Nuevos agendes de socialización. Los movimientos sociales

Nuevos agentes de socialización
Los movimientos sociales
 

José Coronado Cobeñas


El historiador peruano Alberto Flores Galindo, cuya temprana desaparición constituyó una gran pérdida no sólo para el pensamiento socialista sino para el pensamiento político en general, abordó casi con obsesión el tema de la «utopía», como posibilidad de encontrar las esquivas respuestas o tal vez las propuestas que puedan concretar los sueños de un mundo diferente al que ha venido configurando el sistema dominante, y que hoy se expresa en la globalización neoliberal excluyente. Se refirió también a la crisis, pero no en los términos tradicionales que vinculan el término a una situación de descomposición casi irreversible, como lo que de alguna manera trataron de vendernos en los últimos años los apóstoles del neoliberalismo o los mentores ilusos del fin de la historia. Nos planteó la crisis en una dimensión, que a la luz de los acontecimientos históricos de la última década, cobra mayor vigencia: la crisis, decía «Tito» Flores, tiene que ser entendida como aquellas situaciones en las que algo viejo está muriendo y algo nuevo no puede nacer.

También propuso muchas cosas más que hoy tocan de alguna manera las fibras sensibles de lo que poco a poco se viene construyendo en muchas partes de América Latina, con más o menor intensidad, con sus propias particularidades y también con no pocas dificultades. Y en varios de sus audaces ensayos, se refería justamente a los autores sociales, a esos que están persistiendo en demostrar que las ruedas de la historia siempre giran hacia adelante, que pueden tener retrocesos, pero que finalmente van adelante. Dar cabida a otros sectores sociales y a los jóvenes, planteaba.

¿Quiénes son esos nuevos actores sociales?

En los últimos años, muchos países de América Latina han sido víctimas de las reformas neoliberales del Consenso de Washington, cuyas políticas no sólo han empobrecido a la población sino que han enriquecido aún más a las poderosas transnacionales y han hecho mucho más grande la brecha que separa ricos y pobres. Pero al mismo tiempo, estas políticas han ido incubando, procreando respuestas, en principio aisladas o ignoradas, pero perfilando una inadvertida potencialidad, que al encaminarse colectivamente, sin duda, han empezado a ser los grandes responsables de los cambios que hoy se viven en esta parte del mundo.

Estos movimientos, que en principio surgieron para responder a cuestiones mucho más locales o regionales, con plataformas de aspiraciones nacionales, incluso con una clara tendencia sectorial, se han ido configurando paulatinamente hasta darse cuenta de que muchos de sus problemas son comunes, al igual que sus aspiraciones. La crisis de los actores tradicionales, sobre todo de los partidos políticos que enarbolaron en su momento el cambio y plantearon no sólo reformas sino que incluso reivindicaban el socialismo, ha venido a ser de alguna manera un factor que ha estimulado el surgimiento de estos actores sociales, con un renovado protagonismo.

La agresión constante que se deriva del irracional sistema productivo, principalmente extractivo, ha incubado movimientos de defensa del medio ambiente y de los recursos naturales, que constatan que en realidad, lo que está en juego no es sólo su supervivencia, sino la del planeta mismo. La apropiación, o mejor dicho, la «privatización de la tierra y el agua» que quiere perpetrar la política neoliberal, ha propiciado el surgimiento de vastos movimientos campesinos e indígenas, que cada vez buscan mayores mecanismos de coordinación e interacción conjunta que van más allá de sus fronteras. Los renovados intentos de convertir en vulgares mercancías servicios tan básicos y elementales como la educación, también han incentivado el resurgimiento de un espíritu no sólo contestatario, sino sobre todo solidario y consciente de millones de jóvenes dispuestos a defender la gratuidad de la enseñanza.

Y a ellos, se han seguido sumando, un cada vez más creciente y diverso movimiento de mujeres campesinas, indígenas, ecologistas, feministas, que no sólo reclaman y conquistan igualdad con sus pares varones, sino que cuestionan el sistema dominante, y que ocupan cada vez un espacio mayor en los ámbitos dirigenciales y en el propio aparato de poder público. En medio de las dificultades propias que supone la unidad dentro de la diversidad, se han ido incorporando también sectores tradicionalmente excluidos, como los movimientos de diversidad sexual, aquellos que luchan por desterrar el oprobio del racismo, o por recuperar el sentido auténtico de democracia participativa y real, el ejercicio vital de la ciudadanía, o los que luchan para evitar que América Latina se convierta en tierra de impunidad y reino de la corrupción, y por supuesto, muchos más que postulan, más allá de matices propios, algo que una consigna ha logrado sintetizar o conjugar como justa y legítima aspiración: «Otro mundo es posible».

