HIMNO AL AMOR (1 Cor 13)
Si yo tuviera en mí
todas las emisoras
los tablados de rock del mundo entero
y los altares y cátedras y los parlamentos todos,
pero no tuviera Amor,
yo sería… ruido sólo, ruido en el ruido.
Si yo tuviera el don de adivinar
y el don de llenar los estadios
y de hacer curas milagrosas
y una supuesta fe, capaz de trasportar cualquier montaña,
pero no tuviera amor,
yo sólo sería… un circo religioso.
Si yo distribuyera
en cestas de Navidad
y en propalados gestos caritativos
los bienes que gané -¿bien, mal, quién sabe, quién no sabe?-
y hasta fuera capaz de dar mi salud
en prisas y eficacias,
pero no tuviera Amor,
yo sólo sería… imagen entre imágenes.
Paciente es el Amor y disponible,
como un regazo materno.
No tiene envidia ni se vanagloría.
No busca el interés como los Bancos:
sabe ser gratuito y solidario, como la mesa de la Pascua.
No pacta nunca con la injusticia, ¡nunca!
Hace fiesta de la Verdad.
Sabe esperar, forzando impertinente las puertas del futuro.
El Amor no pasará, aun cuando pase todo lo que no es él.
En la tarde de esta vida nos juzgará el Amor.
Niña es la ciencia y gatea apenas;
niña es la ley, juguete el dogma;
el Amor ya tiene la edad sin edad de Dios.
Ahora es un espejo la luz que contemplamos;
un día será el Rostro, cara a cara.
¡Veremos y amaremos como El nos ve y nos ama!
Ahora son las tres:
la fe, que es noche oscura;
la pequeña esperanza, tan tenaz;
y él, el Amor, que es el mayor.
Un día, para siempre, más allá de la noche y de la espera,
será sólo el Amor.
ABRAHAM
De tierra en tierra, mías pero extrañas,
voy a la tierra que El me ha de mostrar.
Con todo un Pueblo Nuevo en las entrañas
y el holocausto vivo en el altar.
Cargo la maldición de las ciudades
y la utopía de la gran Ciudad,
nómada al sol de todas las verdades
y a la invisible luz de la Verdad.
Soy a la vez Salem y la contienda,
la incontable legión, la sola tienda,
la encina y el sepulcro de Mambré,
los rebaños ausentes en mis pastos,
la Sara estéril de mis días castos,
la noche y la promesa de Yavé.
CAÍN
Lleva el destino a cuestas, con el saco,
muerto el amor y la tristeza viva.
Le escuece el alma en el mirar opaco.
Es una soledad a la deriva.
Ha cruzado la Isla, el Araguaia,
la sociedad, el tiempo, el mal. Rehuye
la luz del sol y el sueño de la playa.
Huye de todos, de sí mismo huye,
condenado a vivir su vida muerta.
Si ha violado la ley, la paz presunta,
a él le hemos matado la paz cierta.
Quizá sea un Caín, pero es humano,
y por él Dios, celoso, nos pregunta:
-Abel, Abel, ¿qué has hecho de tu hermano?