Nuevos Puntos de partida

 

A partir de la nueva arqueología bíblica

Bartolomé Élmer Lavastida Alfonso Santiago de Cuba

 

La realidad no es estática, como la identidad no es fija una vez por todas: todo está en proceso constante de transformación, devenir y auto-poiesis (auto creación)... Luigi Schiavo.

 

Basados en este concepto de la historia proponemos un análisis comparativo de lo que nos propone la nueva arqueología bíblica y la narrativa en las Escrituras hebreas y cristianas. No lo haremos en orden cronológico, sino buscando un nuevo sentido de la realidad en los textos referidos.

El primer punto de partida lo situamos en el relato de la experiencia misionera de Pedro en Cesarea (Hech 10-11). Teniendo en cuenta la «mirada» del autor de Hechos, basada en la posible fragilidad de su «investigación» (Lc 1:1-3), nos acercamos a las palabras del Apóstol en la puerta de la casa del militar romano, Cornelio: Ustedes deben saber que, a nosotros, los judíos, la ley no nos permite visitar a personas de otra raza ni estar con ellas. Pero Dios me ha mostrado que yo no debo rechazar a nadie. Por eso he aceptado venir a esta casa (Hech 10:28, TLA). Hay una nueva dimensión ontológica que incluye a todo ser humano. Pedro siente que no sólo tiene delante a aquel grupo de invitados de Cornelio y su familia, sino a toda la raza humana, un ADN universal. Está ocurriendo una transformación genial dentro de Pedro y su generación.

Teológicamente, las leyes rabínicas quedaban superadas al traspasar Pedro las barreras que por siglos aislaban a los judíos de sus contemporáneos. No se declara obsoleta la Torá, pero sí se proclama una nueva hermenéutica. El militar que sólo alcanzaba la clasificación judía de «temeroso de Dios», ya queda bautizado con toda su casa (oikos), como semilla de la congregación cristiana de Cesarea.

Sin querer hacer una super-valoración del momento histórico, dentro de las estructuras sociales y políticas de la Palestina del siglo I, comienza una revolución que no sería posible antes de Pentecostés. ¡Cuánto se sembró hacia el futuro durante esa estancia de varios días en aquella casa de Cesarea! (Hech 10,48). En estos casos es importante aceptar el reto de Walter Brueggemann de usar la imaginación como herramienta interpretativa.

Sin duda, esto marcó un punto de partida que no siempre se desarrolló con aristas tan positivas, pero sí ofrece una señal de primeros pasos en una discontinuidad saludable.

Nos movemos hacia otro punto de partida mucho más lejano en la historia y menos positivo que el anterior, pero que dejó consecuencias de muy largo alcance.

Cuando aparece a fines del siglo XIX la teoría documentaria de Wellhausen, se procuraba explicar el por qué de las diferencias entre Génesis 1 y 2, entre Éxodo 20 y Deuteronomio 5, y otras muchas, pero no se sabía que no dependía tanto de diferentes documentos (J, E, P...) cuanto de otros factores, como el momento en que se desarrolla y consolida la escritura hebrea (siglo VII aC), el desarrollo real -arqueológicamente comprobado– del Reino Unido de Israel y su identidad.

Las respuestas a estas inquietudes han venido de la segunda mitad del siglo XX, con el estudio de la nueva arqueología bíblica, como ciencia ya no apologética, sino objetiva y crítica. Proyectos de gran envergadura en Jerusalén y sus alrededores (Meggidó, Kuntillet-Arjud, Khirbet Queiyafa, Hazor, Betel...) contando con arqueólogos universalmente conocidos como Israel Finkelstein, director del Nadler Institute of Archeology de la Universidad de Tel Aviv, y Neil Asher Silberman, director del Center for Public Archeology and Heritage de Bélgica, sitúan la preponderancia judía no a finales del siglo XI e inicios del X aC, sino a finales del siglo VIII e inicios del VII aC.

