No cualquier forma de pedir perdón

NO CUALQUIER FORMA DE PEDIR PERDÓN
Verdad y reparación para la reconciliación
 

Emir SADER


Los poderosos descubrieron que no les cuesta nada pedir perdón. El presidente norteamericano Bill Clinton, entre tantas disculpas por sus excesos sexuales, también pidió perdón a los negros por la esclavitud, poco después de que el derechista Pat Buchanan había afirmado que los traficantes habían hecho un favor a los esclavos al llevarlos de Africa a EEUU. Poco después, el mismo Clinton pidió disculpas a los sobrevivientes de un experimento hecho con 400 negros, dejados deliberadamente sin tratamiento de sífilis para saber cómo reaccionaba el cuerpo humano.

Más recientemente, en viaje a Guatemala, no teniendo nada que proponer a la región centroame-ri-ca-na (el “auxilio” que dio a la región para sanar los efectos del peor huracán de la historia centroamericana fue del mismo monto que el gasto del primer día de bombardeos a Yugoslavia) Clinton pidió disculpas por la decisiva participación norteamericana en las mayores matanzas realizadas en América Latina, en aquél país. El primer ministro británico Tony Blair, imitando a su líder norteamericano, pidió disculpas por los millones de muertos y otros tantos irlandeses inmigrantes a causa del hambre provocada en ese país. _

Pero mientras esas disculpas no vayan seguidas de actos de reparación, se quedan en meras palabras, en gestos de cara a la galería, que sustituyen la apuración de la verdad y la reparación, y banalizan el perdón.

Un país como Alemania, por ejemplo, que protagonizó una matanza sistemática de una raza durante el nazismo, se siente en el derecho de desarrollar otro tipo de discriminación, contra los millones de turcos que viven en ese país. Un tímido proyecto de concesión de doble nacionalidad provisional a los nacidos en Alemania fue bloqueado por el gobierno Schroeder, después de la derrota en una elección estatal, provocada por la movilización de la derecha, exactamente contra esa ley.

Por cierto, Africa Del Sur, con una comisión presidida por el Premio Nobel de la Paz, Mons. Des-mond Tutu, recorrió un camino distinto: el que va de la verdad a la reconciliación. O sea, al contrario de las autoamnistías concedidas por las dictaduras militares del cono sur latinoamericano, primero se establece la verdad sobre todos los hechos ocurridos, así como la responsabilidad de cada uno. Sólo después se define la amnistía para aquellos que colaboraron en la apuración de los hechos y revelaron su arrepentimiento.

Los mayores crímenes cometidos contra la humanidad estuvieron en el origen de la colonización americana: los pueblos indígenas diezmados, y el tráfico de centenas de millones de negros para ser esclavos en estas tierras por las potencias coloniales. Las poblaciones indígenas, habitantes originales de América, fueron subyugadas y oprimidas, promoviendo una política tendiente a su desaparición cultural y física. De los millones de nativos existentes hace cinco siglos, quedan algunas centenas de millares.

El reconocimiento de los genocidios practicados por los colonialistas en nuestro Continente -este año 2000, con ocasión del quinto centenario de la invasión de Brasil- contra los indios y los negros, debería ir acompañado de recompensas que repusiesen, aunque tarde y parcialmente, los males cometidos.

Los negros fueron arrancados de su mundo a la fuerza, transformados en mercadería barata para la acumulación primitiva del capital comercial a través de su política colonial. Esos negros, una parte de los cuales ya moría en las condiciones infrahumanas en que eran transportados de Africa para América, venían a trabajar como esclavos en tierra ajena, con una media de vida de unos siete años útiles. Fueron ellos quienes construyeron, durante siglos, toda la riqueza producida en América, constituyéndose en el contingente original de la clase trabajadora del Continente.

Para ellos no hay petición de perdón, ni recompensa; sólo olvido. Excepto en el caso de EEUU (y, aun así, de forma limitada, sólo para los negros, en relación a los cuales se desenvuelve la política de discriminación positiva, es decir, de cuotas en las escuelas, excluyéndose de este beneficio a los indígenas) no hay políticas compensatorias de reparación de los daños causados a centenas de millones de seres humanos, que continúan sobreviviendo en los escalones más bajos de las sociedades del Continente. Ni existen políticas privilegiadas de promoción económica y social de estos sectores, ni de sus culturas.

