Movimientos neofascistas versus movimientos de liberación

Juan José Tamayo. Madrid, España.

Fascismo y religión son dos fenómenos que históricamente han mantenido una relación de complicidad, que ha desembocado con frecuencia en regímenes dictatoriales, nacionalismos populistas de derecha excluyentes y regímenes confesionales que niegan el ejercicio de los derechos humanos, la libertad religiosa y la igualdad de todas las religiones, persiguen el libre pensamiento y legitiman el patriarcado.  
El avance del fascismo en Italia, Alemania, Austria durante la primera mitad del siglo XX y en España en la modalidad del nacional catolicismo durante la dictadura franquista, que duró cuarenta años “fue respaldado, legitimado y autorizado con argumentos teológicos cristianos”, como afirma Michael Löwy, y contó con el apoyo de importantes organizaciones cristianas. El representante más cualificado de dicho uso reaccionario de la teología cristiana para fundamentar el nazismo fue Carl Schmitt. Contó también con el apoyo de muy importantes y muy influyentes organizaciones cristianas y, en muchos casos, de la cúpula de las iglesias.  
Hoy, se repite, contra todo pronóstico, el mismo fenómeno en la modalidad del movimiento “cristoneofascista”, que consiste en la alianza cristo-bíblico-militar-neoliberal-patriarcal-fascista, tan perversa como aquella, entre las organizaciones sociales, colectivos culturales y partidos políticos de la extrema derecha y las organizaciones cristianas fundamentalistas, que actúa coordinadamente en todos los continentes, y muy especialmente en América Latina, utilizando irreverentemente el nombre de Cristo y defendiendo la “teología de la prosperidad” como legitimación del sistema capitalista en su versión neoliberal.
 Dichas organizaciones se presentan como las únicas defensoras de los valores cristianos en su pureza. Tal pretensión, empero, es desmentida por sus discursos y prácticas de odio contra el feminismo, la mal llamada “ideología de género”, el matrimonio igualitario, el LGTBI, la educación afectivo-sexual, los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres, la ley de la memoria histórica, las personas migrantes, refugiadas y desplazadas, las comunidades musulmanas, el Estado laico y el movimiento ecologista.
 Se caracterizan por negar la discriminación de las mujeres, la violencia de género y el cambio climático, así como por la defensa del ultraliberalismo, la familia patriarcal, el nacionalismo excluyente y la dialéctica amigo-enemigo en las relaciones internacionales y en la política nacional. Sus discursos y prácticas están muy lejos de los valores del cristianismo originario como la opción por las personas y los sectores más vulnerables de la sociedad, el perdón y el amor, incluso a los enemigos.
A decir verdad, esta alianza está consiguiendo excelentes resultados en América Latina: refuerza gobiernos autoritarios, derroca a presidentes elegidos democráticamente, da golpes de Estado enseguida legitimados por otros Estados latinoamericanos y organismos internacionales, impide la aprobación de leyes en defensa de los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres, de los derechos LGTBI y de los derechos de la Tierra, encarcela a dirigentes políticos opositores, cambia el cristianismo liberador por el cristoneofascismo y las relaciones entre política y religión pasando de la actitud crítica hacia los diferentes poderes a su legitimación y sometimiento.
En Estados Unidos los diferentes movimientos evangélicos fundamentalistas crearon la organización Majority Moral para apoyar en 1980 la candidatura de Ronald Reagan, del Partido Republicano. Dicho apoyo fue decisivo para que el candidato republicano ganara las elecciones de 1980 y 1984, las segundas con un porcentaje de votos mayor que las primeras, por las concesiones de Reagan a las iglesias evangélicas en el espacio público. La alianza entre el nacionalismo populista excluyente y los evangélicos fundamentalistas se repitió en la elección de 1988 de George Bush senior y se mantuvo en las elecciones de 2000 y 2004, que dieron el apoyo a Bush junior.
