Pero, ¿hay o no hay otro mundo arriba?
Pero, ¿hay o no hay otro mundo arriba?
Una manera de pensar... que hay que repensar
José María VIGIL
VER: Un mundo dividido en dos pisos
Los humanos llevamos milenios pensando e imaginando el mundo dividido en dos: éste, el mundo que vemos, y otro mundo, el divino, el cielo, el mundo de arriba, donde está Dios, los espíritus misteriosos...
En la calle, en ciencia, en economía... ignora-mos ese «otro mundo»: sólo cuenta el mundo real. Pero en la vida personal, ante los grandes misterios de la vida, y sobre todo en lo religioso, miramos hacia arriba.
La inmensa mayoría de nosotros fuimos educados, cuando niños, en la idea de que existen esos dos mundos; nuestras mamás, las historias religiosas que nos contaron, tal vez la catequesis, la cultura ambiente... lo presentaban así, y así lo creímos entonces. Luego nos hemos hecho adultos, hemos estudiado, tenemos que funcionar en este mundo real... y nos preguntamos: ¿existe o no el mundo de arriba? ¿Es «de fe»? ¿O es «de ciencia» que no existe?
¿Qué es ese mundo de arriba?
Hasta el siglo XVI, en prácticamente todas las culturas del pasado se ha tenido la idea de que este mundo depende enteramente de un mundo superior, invisible e inalcanzable, donde habitan las fuerzas celestiales: Dios, o los dioses, los espíritus, las fuerzas sobrenaturales que dominan y amenazan este mundo.
En la visión cristiana eso se traduce en que en el cielo mora Dios, Señor celestial, sentado en su trono, desde donde dirige el Universo. Le acompañan los ángeles y los santos, en una «corte celestial» al estilo de las cortes de los monarcas antiguos. Ese mundo de arriba es superior en todo: en fuerza, en vida, en conocimiento, en felicidad. De vez en cuando, ese mundo envía alguna comunicación, alguna «revelación» para que sepamos algo del mundo de Dios, sobre todo lo que debemos hacer para agradarle (la ley de Dios). Tener propicio al cielo, con nuestras oraciones y sacrificios, puede salvarnos de peligros y sufrimientos que de otra manera son inevitables. Ese mundo de arriba, el de Dios, sino el mundo futuro, el mundo definitivo: allí iremos todos tras la muerte.
Parecería que hay en la naturaleza humana algo que postula la existencia de este segundo piso, porque si no, no se explica la fuerza de esta creencia, su presencia constante durante milenios en casi todas las culturas y religiones (no es un tema cristiano, sino de las religiones neolíticas en general). ¿Qué significa?
JUZGAR:
¿De dónde viene esta forma de ver?
La creencia en dos mundos no puede venir de la religión, porque hoy sabemos que la religión no enseña física, ni cosmología, ni astrofísica... La religión no puede darnos un «mapa» de la realidad, con uno o con dos pisos... Por su parte, la ciencia, desde que comenzó a desarrollarse en el siglo XVI, viene insistiendo en lo contrario: no hay dos mundos. Entonces, ¿quién lo dijo?, ¿y de dónde se lo sacó?
La mayor parte de los elementos de la cosmovisión común a los pueblos de Occidente procede de los filósofos griegos (siglos antes del cristianismo). Platón es quien más influyó, en su Timeo, que establece la división entre el mundo visible y el invisible, entre el cuerpo y el alma. Ésta tiene su mundo propio en las estrellas, y de allí ha caído en el cuerpo, que pertenece a la tierra y está contaminado de mal y de mortalidad. Si en esta vida el alma controla al cuerpo, volverá al mundo de arriba. El cristianismo hizo una amalgama de las ideas hebreas, babilónicas y griegas, en un debate de varios siglos que nos entregó el dibujo acabado de la cosmovisión que hemos heredado.
¿Qué es esto?
En principio se trata de unos «mitos». Todas las culturas, antiguas y modernas, los tienen. Mito no significa falsedad, ni simples «cuentos muy viejos». Son un instrumento del que se servían las culturas antiguas para figurarse lo que, a falta de ciencia y otros medios, no podían captar y expresar de otra manera. Todo ser humano se pregunta dónde está, qué es este mundo, de dónde ha salido... Todas las culturas se han sentido obligadas a responder para los suyos: este mundo surgió de la nada, o germinó de la tierra, o lo creó un dios y lo organizó de esta o aquella manera. Las respuestas a estas preguntas tan fundamentales, sólo podían darse mediante esas narraciones geniales (los mitos) que proporcionaban una cosmovisión común a toda una cultura, a muchos pueblos.
Esa idea genial de que hay un mundo arriba del que dependemos, hizo vibrar a muchas culturas y religiones, que hicieron suya esa descripción del cosmos.
