Otra América Latina es posible

Otra América Latina es posible

Claudia KOROL


Otra América Latina (A.L.) es posible, podría ser una consigna que recupere una aspiración, un sueño, una utopía; pero también puede ser el título de un programa de acción que no iniciamos hoy, que está en marcha, y que parte del reconocimiento de nosotros mismos, de nuestra cultura, de nuestra identidad, de nuestras poten-cialidades, de nuestra historia, de nuestras creaciones.

Desde la raíz

A.L. es, como tal, como “latina”, resultado de una sucesión de invasiones y genocidios que instauraron a sangre y fuego el capitalismo, entendido no sólo como proyecto económico, sino como cultura de dominación. Al hacerse “latina”, negó su ser inka, mapuche, maya, kuna, misquita, coya, tojo-la-bal... Reconocer este sello de nacimiento, obliga a pensar que una A.L. que sea otra, requiere mirar más abajo de la tierra que pisamos, hasta visualizar las raíces que pretendieron suprimir. Mirar los ríos de sangre que riegan nuestra identidad. Escuchar las diferentes formas de nombrar el maíz, el sol, la luna, el amor. Recuperar el lugar de las culturas resistentes, que aún continúan peleando por su existencia, como parte fundante de esta América.

Me refiero como primer paso, al respeto por las lenguas, por las historias, por las cosmovisiones de los pueblos originarios; y un paso más allá, establecer el diálogo necesario para un encuentro de nuestros pueblos, que no implique sometimiento, subordinación, sino la posibilidad de establecer los desafíos comunes a todos los oprimidos del Continente.

La unidad antiimperialista de Nuestra América

Un programa posible para otra América Latina, re-quiere comprender que el proyecto neoliberal pretende que avancemos en un tipo de fragmentación que nos presenta como una suma de regiones económicas (MER-COSUR, Región Andina, etc), que serían todas a su vez tuteladas por EEUU, en los marcos del ALCA.

Frente a ese programa que nos fragmenta, urge rescatar colectivamente el sueño martiano de Nuestra América, el programa bolivariano que decía que Patria es América, el proyecto continental de Guevara.

A.L. es un Continente con historia, con memoria. Las lecciones que nacen de las gestas emancipatorias de Bolívar, de San Martín, de Artigas, de Sandino, de Farabundo Martí, de José Martí, no son parte de un pasado a glorificar, sino de un presente a construir: la unidad de A.L. Unidad como proyecto antiimperialista, que a su vez reconozca la diversidad de historias, de experiencias y de identidades que la habitan. Que sepa tocar la clave de lo nacional, como parte de una sinfonía continental.

Unidad que requiere identificar al imperialismo norteamericano -concepto que han querido poner en desuso, pero que la brutalidad de la dominación y de la política guerrera de sus gobiernos reinstalan una y otra vez-, como enemigo de la humanidad. No se trata de una consigna. Se trata de conocer los elementos con los que se ejerce la dominación: el FMI, el Banco Mundial, la militarización, el proyecto del TLC, el Plan Colombia, el Plan Puebla Panamá, el bloqueo a Cuba, y cuando les es necesario, la guerra y la invasión.

Es imprescindible tomar conciencia de la barbarie civilizatoria a la que empujan a toda la humanidad las políticas imperialistas, y establecer un plan de acción común de los pueblos de A.L. contra la guerra, el militarismo, el ALCA, y las distintas formas de dominación político-cultural en curso. Un plan latinoamericano de resistencia, que tienda también lazos hacia los latinoamericanos y tercermundistas que habitan “en las entrañas del monstruo”, y hacia todas las fuerzas políticas y sociales que emergen en el mundo, desafiando la lógica de una globalización que se hace sobre la base del exterminio de pueblos completos.

Creer posible lo necesario. Realizar lo posible

¿Es posible, en tiempos de fragmentación, construir una propuesta de este tipo? No sólo es posible, sino que hay esfuerzos que ya se están reali-zando. El Foro Social Mundial ha realizado ya su tercer encuentro en este Continente. No es una casualidad, sino producto de la acumulación de resistencias y de búsquedas realizadas. En A.L. existen articulaciones políticas, sociales y cul-tu-rales de los movimientos populares. Fortalecer estos espacios con acciones comunes que construyan iden-ti-dad, resistencias y alternativas, es un camino hacia nuestro mutuo reconocimiento.

En 1973 el golpe de estado de Chile inauguró un tiempo de reflujo de los movimientos populares en A.L. El terrorismo de Estado en cada país, financiado y aseso-rado por las políticas norteamericanas, realizó un verda-dero genocidio, sólo comparable con el exterminio que abrió paso a la “conquista” de América, a fin de instau-rar el “nuevo orden mundial” del neoliberalismo.

