Pintando la Utopía con la cámara y la pluma. Recursos pedagógicos

Pintando la Utopía con la cámara y la pluma
Recursos pedagógicos
 

Martín Valmaseda


Es difícil contar un sueño, más aún pintarlo, y mucho más fotografiarlo o filmarlo. ¿Cómo vamos a describir lo que todavía no existe? En realidad explicar cómo es el mundo que soñamos es una obra de chatarrero: recoger los restos de este mundo en que vivimos e intentar -con la imaginación, la computadora o la cámara- ensamblarlos, o fundirlos, para ofrecer algo que creemos será mejor.

El cine y la literatura utópica son una «huida hacia delante». Pero huimos con la espalda cargada de nuestro presente, y eso nos hace difícil avanzar.

Este punto de partida puede servirnos para hacer algunas distinciones:

1.- El cine y literatura de utopía se confunden muchas veces con la ciencia-ficción. Y no son lo mismo, aunque se relacionen bastante.

2.- Como los autores juegan con su propia experiencia y su dosis personal de esperanza, a muchos la utopía se les convierte en contra-utopía: «El mundo feliz» no tiene nada de feliz.

El intento por describir un mundo utópico corre el peligro de la inmovilidad, o de aparecer como una cumbre desde donde ya se inicia el descenso... Es la frase del famoso economista: «Cualquier organización que llega a la perfección en su forma está ya en decadencia» (Galbraith, «El dinero. De dónde vino, a dónde fue»).

Al intentar pasearnos por libros y películas que traten de utopías y contra-utopías (disutopías) nos encontramos perdidos en un bosque... Quiero decir que la presente búsqueda de cine y literatura utópicos sólo es, al fin, como unas pinceladas perdidas en esa selva del papel y las cámaras. Ustedes encontrarán seguramente otros muchos títulos y películas.

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Empecemos proponiendo los dos polos literarios que marcan los extremos. Fue Tomás Moro el que fijó el nombre. «La isla de Utopía» es el polo positivo.

En el extremo negativo, el economista norteamericano Fukuyama marca «el final de la historia». La única opción viable es el liberalismo democrático, que se constituye en el llamado pensamiento único: las ideologías ya no son necesarias y han sido sustituidas por la economía. Estados Unidos sería así la única realización posible del sueño marxista de una sociedad sin clases...

Junto al sueño del mártir y político, Tomás Moro, otro inglés, William Morris, más cercano a nosotros en el tiempo, nos presenta «Noticias de ninguna parte»: el joven que despierta en la Inglaterra del año 2102. Una revolución ha dejado el mundo convertido en un paraíso. Existe una perfecta igualdad entre los humanos...

Junto al extremo de Fukuyama encontramos la novela «Un mundo Feliz», de Huxley. Con una diferencia: Fukuyama presenta el fracaso de las utopías socialistas y la puerta al capitalismo como la única utopía posible, en cambio Huxley ironiza sobre el progreso de ese «mundo feliz». Para remachar el clavo, más tarde escribió sus ensayos: «Nueva visita a un mundo feliz», donde hace ver las pesimistas descripciones de su novela se estaban haciendo realidad en el siglo XX.

Entre estos dos campos (Moro-Morris y Fukuyama-Huxley) se extiende una amplia llanura. Por ella cabalga sobre todo la ciencia ficción y muchos intentos por describir el escabroso camino hacia el mundo nuevo. Unos profetizan el fracaso de todos los avances técnicos, y describen su inutilidad para engendrar una nueva sociedad. Pero, junto a su pesimismo, estos autores suelen anunciar la esperanza a través de rebeldes que se levantan contra las máquinas. Es el caso de Bernard («un mundo feliz»), que reacciona junto a los marginados en las reservas de los «hombres primitivos».

Herbert Marcuse, hablando de «el final de la utopía», se enfrenta contra la visión acomodaticia del capitalismo actual (al que llama utopía). Para Marcuse el fin de esa Utopía es el salto a una sociedad nueva. Eran los tiempos del utópico «mayo del 68».

Cerca de Huxley, nos ofrece sus pinceladas pesimistas Orwel. Aunque se le quedó corto su calendario en la novela «1984»: aquel año tuvimos ocasión de comparar sus pronósticos con la realidad candente de la época.

Ray Bradbury se enfrenta a una sociedad tecnológica que no ofrece mucha esperanza para el optimismo. A través de estos relatos se desvela la «deshumanización» –según la ensayista norteamericana Susan Sontag (1933-2004), el motivo más fascinante de la ciencia ficción– anunciando el daño que el desarrollo científico y tecnológico puede producir en las relaciones humanas.

Visiones críticas del futuro encontramos también en «Ecotopía», de Ernest Callenbach, y todos los que abordan con entusiasmo el «anarquismo verde». Una novela corta, «El hombre que plantaba árboles», aborda en esta línea la influencia de la ecología en el progreso humano y social.