Menos aún se siente la humanidad -a través de sus gobiernos- en deuda con Africa, a la que le fueron extraídos de su seno esos contingentes de hijos suyos para producir la riqueza de otros países que hoy se valen de esa misma riqueza para despreciar un Continente masacrado además por las políticas de explotación colonial. El Continente negro vive hoy en peores condiciones de lo que hace algunas décadas, cuando consiguió, a duras penas, la independencia nacional de sus países. Es que a la independencia política no correspondió un cambio en su estructura social y en su inserción en la economía internacional. Países pe-ri-fé-ri-cos del capitalismo exportadores de materias primas y de productos agrícolas, su situación tendió a deteriorarse, porque no son un mercado de consumo para los productos sofisticados que las potencias capitalistas desean exportar. Tampoco tienen una mano de obra o una infraestructura que pueda atraer inversiones económicamente más avanzadas, lo que hace que sean marginales, periféricos, excluidos de los grandes avances que la humanidad tuvo en esas mismas décadas en que Africa retrocedió.

Para demostrar cómo EEUU, que pretende haber integrado a su política exterior la defensa de los derechos humanos, es el país que más se dificultad tiene en avanzar en su afirmación, la revista conservadora inglesa “The Economist” destaca cómo tardó 40 años en ratificar la Convención sobre Genocidio, 28 años para la Convención contra la discriminación racial, 26 para la Convención Internacional sobre los Derechos civiles y políticos. Muestra que 160 países ratificaron la convención que combate la discriminación contra las mujeres, excepto EEUU. Y sólo dos países no ratificaron la Convención sobre los Derechos del niño: Somalia y EEUU.

La revista destaca además que, incluso al ratificar los tratados, EEUU siempre hace una serie enorme de reservas que los hacen inaplicables en su país. También dificulta toda forma de monitoreamiento aprobada por los tratados y por la Corte Internacional de La Haya. Habría que añadir el rechazo norteamericano a firmar los tratados sobre control del medio ambiente en una última reunión sobre el tema en Buenos Aires, y su no adhesión a la formación de un tribunal internacional para juzgar crímenes contra la humanidad.

Se pregunta: ¿por qué ese comportamiento? ¿Será que la política norteamericana en el mundo está comprometida con genocidios contra la humanidad? Un país con ese tipo de comportamiento, ¿tiene capacidad para convertirse en juez de cualquier otro en el mundo? ¿O, aún peor, de ser oído sin protesta ni condenación por otros gobiernos serios?

Para que el perdón no quede reducido a un gesto cínico, de quien teatraliza una apariencia de humanidad y de capacidad de reconocimiento de errores pasados -en verdad lejanos- es indispensable que se extraigan consecuencias para el presente, demostrando que el arrepentimiento no es un gesto farisaico. La secretaria de Estado de EEUU, Madeleine Albright, promotora de los bombardeos “humanitarios” de Yugoslavia, preguntada en un programa de televisión sobre si era justo dejar morir a 500 mil niños iraquíes, víctimas del bloqueo económico a aquel país, respondió fríamente: “sí, es justo”.

¿Quién irá, de aquí a no se sabe cuántos años o décadas o incluso siglos, a pedir perdón al pueblo iraquí, al pueblo yugoslavo, al pueblo cubano, al pueblo libio, al pueblo coreano, al pueblo iraní, por los efectos fatales de la política de bloqueo de EEUU y de otras potencias capitalistas a estos países? ¿Quién pedirá perdón a los pueblos víctimas de las políticas hambreadoras del FMI, asumidas por las élites de países como México, Argentina, Brasil, entre tantos otros?

¿Quién, en nombre de las élites brasileñas, pedirá perdón al pueblo brasileño, por los crímenes cometidos en nombre de los intereses del gran capital nacional e internacional contra el derecho a la salud, el derecho a la educación, el derecho a la vivienda, al trabajo, a la cultura, al ocio, en una palabra, el derecho a la vida?

Los arrepentimientos y perdones, si no van acompañados de actos compensatorios y modificaciones radicales de la conducta, no sirven para nada, salvo para permitir que los verdugos duerman con menos peso en la conciencia.

 

Emir SADER

Brasil