Para un Buen Convivir, superar el «especism

Para un Buen Convivir, superar el «especismo»

Pedro A. Ribeiro de Oliveira y Rodrigo Salles de Carvalho


El proyecto del buen vivir incluye una propuesta de paz que va más allá de la soñada «paz universal» entre los pueblos. Al postular la necesidad de la armonía entre la humanidad y la naturaleza para que seamos dignos hijos e hijas de la misma Madre-Tierra, aparece el tema de la dominación de los «diferentes» como si fuesen «inferiores». Esa forma de dominación puede verse a lo largo de la historia humana y cuenta siempre con una ideología que pretende justificarla mediante el prejuicio contra la víctima de la dominación. Basta recordar el papel del sexismo, del racismo o del eurocentrismo como instrumento cultural de dominación de las mujeres, de los negros y de los pueblos originarios, por la minoría masculina, blanca y «civilizada». Afortunadamente muchos movimientos sociales denunciaron esas ideologías y derrotaron sus razones, aunque todavía sobrevivan tales formas de dominación. Pero fue preciso que mujeres, negros y pueblos colonizados levantasen su voz de protesta para derribar las ideologías que ocultaban la dominación.

Estamos ahora ante otra forma de dominación del «diferente» en la que, al contrario de las anteriores, las víctimas nunca han argumentado contra el prejuicio que las aplasta, porque aunque tengan voz, no hablan. Es el especismo: la dominación de la especie homo sapiens sobre otras especies vivas. Se trata de una dominación tan antigua que parece ser natural. En eso se asemeja al esclavismo, que por muchos siglos fue legal y moralmente admitido, como si los derrotados en guerra y su descendencia perdieran para siempre la libertad. También hoy hay gente que justifica el especismo con los argumentos más diversos. La lectura literal de la Biblia, por ejemplo, es utilizada para afirmar que el ser humano, «imagen y semejanza» del Creador, recibió el mandato de «dominar la tierra». La filosofía es usada para conferir a los «animales racionales» el atributo de sujeto, en relación con la naturaleza. También las ciencias del siglo XIX fueron utilizadas para justificar la «superioridad» de la sociedad moderna sobre otras culturas y pueblos.

Todos estos argumentos han mostrado su fragilidad ante el pensamiento crítico en el siglo XX, al hacerse evidentes los males de un desarrollo científico y tecnológico sin límites. La bomba atómica lanzada por EEUU contra dos ciudades japonesas, los campos de exterminio nazi, las masacres de poblaciones indefensas, el aumento de la distancia entre ricos y pobres, los regímenes totalitarios, la sobreexplotación de los recursos naturales, los desequilibrios ambientales... han puesto en cuestión el mito del progreso sin fin, haciendo desmoronarse el antiguo optimismo.

Es en medio de esta crisis del pensamiento donde se consolida mundialmente la conciencia de los Derechos Humanos, aparecen las primeras formulaciones de los Derechos de la Tierra y aparece la crítica al especismo. Su punto de partida es el mismo de la crítica a otras formas de prejuicios que ven en una diferencia la prueba de la superioridad. En el caso del especismo, tal superioridad se atribuye al homo sapiens, ya que su especie quedaría encima de todas las demás como si no formase con ellas la gran comunidad de vida de la que habla la Carta de la Tierra. Es como si todos los seres vivos fuesen clasificados en sólo dos categorías: una, la de los individuos pertenecientes a la especie homo sapiens, y por tanto incluidos (por lo menos teóricamente, pues en la práctica no es así) en el campo de la protección moral y de los derechos; la otra categoría congregaría a todos los individuos de las demás especies, que estarían desprovistos de valor moral y de derechos, por el hecho de ser «inferiores». Cabe preguntarse: ¿será una ventaja para la especie humana colocarse separada y encima de todas las demás especies, para tratarlas como si sólo existiesen para satisfacer sus deseos?

Para responder a esta cuestión, conviene tener en cuenta que la conciencia de los valores morales es como un círculo, que cuanto más se abre para incluir nuevos participantes, más rico y complejo se vuelve. Al quebrarse la rigidez de sociedades cerradas, se gana en sociodiversidad y en capacidad de apertura a lo nuevo. Ejemplar fue la actitud de Jesús de Nazaret: al acoger y valorar a los extranjeros, leprosos, niños y mujeres, rompió con el exclusivismo judío e instauró un nuevo modelo para la convivencia humana.