Italo Calvino lanza su propuesta de una nueva civilización en «Ciudades invisibles».

Lo difícil es marcar el camino. La literatura anarquista es un signo claro de fe en esa búsqueda hacia el mundo utópico.

«Icaria, Icaria» nos muestra dos caminos paralelos hacia la utopía: uno de ellos a través de la lucha anarco sindicalista en la Cataluña del principios de siglo, y otro la creación de una comunidad ideal en un inhóspito paraje de América. Los dos terminan en fracaso, aunque abierto al futuro.

Una de las novelas que mejor reflejan estos sueños utópicos y los procesos en su búsqueda es «Los desposeídos», de Úrsula K. Le Guin. Dentro del género de la ciencia ficción analiza las posibles respuestas a la renovación del mundo, especialmente desde una óptica anarquista.

Otro buscador con la pluma y con la acción -no podemos olvidarlo- es el «Sub» Marcos. Lean «Desde las montañas del sureste mexicano». Por ejemplo, su último capítulo: «La historia del uno y los todos».

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Vámonos al cine.

Muchos de los libros citados han tenido ya su versión cinematográfica.

Por ejemplo, «Un mundo feliz» (1980) de Burt Brinckerhoff, en televisión; y en pantalla grande: (1998), la película de Leslie Libman y Larry Williams.

Pero la visión primera de ese enfrentamiento, utopía-contrautopía, la encontramos en la gran obra del cine mudo «Metrópolis», de Fritz Lang. En ella aparece, entre las masas y el poder, la extraña, casi religiosa, figura del «mediador».

«Código 66» adopta una posición crítica sobre temas que no resultan tan lejanos, como son el sutil y progresivo control de la ciudadanía por parte del Estado o de grandes compañías especializadas en biogenética.

Más cercanos encontramos «Blade Runner», «Matriz» y «Solaris» del filosófico Tarkowsky

En la clásica de Truffaut, «Fahrenheit 451», un poder dictatorial quiere eliminar todo lo que sea libros y lectura, para transformar a sus ciudadanos en víctimas audiovisuales del poder. Los rebeldes a ese sistema se van aprendiendo de memoria las obras clásicas de la literatura para salvarlas.

Pues, como comprobamos, lo que domina en el cine es la cruz, no la cara, de la utopía.

Algún documental plantea crudamente los intentos utópicos anarquistas en la España de 1936 en «Vivir la Utopía» (1997).

Pero a ninguna de las películas que clasificamos como anti-utópicas les falta el impulso de búsqueda hacia una nueva sociedad. La gran película de Stanley Kubrick, «2001 0disea del espacio», es ejemplo de ello. También, como a Orwell, se le queda corto el tiempo. Los viajes interplanetarios van avanzando, pero la humanidad en 2001 todavía no encontró el «monolito»... ¿o sí, pero no lo quiere ver?

Debemos terminar con un postre agradable: el cine con el rostro optimista de los soñadores hacia la futura sociedad. Aquí hay menos máquinas, y las que hay se rompen («Tiempos modernos», de Chaplin).

«Horizontes perdidos» de Frank Kapra (inspirado en la novela de Jame Milton), nos lleva a un valle del Tibet, donde florece una sociedad ideal.

«Milagro en Milán» nos cuenta la historia de un humilde muchacho, en una zona marginal, que transforma la barriada en un simpático mundo solidario, todo contado con una amable carga de humor y fantasía.

En los últimos años podemos sonreír con «El planeta libre» (La belle vert) donde una lejana civilización ha desterrado las máquinas pero ha progresado maravillosamente en poder mental, comunicación y felicidad. Allí se mezcla el humor con una ironía contra el mundo que se cree moderno

CAUCE, de Guatemala, ha publicado recientemente «Para que otro mundo sea posible», mezclando textos con videos y canciones. Intenta ayudar a la reflexión sobre el camino para evitar el gran peligro de la utopía: quedarse en simple utopía. (Me da apuro citar aquí la conocida frase de Fernando Birri, que apuesto citará alguien más en esta Agenda: la utopía siempre se aleja cuando caminamos, y que para eso sirve: para caminar).

Es lógico que en el cine la mayor parte de las imágenes utópicas estén cargadas de poesía y humor sin detenerse mucho en la descripción técnica y realista de la posible estructura en una nueva sociedad. Eso queda para sociólogos, economistas politólogos... pero sus estudios tienen poca cabida -por ahora- en una pantalla de cine.

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Bastantes de estas películas y libros citados pueden ser tomados de la red en estos y otros enlaces: http://www.emule-project.net y http://ares.uptodown.com

 

Martín Valmaseda

www.equipocauce.com, Guatemala