Todo este torrente ha logrado construir también los espacios de encuentro que les han permitido reconocerse, compartir sueños y esperanzas, construir colectivamente, marchar, debatir y reflexionar fructífera y multitudinariamente, y también, por qué no, debatir y discrepar civilizadamente, porque de eso también se alimenta la ansiada unidad de los pueblos. Y si en principio, uno de estos espacios fundamentales para unir a todas estas voces fueron los Foros Sociales Mundiales, también han ido surgiendo otros espacios, otras formas de encuentro, que se recrean y se enriquecen.

Las cumbres sociales, que han constituido formidables respuestas a aquellas citas oficiales en las que la gran mayoría de los mandatarios se reunían para firmar vacuos, triviales o grandilocuentes documentos que en nada servían a los pueblos, se han ido legitimando cada vez más y constituyéndose en espacios casi obligados por no decir imprescindibles para escuchar la voz de los excluidos. Los encuentros de diverso contenido sectorial o temático, y hasta los mismos eventos de las coordinaciones sociales o campesinas, han contribuido a enriquecer este proceso de encuentro de estos nuevos actores sociales que son cada vez más protagonistas.

Sería injusto no reconocer sin embargo, que a esta presencia del movimiento social que se hace cada vez más creciente y cuyo accionar traspasa las fronteras de América Latina, ha contribuido en los últimos años el surgimiento de gobiernos que no se someten a los designios del neoliberalismo y del capitalismo transnacional. Y todo ello es producto de una dinámica dialéctica que se retroalimenta e interactúa. Algunos de estos gobiernos han sido fruto precisamente de una presencia activa y combativa de estos movimientos sociales, que han logrado frenar o traerse abajo a las expresiones políticas de las oligarquías, y que implementan gobiernos que buscan, en medio de no pocas dificultades, luchar contra la pobreza y dar beneficios justamente a estos sectores sociales que hicieron posible este tipo de nuevos gobiernos. Y estos dirigentes, buscan demostrar que hay una nueva forma de gobernar que escucha la voz de estos movimientos, participando también de estos espacios sociales y populares.

La comunicación, arma vital del movimiento social

Los movimientos sociales no marchan ni avanzan solos. Así como se dotan de instrumentos organizativos que les permiten seguir actuando más allá de sus espacios físicos de encuentro, también han sabido construir sus propias redes que les posibilitan estar cada vez más intercomunicados. No son sólo los medios alternativos que desde hace ya buen tiempo dieron voz y espacio a estos actores sociales, y son sin duda un gran aporte. Ahora, han avanzado a construir también desde ellos mismos, sus propios medios que dicen y difunden su propia voz, su propio pensamiento, sus propuestas, que no son sino sus anhelos y esperanzas.

Tejen sus propias redes y se apropian cada vez más de todos los medios posibles que multiplican el eco de sus acciones, encuentros, movilizaciones, protestas y propuestas. Echan mano de sus emisoras de radio y televisión comunitarias, buscan mantener e incrementar sus boletines, revistas y periódicos; han hecho de internet un campo en el que también se debaten sus propuestas políticas, se fundamentan y crean conciencia de sus demandas sectoriales y de sus propuestas globales para enfrentar el poder de los grandes monopolios de desinformación que, hasta hace poco tiempo, pretendieron ser la única y exclusiva caja de resonancia de la ideología neoliberal.

Son diversas las experiencias de la nueva comunicación que cada vez más van de la mano con sus propios movimientos, recogiendo y compartiendo esas múltiples y variadas voces incansables que pregonan que Otro Mundo es Posible; pero que no sólo lo pregonan sino que dan más muestras palpables de sus logros y avances, que han frenado y derrotado a las expresiones neoliberales que pretendían seguir desnacionalizando los países y entregar sus riquezas a la voracidad de las transnacionales.

Son estas experiencias las que vienen demostrando que la comunicación no es sólo un instrumento para difundir hechos, sino para construir pensamientos nuevos y propuestas, que la comunicación es una estrategia que tiene que ir de la mano y ser parte de este movimiento social, de estos nuevos actores; que, en todo caso, «otra comunicación es posible», porque también es en este campo donde se juega una de las batallas trascendentales para que otro mundo sea posible.

A fin de cuentas, y volviendo a Tito Flores, creo que es lo que nos permitirá «discutir el poder, no sólo la producción y los mercados, sino también dónde está el poder, quiénes lo tienen y cómo llegar a él. Cuestionar el discurso liberal. Los jóvenes lo pueden hacer».

Sólo agregaría: los jóvenes, como protagonistas fundamentales de los movimientos sociales.

Ello es parte de la Utopía, y también de la crisis, y por lo tanto, ellos pueden hacer que por fin lo nuevo pueda nacer.

 

José Coronado Cobeñas

Minga Informativa

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