Pero esta etapa comienza a revertirse. Las políticas neoliberales han llevado a nuestros pueblos a un estado de desespe-ración y cansancio, que se revierte en crisis de goberna-bilidad, y en la oportunidad de ensayar propuestas alternativas. Podemos analizar, en esta perpectiva, la potencialidad de los movimientos populares que inauguraron el enfrentamiento al TLC desde los confines de la Selva Lacandona, de los que llevaron a Lula al gobierno en Brasil, de quienes sostienen una perspectiva socialista en Cuba, o de los que derrotaron el golpe imperialista contra Chávez en Venezuela. Podemos sentir esta fuerza en las batallas que libra el movimiento popular en Bolivia, en Ecuador, en Argentina, en Colombia, en Centro América. Es responsabilidad y un desafío para estos movimientos, sostener el rumbo del proyecto alternativo, a partir de la intensa movilización y el crecimiento de sus fuerzas en la base social, agredida y golpeada por décadas de neoliberalismo.

La batalla cultural

El reconocimiento de este hecho requirió superar la derrota producida por las dictaduras, y también ejercer caminos de reconstrucción de los movimientos popula-res, de ejercicio de su autonomía, de recreación de un pensamiento revolucionario, que no fuera tributario de las miradas eurocéntricas o de las imposiciones que surgen de la hegemonía conservadora mundial, sino que, recogiendo las diferentes vertientes teóricas y culturales del Continente, fuera elaborando un camino propio, que integrara de manera sistemática las experiencias produ-cidas en la resistencia cultural, política y social a todas las formas de explotación y dominación.

Un desafío para que otra A.L. sea posible, es aportar a la creación de una cultura latinoamericana cuyos valo-res, ideas, pensamientos, símbolos, sean opuestos a los de la cultura que sostiene y reproduce la dominación capitalista. La sistematización de las expe-riencias de los movimientos populares, como camino para el desarrollo del pensamiento crítico, revoluciona-rio, para la creación teórica colectiva, para la forja de los movimientos popu-lares como intelectuales colecti-vos, para la formación política e ideológica de una nueva generación de inte-lectuales orgánicos, es parte de los desafíos a asumir, en los que la educación popular puede auxiliarnos, en diá-logo con el pensamiento social, con las culturas origina-rias, con los aportes que provienen del feminismo, y de otras búsquedas emancipatorias.

Creando poder popular

Estos nuevos pensamientos y prácticas, irán forjando de manera colectiva los proyectos de poder popular, de creación de autonomía, de acumulación de experiencias de confrontación con los opresores. Aprendiendo a ocupar las tierras para hacerlas trabajar, como hace el MST del Brasil, aprendiendo a ocupar las empresas para hacerlas producir sin patrones, como los trabajadores de fábricas recuperadas en Argentina, aprendiendo a ocupar las conciencias y los sentimientos con sueños que me-rezcan ser vividos y no con propagandas que estimulan el consumismo y la alienación, como hacen los zapatis-tas, aprendiendo a transformar la memoria en fuego ardiente, como las Madres de la Plaza de Mayo, apren-diendo la pelea de la dignidad contra el dinero, que realiza cotidianamente el pueblo cubano. Espacios de poder popular, que multiplican la experiencia en la que se ensaya, como en un gigantesco laboratorio, la posibi-lidad de una nueva sociedad.

Un proyecto que enfrente toda la opresión

Las batallas anticapitalistas necesitan reunir las demandas económicas y sociales por el trabajo, la vi-vienda, la tierra, la educación, la salud, con las bata-llas contra todas las opresiones. Es necesario que las deman-das de género, que la lucha contra las discriminaciones por la opción sexual, religiosa, por razones étnicas, que las denuncias de los ecologistas, sean parte -y no secundaria- de un programa que permita unir en un bloque político social a quienes sufren diferentes opre-siones, y al mismo tiempo ir creando en los movimientos populares nuevas relaciones, construidas sobre la base del humanismo, del respeto, de la ternura, de la solidari-dad. Relaciones que comiencen a anticipar, en nuestras experiencias de poder popular, de forja de autonomía y autoconciencia, el tipo de sociedad por el que luchamos.

La opción por el socialismo

La opción por el socialismo parece ser la perspectiva necesaria a construir como proyecto civilizatorio, en el imaginario de millones de víctimas del capitalismo. La opción por el socialismo no puede ser, en ningún caso, la repetición de modelos o dogmas; sino constituir en la perspectiva mariateguiana, creación heroica de los pueblos; o desde la mirada de la teología de la liberación, la realización de la opción por los pobres.

Opción por los oprimidos. Experiencia emancipatoria. Creación de hombres nuevos y mujeres nuevas. Memoria de los caídos que fertiliza nuestra creación. Sin perder la ternura jamás, como nos pedía el Che, floreciendo en rebeldías por el Continente, que dice, que anuncia, que cree, que otra América Latina es posible.