Paraguay: novedades y expectativas

Paraguay: novedades y expectativas

Antonio Caballos


La madrugada del 3 de febrero de 1989, fiesta de san Blas, patrono de Paraguay, despertó el país con una noticia sorprendente: un golpe militar desplazaba del poder a Stroessner tras 35 años de dictadura. La pregunta era si se trataba sólo de un cambio de persona, o si las promesas de democratización hechas por el general Rodríguez, consuegro del dictador, autor del golpe, iban en serio.

Las elecciones del primero de mayo de 1989 sirvieron únicamente para legitimar la presidencia del general Rodríguez. Pero en 1990 se cuenta con un nuevo código electoral, que permite en 1991 la elección de intendentes, con la sorpresa de un independiente al frente de la municipalidad de Asunción. Era la señal de que el oficialista Partido Colorado podría respetar las reglas del juego democrático. En 1993 se llega a las elecciones presidenciales y es en ellas donde realmente se comienza la práctica del pluralismo político, en un marco amplio de libertades, aunque un conjunto de factores impidieron que esas elecciones señalen el fin de la transición y el inicio de un estado de derecho. Las dificultades impuestas por la Junta Electoral Central en la entrega de los padrones a los partidos, el cierre de las fronteras el día de las elecciones para imposibilitar un posible ingreso masivo de opositores, el uso de los bienes del Estado a favor de la Asociación Nacional Republicana (Partido colorado) y, principalmente, el abierto apoyo a la dupla colorada por parte del comandante del Primer Cuerpo de Ejército, general Oviedo (que se convirtió en el real jefe de campaña del binomio Wasmosy-Scifart) impiden considerar las elecciones como totalmente democráticas. La neutralidad de las instituciones castrenses quedó como una de las más importantes tareas pendientes.

Un nuevo mapa político

Pese a todo ello, el mapa político paraguayo se ha transformado notablemente. La monolítica tríada «gobierno / fuerzas armadas / partido colorado» se ha roto y han surgido nuevos factores. El gobierno, siendo colorado, encuentra divisiones en su partido, que se mostraron muy fuertes en sus mismas luchas internas, con distintas facciones en pugna. El ejército, presionado por la oposición y la opinión pública, se mantiene en reserva, aunque se le sigue mirando con preocupación y recelo. El poder legislativo, con una mayoría opositora, obliga a negociaciones y alianzas. Las nuevas gobernaciones departamentales luchan por una autonomía y un protagonismo inéditos hasta ahora. Y lo más importante: parece haberse ido tomando conciencia de que no ser oficialista no es un delito, de que es posible disentir y de que las minorías políticas tienen derecho a participar.

Temas pendientes

Dos parecen ser los temas más importantes: el poder judicial y la cuestión social. Se promulgó a finales de marzo de 1994, tras serias resistencias, la ley del Consejo de la Magistratura, con la cual se puso en marcha el proceso de reforma judicial, en un país donde la venalidad ha sido característica de jueces y magistrados, ante la aceptación de los demás y la protesta impotente de quienes querían ver en la justicia una garantía de la convivencia cívica. Reforma importante, porque los focos de corrupción que los medios de comunicación no dejan de airear, siguen imperantes, a todo nivel. Corrupción difícil de erradicar, en parte por los cuantiosos intereses ya consolidados sobre ella, en parte por su connaturalidad en todos los ámbitos de la vida pública. Una nueva práctica judicial y una amplia educación cívica serían necesarios para superarla.

El nuevo ámbito de libertades políticas coincide con el empeoramiento de la situación social, concorde con la nueva situación económica internacional. Itaupú, la mayor represa hidroeléctrica del mundo, supuso la absorción de una numerosa fuerza de trabajo y el ingreso de cuantiosas divisas, no siempre debidamente usadas, en la década de los 70 y primeros años de la de los 80. Por entonces también la emigración, especialmente a Argentina, era una válvula de escape a la creciente desocupación. Hoy día el campesino y el joven se encuentran cada vez más presionados. No en balde el primer semestre del 94 se vio sacudido por las protestas campesinas, coyunturalmente por el precio del algodón, pero más a fondo por una reforma agraria auténtica y una mayor participación campesina en los centros de decisión de las políticas agrícolas. Los sindicatos comienzan su práctica de lucha, sin historia en los años pasados. Y el sector informal, mayoritario en el país, siente los efectos de la depauperación. Todos, con una conciencia creciente de sus derechos y de la injusta distribución de la riqueza, y con la esperanza de que las promesas hechas en un cambiado escenario político den paso a realidades concretas. Hasta ahora, las luchas por el poder en la clase política parecían haberles hecho olvidar estas cuestiones urgentes. Las movilizaciones campesinas y de trabajadores les han obligado a prestar algo de atención a sus preocupaciones. Hasta qué punto llegarán a ser los nuevos ejecutivo y legislativo resonancia directa del sentir popular, pronto se va a ver. De no llegar a sintonizar, pudiera ser que nuevos actores sociales irrumpan con mayor fuerza en la vida pública paraguaya, pero al margen también de las aparentemente renovadas estructuras representativas.