La inclusión del «otro» en el círculo moral de una sociedad no pasa por la semejanza aparente, incluso porque nunca existe semejanza total. La inclusión depende, eso sí, de una igualdad al nivel más profundo. Fue el paso dado por los movimientos sociales que, al demostrar las falacias y mentiras utilizadas para sostener el racismo, el sexismo y demás prejuicios que marginan a los «diferentes», abrieron el camino para la apertura de la sociedad a su participación plena. Y en ese proceso, todos han ganado: los grupos excluidos salieron de su situación marginal, y la sociedad ganó en sociodiversidad.

A partir de esa experiencia, cabe echar mano de argumentos que favorezcan la inclusión de otras especies vivas en el restricto círculo de los sujetos de derechos. Nuestro sentido moral repudia cualquier propuesta de excluir a personas con deficiencia mental grave o ancianos decrépitos del derecho a una vida con dignidad. Sin embargo, animales como vacas, perros o leones adultos, a pesar de que demuestren tener tanta o más percepción de sí y de sus relaciones con el ambiente externo que aquellas personas, son excluidos de aquel derecho. Es imperativo poner en cuestión esa exclusión de especies animales capaces de percibirse, sentir dolor, placer, carencia, satisfacción y empatía con sus semejantes.

Somos la única especie que se enorgullece de su conciencia, pero es cierto que otras especies exhiben un grado de senciencia superior al nuestro. Esto es, perciben muy bien, por los sentidos, que son seres individuales en relación con otros seres de su especie y de otras especies y con el ambiente natural en el que viven. Aunque los límites de la senciencia no sean nítidos, es innegable que muchas especies vertebradas –por lo menos mamíferos y aves– son sentientes.

¿Por qué motivo, entonces, habríamos de realzar la consciencia que nos separa de las otras especies, en detrimento de la senciencia que nos une a ellas? ¿Por qué todos los seres vivos, de todas las especies que forman la biodiversidad de este planeta, con excepción de la especie homo sapiens, están fuera del ámbito moral regido por el derecho a la vida con dignidad? ¿Cómo defender plausiblemente que la evolución, que adaptó a todos los seres vivos actuales para sobrevivir cada cual con sus cualidades, valora más el pensamiento humano que la organización de colectividades de aves o mamíferos?

Se alegan argumentos tan difundidos como falaces para descalificar a quien defiende los Derechos Anima-les y sus consecuencias en nuestro comportamiento –como el régimen alimenticio vegetariano– tal como en otros tiempos se hizo contra abolicionistas, feministas, antirracistas y militantes de Derechos Humanos.

Es importante recordar que ni esclavismo, ni sexismo, ni racismo fueron vencidos de la noche a la mañana. Cada proceso exigió y todavía exige su costo (¡incluso en vidas humanas!), tiempo y militancia, que se desdoblan en diferentes acciones. Y es también fundamental recordar que si no nos decidimos a admitir la discusión de las ideas corrientes, a buscar la verdad y a luchar por ella, quedaremos presos de un sistema productivista-consumista que está provocando la sexta gran extinción de especies del planeta y que podrá llevarnos incluso hasta la extinción de la propia especie humana (perspectivas optimistas indican que la tasa de extinción actual es 7 veces mayor que la anterior a las sociedades humanas).

La superación del especismo exige una doble actua-ción: una es la crítica a la argumentación falaz que lo oculta; la otra es la apertura de espíritu para la inclusión de otras especies en el campo de los valores y del derecho. De esa forma la humanidad podrá alcanzar un nivel moral superior, en el que los Derechos Humanos, los Derechos animales y los de la Tierra se abracen y sean efectivamente respetados. Todavía no sabemos exactamente cómo llegaremos a ello, pero, ciertamente, el primer paso es tomar conciencia de que lo que nos diferencia de las demás especies no puede jamás ser motivo para dominarlas o tratarlas como cosas. Por eso, nuestro cuidado debe ser enfocado en primer lugar hacia las especies cuya senciencia es evidente. Serán ellas las primeras incluidas en el círculo de protección moral y de derechos.

Puesto que estamos dotados de inteligencia, somos los agentes responsables de la organización de la gran comunidad de vida, de modo que progresivamente sean incluidas más y más especies. La sabiduría ancestral del Buen-Vivir, al postular la necesaria armonía entre todas las especies, deberá aliarse a las conquistas de la ciencia y de la tecnología, que ya indican sobradamente la necesidad de una revolución moral. Hay ahí un buen desafío al pensamiento y a la práctica en esta década que será decisiva para el futuro de la vida en el Planeta.

Pedro A. Ribeiro de Oliveira y Rodrigo Salles de Carvalho

Juiz de Fora, MG, Brasil