Nueve mujeres históricas de la Patria Grande
Nueve mujeres históricas
De la Patria Grande
María Bartola
Contemporánea de las últimas luchas de los Incas contra los conquistadores, fue la primera historiadora de México, hablaba y escribía con fluidez el idioma de sus mayores y el castellano.
“La guerra ya se había declarado. El español ya pisaba nuestro suelo y fuimos nosotras, las mujeres, las que abandonamos todo (la casa, los hijos, el cultivo) para hacerle frente. Las mujeres, madres, esposas, hijas, sirvientes y reinas de Tenochtitlán, Texcoco, Tlacopán, Cuautitlán, todas peleamos desgarradas contra la insaciable sed de oro del conquistador.
Muchas murieron sin queja, con orgullo y muchas más continúan la lucha”.
No se sabe como murió pero poco importa porque los manuscritos de esta periodista e historiadora de su pueblo aún se conservan en México como testimonio de la resistencia a la conquista.
Azcalxochitzin
(Flor de hormiga)
Su marido, Netzahualcoyotl (coyote ayunador) era poeta y general de su pueblo. Pero más poeta que general, razón por la cual la Flor de la hormiga, bella, inteligente y más independiente de lo que los indios permitían a sus mujeres, fue la que organizó las primeras batidas contra los conquistadores al sur de México.
Defendió el sitio de su pueblo hasta que comprendió que el invasor, montado en seres mitológicos, ya que en América no se conocía el caballo, vencería cualquier resistencia. Entonces, se retiró a meditar y descubrió cómo vencer: su pueblo cavó fosas en la tierra, puso en ella trampas asesinas, las cubrió de maleza y así los conquistadores montados en sus briosos corceles, caían en ellas y se clavaban todas las flechas indígenas allí ocultas.
Murió en el campo de batalla.
Micaela Bastidas Puyucahua
Fue la más valiente y decidida Inca que luchó contra el invasor. Mujer de Tupac Amaru, dueña de una lucidez y un arrojo que la convierten en líder de su pueblo, respetada por caciques y temida por los invasores, estratega y estadista, en 1580 con las guerrillas ya organizadas en el interior del país, demuestra a su marido la necesidad urgente de la batalla.
Le aconseja no permitir a los invasores rearmarse después de la derrota de Lima. Tupac, quizás para demostrar que Micaela no lo maneja a su antojo, se niega.
Los combatientes caen en manos del conquistador.
Micaela con su orgullo natural acepta su destino, “...en la tribuna se planta tan majestuosa que admira...” y pasa a ser el paradigma de las mujeres que se agazapan en el monte y continúan la lucha iniciada por ella.
Tomasa Titu Condemayta
Su gran personalidad la puso al frente de un grupo de mujeres que defendió con uñas y dientes los puentes que el invasor necesitaba cruzar para sitiar a Tupac.
Tomasa ve con desesperación que ya no le quedan ni piedras ni lanzas para continuar la lucha. Sin embargo, le escribe a su amiga Micaela: “Continuaré hasta donde sea posible. Ni mis mujeres ni yo dejaremos tranco de huella sin cubrir. El invasor no pasará sino sobre nuestros cadáveres. Anima a Tupac y tu no desesperes”. El invasor logró derrotarla pero ella murió imperturbable, irónica y despectiva, no pidió misericordia ni se arrepintió de lo acaecido.
Anacaona
Anacaona (Flor de Oro) fue mujer de Caonab, el más poderoso y encarnizado enemigo de Colón. Raptada por la soldadesca, dejada por el almirante, logró fugarse.
Era muy bella y cultivaba con fortuna la poesía, debiéndose a su inspiración muchos areitos que los indígenas cantaban en sus fiestas.
Murió en 1502, pero antes fortaleció a su pueblo del que era cacica. Organizó los grupos de resistencia con sentido militar y desafió con osadía, valor y casi inconsciencia a los primeros españoles que pisaron América.
Imataca
Amiga íntima del Inca Roca, comprendió desde las primeras luchas contra el invasor que la guerra sería dura, que sólo con la voluntad, el adoctrinamiento, la fuerza que los indios pusieran en cada batalla, podrían resistir el poder militar de los españoles. Organizó a las mujeres, aleján-dolas del telar para adoctrinarlas en la libertad y el respeto a la tierra de sus mayores.
Apasionada revolucionaria, se introdujo en grupos españoles y fue una informante inapreciable para su pueblo que la amaba, la respetaba pero también la temía por su carácter, su inflexibilidad y su capacidad de lucha. Una vez derrotados los indios en Venezuela, fue hacia el Perú y allí continuó su lucha y su militancia.
Erendira
Princesa purépecha que junto con su padre Timas, monarca Tangzxhuan, formó un ejército de guerrillas para resistir la carga conquistadora.
Cristóbal de Olid, dueño y señor de aquellos lares, mandó un ejército bien pertrechado para acabar con los purépechas. No sólo fueron rechazados sino que sufrieron una derrota irreparable. En su huída dejaron un hermoso caballo blanco. La princesa Erendira lo pidió para sí, aprendió a manejarlo tanto mejor que los españoles. Poco tiempo después su pueblo fue atacado nuevamente. En lo más encarnizado de la lucha, apareció Erendira montada en su caballo blanco y abriéndose paso con su lanza mató a cuanto invasor se cruzó en su camino.
Erendira se perdió en la espesura del monte y desde allí continuó en su lucha por la libertad.
Policarpa Salavarrieta
Nació en Cartagena de Indias, hija de español e india esclava, Policarpa se crió en el vasallaje. A medida que fue creciendo y escuchando las historias de sus mayores, asumió su condición de indígena, renegó de lo español y puso toda su fuerza en las luchas por la liberación.
Tomada prisionera por los invasores, le ofrecieron salvar la vida a cambio de unirse a los suyos: “Míos son los indios que luchan en el monte por su patria. Con ellos me quedo”.
Serafina
Vivía con su tribu en las costas del Río de la Plata. Como toda india querandí su sumisión al hombre era absoluta. Sin embargo, estos valores se alteraron cuando Alvar Núñez Cabeza de Vaca llegó.
Dulce, tímida, obediente, se rebeló contra el invasor, cuando los querandíes fueron diezmados y encerrados en los montes.
Serafina, al frente de un grupo de mujeres se hizo tomar prisionera, enamoró a un capitán español y lo pasó al bando de los indios.
Cada una de las indígenas que la acompañaban, tenía la misma misión: enamorar a los enemigos. Así, las mujeres conquistaron a los conquistadores y cuando Alvar Núñez Cabeza de Vaca abandonó las costas cercado por el hambre, la sed y la decepción de no encontrar oro, descubrió que sus mejores hombres vivían con los querandíes y no tenían intención alguna de regresar con la expedición.