MIRAR A LA PERSONA, COMPRENDER EL CONTEXTO, CUIDAR LA VIDA: JÓVENES Y SALUD MENTAL

 

ALINE GONÇALVES FERREIRA, BRUNO MÁRCIO DE CASTRO REIS

Los jóvenes son sujetos históricos, políticos y sociales. Sus experiencias se constituyen en las relaciones entre pares y también entre generaciones, en la vivencia del territorio que es espacio geográfico y también sociocultural. Sus vidas se tejen en el seno de relaciones de clase, raza y género, entre otras confluencias. Es amplia y de fundamental importancia la literatura que señala y defiende la necesidad de una comprensión crítica de la realidad juvenil y sus vivencias. Son numerosos los investigadores que adoptan el uso del plural -jóvenes/juventudes- para referirse a estas personas y grupos, destacando la diversidad que entrañan, sin por ello abordarlos de forma genérica, abstracta o estrictamente conceptual.
Un desafío constante para la educación popular crítica y transformadora es articular dialécticamente teoría y práctica. Este desafío se plantea también en lo que respecta a la formación y desarrollo integral de las juventudes y el cuido de su salud. Este artículo aborda el debate sobre juventudes y salud mental, una dimensión de la experiencia juvenil que ha despertado la atención, preocupación y cuidado de diferentes actores sociales en América Latina y alrededor del mundo.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) entiende la salud mental como un derecho humano fundamental que va mucho más allá de la ausencia de enfermedad. Según la OMS, la salud mental está directamente relacionada con el bienestar y la forma en que las personas piensan, sienten y actúan en el mundo, con su forma de vivir y de desarrollar habilidades. Todas las personas están sujetas a dolores y sufrimientos emocionales pero, además, la pobreza, la violencia y las desigualdades se consideran factores que pueden llevar al sufrimiento psicológico y a la enfermedad mental. La salud mental es un proceso complejo en el que intervienen factores individuales, familiares, comunitarios y estructurales, igualmente la enfermedad mental es multicausal, provocada por un conjunto de factores biopsicosociales.
Hay que evitar valoraciones apresuradas y juicios o comentarios con poco criterio y fundamento -lo que lamentablemente es bastante común- pues se corre el riesgo de convertir las experiencias humanas de dolor y sufrimiento, de conflictos y diferencias, en trastornos y patologías, acudiéndose a tratamiento farmacológico en casos que no lo ameritan. No toda tristeza es patológica ni implica depresión. Por otro lado, también se corre el riesgo de la ignorancia y de la negligencia en observar las condiciones de salud y las medidas de cuidado y protección, desestimando indicios de malestar, sufrimiento o enfermedad, descalificando quejas, síntomas y demandas de atención, tomándolos como debilidades individuales, sentimentalismos o falta de fe. En este sentido, resulta beneficioso comprender la dimensión sociopolítica del sufrimiento de las juventudes, es decir, los factores de riesgo y vulnerabilidad que pueden incidir en las enfermedades psíquicas. Además de la superposición e inseparabilidad de las relaciones de poder, y en ocasiones de violencia, relacionadas con las dimensiones de clase, raza, género, nacionalidad, grupo etario, entre otras, existen amenazas actuales al bienestar y a la salud mental de las personas, según la OMS: recesiones económicas, polarización social, crisis climática, emergencias humanitarias y sanitarias (como la pandemia de Covid-19), migraciones forzadas por conflictos políticos, entre otras.
Aunque se reconocen las muchas necesidades relacionadas con la salud mental, la Organización Mundial de la Salud afirma que las respuestas de los diferentes países siguen siendo insuficientes e inadecuadas. En general, los recursos asignados a la salud mental son muy bajos, alrededor del 2% de los recursos utilizados en el sector salud se destinan a la salud mental, lo que genera muchos vacíos en información, gestión, atención y servicios en los países de los diferentes continentes. Según la OMS, en 2019 casi mil millones de personas vivían con algún trastorno mental. El suicidio fue la causa de más de una de cada 100 muertes ese año y más de la mitad de esas muertes fueron de personas menores de 50 años. También según la OMS, las personas con enfermedades mentales mueren antes que la población en general, principalmente por muertes que podrían haberse evitado; y en todos los países, son las personas más pobres las que están más expuestas a enfermedades mentales, ya que son las que tienen menor acceso a los servicios de salud necesarios.
Estas líneas son una invitación a reflexionar sobre la condición juvenil actual, especialmente en lo que respecta a la salud mental, así como una invitación a adoptar prácticas que puedan contribuir al cuidado de la salud de las juventudes, abordando las condiciones estructurales que producen enfermedades y exclusiones, con el fin de promover la justicia, el cuidado y el buen vivir. Ante esta situación crítica, hay preguntas que pueden orientar prácticas transformadoras: ¿Cuáles son las políticas públicas dirigidas a la salud mental de las juventudes en mi ciudad, estado y país? ¿Cuáles son los servicios de atención de salud mental para niños, adolescentes y jóvenes, desarrollados por entidades civiles y organizaciones no gubernamentales en mi comunidad? ¿Cómo entienden los jóvenes y los adultos el sufrimiento psicológico y la enfermedad mental y en que medida relacionan esta condición con las estructuras sociales? La refexión comunitaria sobre estas preguntas puede llevarnos a cuestiones centrales que necesitan ser reveladas y debatidas, así como enfrentadas con valentía, organización y profecía, para construir justicia y buen vivir.