Esta nueva luz sobre la narrativa histórica descubre el segundo punto de partida, que tiene que ver con las reformas iniciadas por Ezequías (715-687) y consolidadas por Josías (639-609). Más que reforma, se trata de la institución del judaísmo como no había sucedido desde la formación de esa etnia semita (2Reyes 23:22). En la literatura de esta época llamada deuteronómica es recurrente el verbo volverse, pero más que un regreso a una «edad de oro» pasada, es una reinterpretación del ser de Israel. Es evidente esta vuelta ontológica en la nueva hermenéutica del decálogo (Dt 5:15). Ahora la razón del shabbat no es el descanso de Dios (Ex 20:11), sino el éxodo, la liberación político-social. Concuerda este enfoque con la reanimación de la Pascua como celebración emblemática de Israel (2Reyes 23:21-23).

Hay asimismo una reinterpretación cúltica, que hace del Templo el centro absoluto de la vida religiosa y el regreso al concepto de pacto (berit), que convierte la fe judía en exclusiva y elitista. Se restablece y se fortalece teológicamente el monoteísmo, para darle al nuevo Israel judaico un sello entre todos los pueblos contemporáneos más visible que la marca corporal masculina de la circuncisión. Como componente que asegura la continuidad de estas medidas, la hegemonía de los levitas y la casta sacerdotal.

La forma en que el dúo Ezequías/Josías promovieron y dirigieron esta refundación del judaísmo estaba garantizando la monarquía en Israel en una dimensión que conjuga poder político con liderazgo religioso, imagen típica de «la Casa de David», un concepto mesiánico que perdura hasta nuestros días.

Todo este desarrollo tardío de Judá (Israel) tomó mucha más importancia y se perfeccionó y modificó ante la alta demanda de identidad que significó el desplazamiento al exilio babilónico a partir del 605 aC, y especialmente después de la destrucción total del templo en 586 aC, lo que condujo a la centralización, jerarquización y exclusivismo en el judaísmo.

El impacto del movimiento de Jesús en el primer siglo transformó la mentalidad de sus primeros seguidores –la mayoría judíos, como Pedro– y creó una nueva realidad, una nueva historia.

Los nuevos descubrimientos arqueológicos están llamados a impactar la compleja identidad religiosa actual con verdades transcendentes que le permitan reconocer y superar su obsolescencia. Es un nuevo punto de partida.

Pensemos en la labor educacional de la Iglesia en todos sus niveles, desde los seminarios teológicos hasta el nivel de párvulos en la Escuela Dominical. ¿Cómo incorporar al currículo del estudiante de teología que se prepara para interpretar y exponer las verdades bíblicas los nuevos criterios sobre la formación de la nación y pensamiento de Israel? Es sabio, y honesto, ir gradualmente educando al niño, luego al adolescente y finalmente al joven en el verdadero enfoque científico de la creación, usando los relatos bíblicos como lo que son, poemas primitivos que intentaron explicar una realidad compleja. No los descartamos, como Marción, sino que nos esforzamos por descubrir el mensaje que tienen para nosotros hoy. Ello significa un reajuste pedagógico de enorme esfuerzo, y difíciles pero necesarias consecuencias.

En la secuencia etaria no se mencionan los adultos, porque ésta sería la etapa más difícil de reeducar. Se requiere mucha diplomacia y paciencia en todo nivel, porque implica cambios en el significado de la existencia humana misma, y modificaciones sustanciales en su identidad.

No se perfila este nuevo punto de partida como una experiencia romántica, teniendo en cuenta la feroz resistencia tradicional al cambio del mundo eclesial, y por la reforma gigantesca que implica en lo bibliográfico. Los esfuerzos misioneros conservadores han engendrado una mentalidad fundamentalista en todos los campos misioneros, a nivel mundial, y han satanizado todo intento de actualización como herejía liberal. Pero entre los dichos de Jesús nos alienta el que recoge Juan (8:32): «Ustedes conocerán la verdad, y la verdad les hará verdaderamente libres».

De manera que, quienes hemos conocido esta nueva verdad que nos ha liberado de la rutina y la duda, percibimos el compromiso de hacerla llegar a nuestra generación y a las siguientes como un nuevo y liberador punto de partida.