Pero, ¿qué es describir la realidad global como un mundo estructurado en dos pisos con esas concretas relaciones de dominio/dependencia entre ellos?
Es un «axioma»
Así se llama, en física y en otras ciencias, a ciertas afirmaciones básicas que no se pueden demostrar (no están a nuestro alcance), pero que nos parecen plausibles y no podemos proceder sin ellas. Por ejemplo, el axioma de Euclides: «por un punto exterior a una recta, pasa una y sólo una paralela a ella». A mí puede darme igual que pasaran 2, o 25, pero si no establecemos que sólo pasa una, no podemos construir la geometría «euclidiana», la normal. Lobatchevsky se aventuró a admitir que pueden pasar 2 paralelas, y la geometría que construyó, no eucleidiana, es totalmente distinta de la normal (y también sirve).
El ser humano capta pronto que este mundo no es sólo de lo que los ojos ven y las manos tocan, de lo que se pesa, se mide y se come, sino que hay en él muchas fuerzas espirituales que parecen controlarlo. Nuestros antepasados trataban de entender. ¿Qué realidades son ésas que parecen controlarnos, dónde están, cómo actúan? Los mitos dibujaron un «mapa» que los acabó situando en ese mundo arriba.
Los mitos cumplieron un papel decisivo (la ciencia no estaba todavía ahí para echar una mano). Los mitos pusieron los cimientos de la cultura de cada pueblo, los arquetipos instalados en su subconsciente colectivo, los axiomas fundamentales... todo lo cual permitía a cada pueblo que todos sus habitantes pudieran vivir en un mismo mundo imaginario colectivo.
¿Se puede creer hoy en dos mundos?
Estamos asistiendo al quiebre de una tradición milenaria. La actual ruptura cultural indica que no es posible continuar con algunos axiomas. La ciencia los ha desmentido: no hay otro mundo arriba, ni fuera del nuestro. Las nuevas generaciones ya no pueden siquiera imaginarlo. En la vida real ya todos lo hemos olvidado. Pero en el plano de la religión todavía muchas personas mantienen una visión dualista: siguen pensando que hay otro mundo de arriba, que interviene en el nuestro, y con el que podemos contar...
Quien quiera seguir creyendo en ese mundo de arriba no se sentirá solo: toda la tradición de las culturas y religiones, y del cristianismo en concreto, fue construida sobre ese axioma platónico, y está expresada todavía en ese lenguaje dualista. Por el contrario, quien quiera unificar en su persona lo que sabe por la ciencia con su vida religiosa, y vivir consciente de que está «en un mundo único», no en dos, tendrá que hacer un esfuerzo grande, porque somos la generación del cambio cultural. Lo viejo está muriendo, y lo nuevo no ha terminado de nacer.
ACTUAR: ¿Dejar de creer en el mundo de arriba?
La visión conservadora piensa que creer en un mundo que está arriba forma parte esencial de la fe, sine qua non. Pero son muchos los creyentes modernos y abiertos que están experimentando que se puede ser persona religiosa y cristiana sin creer en dos mundos, sintiéndose en un solo mundo, éste.
Sabemos que Jesús pareció hablar también de dos mundos, igual que afirmó que el sol gira alrededor de la Tierra o que el grano de trigo «muere» para dar vida (una metáfora bella pero una falsedad biológica). Jesús no conoció a Galileo; más bien le llegaron las ideas de Platón. Pero no dudamos de que hoy dejaría a Platón por Galileo, y nos reprocharía no pasar a vivir decididamente en ese mundo unificado que la nueva cosmología y la física cuántica nos han descubierto.
Se puede ser cristiano -o de cualquier otra religión- y no creer en dos mundos. No hace falta pensar que sólo existe la «materia inerte»...; la dimensión transcendente (aquello que los primitivos ubicaron «arriba») no está expatriada, fuera de este mundo, sino en la realidad misma. Es como su corazón. El mundo es su cuerpo. Llamándolo Dios significaban algo que es el mismo mundo en cuanto divino, no un «señor» sentado en un trono, allá arriba...
Repiensa el tema de los dos mundos, y toma tu decisión, porque si no, hay alguien que ya lo pensó por ti (Platón en este caso, no Jesús) y te pasaron su pensamiento como algo incuestionable. No hay por qué vivir alienados por un pensamiento ajeno. Tiene que ser posible ser cristiano y ser adulto, y vivir y pensar en el mundo real. Por lo menos quien lo quiera.
Obviamente, esto es muy complejo, y sólo estamos sugiriendo (no demostrando) que está apareciendo otra forma de ser religioso, sin división esquizofrénica entre la realidad y la cosmovisión religiosa. Esto exige reinterpretar muchas afirmaciones religiosas clásicas. Nuestra Agenda quiere ayudar a quien quiera planteárselo (cfr. p. 234).
Recomendamos: Radford Ruether, Rosemary, Gaia y Dios, Demac, México 1993.