En 2020 fueron las iglesias cristianas fundamentalistas quienes crearon el movimiento “Evangélicos por Trump” para apoyar su reelección. Ante la derrota de Trump, grupos extremistas armados y cristianos integristas enarbolando la Biblia asaltaron el Capitolio alentados por el propio presidente derrotado negándose a reconocer el resultado de las urnas a favor de Joe Biden.
En España hoy tiene lugar una alianza entre Vox y organizaciones ultracatólicas, que cuentan con el apoyo de un sector importante e influyente de la jerarquía católica, de algunos pastores evangélicos y con el silencio ¿cómplice? de los órganos representativos del episcopado español.
Hoy nacionalcatolicismo y cristoneofascismo se dan la mano en los programas y las prácticas políticas de las organizaciones religiosas ultraderechistas, los grupos y los partidos políticos de la derecha y la extrema derecha en alianza y complicidad. Estamos retrocediendo varias décadas. Es necesario pensar y activar estrategias pedagógicas adecuadas para revertir la situación y evitar así que el deterioro de la democracia vaya a más y que los valores religiosos se perviertan y se conviertan en sus contrarios.   
América Latina tuvo, durante más de una década, gobiernos progresistas, anti-imperialistas y socialistas, que contribuyeron al desarrollo de una democracia activa y participativa en sus respectivos países incorporando nuevos protagonistas a la vida política: mujeres pluralmente discriminadas desde siglos y hoy empoderadas; comunidades campesinas, indígenas, afrodescendientes, excluidas de la ciudadanía, que hoy se afirman como sujetos de su propia liberación; identidades afectivo-sexuales otrora perseguidas, que hoy reivindican la diversidad más allá de la heteronormatividad y de la binariedad sexual; la propia naturaleza depredada por el modelo de desarrollo científico técnico de la modernidad y que hoy, a través de los movimientos ecologistas,  reclama su dignidad y sus derechos; los pueblos originarios y sus saberes ancestrales vinculados a la tierra, otrora despreciados y hoy reconocidos como fuentes de sabiduría y generadores de vida; los movimientos sociales, portadores de la utopía de Otro Mundo posible .
Hoy América Latina ha girado hacia gobiernos conservadores, que niegan todo protagonismo a los sujetos emergentes que acabo de citar. La alianza entre la extrema derecha política y los movimientos religiosos fundamentalistas está cambiando el mapa político-religioso latinoamericano, poniendo en riesgo la democracia que tanto costó conquistar tras las largas dictaduras que convirtieron América Latina en un continente regido por la necropolítica de la Seguridad Nacional, y pervirtiendo los valores religiosos liberadores del movimiento de Jesús, del cristianismo originario y de las  misioneras y los misioneros defensores de las comunidades indígenas y pioneros del diálogo intercultural, interreligioso e interétnico.
Hoy se pretende sustituir la teología de la liberación, crítica del capitalismo y del imperialismo, por la teología de la prosperidad, legitimadora del neoliberalismo y del supremacismo. Incluso hay analistas políticos que dan por terminado el “ciclo progresista-liberador” latinoamericano. Tal conclusión me parece un acto de fatalismo histórico y de entreguismo al integrismo político y religioso. Por ello coincido con Enrique Dussel en que el sufrimiento de los oprimidos impide dicho final y que “nuevamente brota la vida a través de la violencia dominadora que intenta destruir los cambios creativos que se han producido por una izquierda todavía en estado de crecimiento en el ejercicio delegado del poder”.     
Los cambios creativos a los que se refiere Dussel se han producido también, y de manera muy significativa e influyente, por medio del cristianismo liberador que viene fraguándose y desarrollándose desde hace más de medio siglo en América Latina y sigue vivo y activo a través de las comunidades de base y de la teología de la liberación en sus diferentes tendencias: feminista, queer, afrodescendiente, indígena, ecológica, campesina, intercultural, interreligiosa, interétnica, interdisciplinar y decolonial.