: institucionales, partidarias, ciudadanas, urbanas, rurales, comunitarias, culturales, sociales, económicas; lo político es definido en cada momento por las prácticas concretas de los actores sociales.
En este sentido, el primer desafío político es descubrir en cada situación concreta las potencialidades que existen para impulsar el avance de las fuerzas propias en función de los fines propuestos. Y esto se interrelaciona con la capacidad de los actores socio-políticos para transformarse a sí mismos, para modificar la correlación de fuerzas existentes, desarrollando la conciencia, la organización y la participación de las mayorías en los actuales procesos de cambio, lo que anuncia un grupo de tareas políticas a tener en cuenta:
• Superar la sectorialización de la sociedad, las luchas, las propuestas, las conciencias y los actores, articulándolos en un horizonte reunificado de lo social y político.
• Profundizar la tendencia transformadora de los actuales gobiernos populares y progresistas del continente, abriendo la gestión estatal gubernamental a la participación de los pueblos, de la ciudadanía.
• Defender con la movilización permanente cada nueva conquista popular.
• Modificar las modalidades de la labor política y sus modos de organización y representación.
• Formar un nuevo tipo de militante, capaz de concertar voluntades diversas, de abrir los espacios al protagonismo de las mayorías, promoviendo su formación para que puedan desenvolverse autónomamente.
• Fortalecer los procesos de construcción del actor socio-político colectivo, construyendo una unidad política que reconozca las diferencias y sea capaz de convivir y funcionar con ellas.
• Desarrollar la batalla cultural. Rescatar la experiencia y las enseñanzas de los pueblos y sus organizaciones.
• Instaurar una pedagogía del cambio basada en las prácticas: el Movimiento Sin Tierra, de Brasil, ha hecho de este principio un fundamento para la construcción y desarrollo del protagonismo y la conciencia colectivos. Su mayor logro estratégico es el empeño pedagógico sistemático, integral político-cultural, articulado con las luchas por la tierra, la dignidad y la vida plena de los campesinos y de todos los trabajadores. Ellos llevan adelante la transformación desde el presente, desde abajo, en cada campamento, en cada toma de tierra, en cada movilización, en cada jornada de trabajo, siempre y en todas las instancias de la organización. De ahí que el Che Guevara se cuente entre sus referentes.
• Cimentar una nueva mística basada en la solidaridad, la ética y la coherencia.
• Construir el ideal social alternativo, la nueva utopía socialista, a partir de la cotidianidad. Hacer de nuestras actividades el primer ámbito para la creación del nuevo mundo, avanzando hacia él en los pequeños pasos de nuestras acciones individuales y colectivas.
En Latinoamérica vivimos hoy un tiempo excepcional, marcado por el protagonismo de los pueblos y la consiguiente recuperación colectiva de la confianza en que es posible un mundo diferente. Esta situación desafía nuestra imaginación y nuestra voluntad para convocar a las amplias mayorías populares y contribuir a su preparación, para que sean capaces de protagonizar cada vez más plenamente su vida, conscientes de que el futuro no se agota en nosotros, que la utopía de liberación está viva, que indica el horizonte para el desarrollo de la humanidad a la vez que es modificada por él. No hay un fin predeterminado; la humanidad se propondrá siempre nuevas metas y explorará nuevos caminos para lograrlas en aras de mejorar sus condiciones de vida y ampliar su libertad.
Isabel Rauber
Buenos Aires