Pistas para una nueva visión ecológico-espiritua

Pistas para una nueva visión ecológico-espiritual

Leonardo BOFF


Hoy día hay dos visiones confrontadas acerca del planeta Tierra, cada una con consecuencias muy diferentes.

La primera, moderna, dominante en los últimos 400 años, ve la Tierra como una especie de arca llena de riquezas que el ser humano puede tomar para sí, para su uso y bienestar. La Tierra es algo material, exterior, entregado a nosotros para que hagamos de ella lo que queramos, pues nos sentimos por encima de ella, señores, reyes y reinas del universo.

La segunda visión, más ancestral, y todavía presente en los pueblos originarios como los indígenas, ve la Tierra como algo vivo que produce todas las formas de vida, la Gran Madre y Pacha Mama como la llaman los pueblos andinos. Nosotros somos parte de ella y nos sentimos, junto con todos los demás seres, también engendrados por ella. No estamos encima de ella como quien domina, sino en medio de ella como quien convive.

La primera visión es la de la sociedad industrial moderna, surgida, junto con el proyecto de la tecnociencia, a partir del siglo XVI. No considera la Tierra como un todo, sino como un conjunto atomizado de recursos, como agua, selvas, minerales, animales y los ecosistemas mismos. Están ahí uno al lado del otro, sin ninguna relación entre ellos. La relación para con la Tierra es de explotación, a base de violencia: excava suelos, derrumba montañas, cierra ríos, abate florestas y mata animales y aves. Utiliza agentes químicos como pesticidas y agrotóxicos que envenenan los suelos y exterminan los microorganismos, como las bacterias, los hongos, los virus y otros organismos vivos que, ellos solos, conforman el 95% del reino de la vida. Apenas el 5% de la vida es visible.

Tomando la Tierra como una realidad sin espíritu, los seres humanos modernos ocuparon y devastaron prácticamente todas las regiones de la Tierra. El propósito era acumular riqueza de forma ilimitada, explotando todos los recursos posibles, en el tiempo más rápido que se pueda y con la menor inversión posible.

Ese proyecto de civilización ha comportado incontables beneficios. Nos ha hecho ir y volver a la Luna. Inventó los antibióticos, y salvó así millones de vidas. Pero al mismo tiempo inventó una máquina de muerte con armas de destrucción masiva, capaces de destruir de 25 diferentes formas toda la especie humana.

Esta comprensión y trato de la Tierra fue y continúa siendo propia del proceso industrialista que se expresa hoy en el capitalismo, difundido a todos los países del mundo. Tienen en común el hecho de que usan solamente la razón fría y utilitarista para analizar los recursos naturales y sacar de ellos el máximo provecho. Las demás dimensiones de la vida humana, como la sensibilidad, la compasión, la capacidad de admiración (¿cuánto cuesta una puesta de sol?) y de veneración han sido, en gran parte, reprimidas o incluso difamadas. Es una ciencia sin conciencia y sin corazón.

Actualmente este tipo de dominación de la Tierra ha entrado en crisis. Los seres humanos han exprimido sus recursos y servicios. Desde el 23 de septiembre de 2008 sabemos que la humanidad consume un 30% más de lo que la Tierra puede producir. O sea, para atender a las demandas humanas, especialmente de los grandes consumistas y de los simples mortales, necesitamos una Tierra entera y un 30% más de otra Tierra que no existe. Ya se ha hecho el cálculo de que si los países ricos quisieran universalizar su bienestar para toda la humanidad, necesitaríamos por lo menos tres Tierras iguales a ésta, lo que es manifiestamente absurdo.

En otras palabras, la Tierra como un todo ya no es sostenible. O cambiamos nuestro estilo de vida y de consumo, o vamos al encuentro de una gran tragedia. Esta crisis de sostenibilidad del planeta es mucho más grave que la crisis económico-financiera que explotó a mediados de septiembre de 2008 y que tanto desempleo y quiebras ha provocado.

Esta abusiva devastación de la Tierra ha producido el calentamiento planetario. No vamos hacia él; estamos ya dentro de él. La Tierra va a calentarse, entre 1,4 y 6 grados Celsius. Posiblemente se estabilice en torno a dos grados. Esos dos grados de calentamiento van a producir grandes transformaciones en la naturaleza, diezmarán la biodiversidad, provocarán el deshielo de los casquetes polares y hará crecer exponencialmente la desertificación de los suelos, además de los cambios climáticos que se manifiestan por tifones, grandes sequías e inundaciones a la vez.

Los jefes de Estado, los líderes de los pueblos, todos, en fin, deben detenerse y decidir juntos qué tipo de tratamiento debemos dar a la Tierra, si es que queremos continuar viviendo sobre ella.

En este momento es cuando la segunda visión, de los pueblos originarios, es invocada y sirve de gran inspiración. Los yanomamis, los tupí-guaraníes, los mapuches, los quechuas, los mayas y los aztecas y pueblos indígenas de otras partes del mundo (según datos de la ONU son cerca de 300 millones en el mundo entero) deben ser oídos. Desarrollaron una relación para con la Tierra de profunda colaboración, respeto y veneración. Ella es la madre del indio, como muchos de ellos dicen. Se sienten unidos a la energía de las aguas, de las montañas, de las florestas, del fuego, de los vientos, del sol, de la luna y las estrellas. Todos son interdependientes y están conectados entre sí. Son miembros de este gran todo vivo y orgánico que es la Tierra.

Esta visión ancestral se combina con lo que hay de más moderno en el campo de la biología y de la cosmología. Científicos importantes -cito sólo a uno de ellos, James Lovelock- comprobaron que los indígenas tienen razón. La Tierra es de hecho un superorganismo vivo. Ella articula lo físico, lo químico y lo biológico de forma tan entrelazada que compone un todo orgánico, bueno y hasta excelente para mantener y reproducir la vida. No es sólo que hay vida sobre la Tierra; es que la Tierra misma está viva. Fue llamada- Gaia, nombre que los griegos daban a la Tierra viviente. Está dotada de una vitalidad sobrecogedora.

Por ejemplo, cada cuchara de tierra contiene una media de entre 40 a 50 mil millones de microorganismos, bacterias, hongos y protozoos, que también están presentes, por miles de millones, dentro de nuestro cuerpo. Son ellos quienes garantizan la vitalidad del suelo y hacen que del mismo nazcan flores y plantas de las más variadas especies, árboles frutales y gramíneas. Son ellos quienes equilibran nuestro cuerpo de forma que mantenga su salud y vitalidad.

Así se ha comprobado también que hace millones y millones de años, a pesar de las poluciones volcánicas y otras, la Tierra siempre mantiene un 21% de oxígeno. Si subiese a 28%, nadie podría encender un fósforo, porque incendiaría el oxígeno del aire. Si descendiese a 13%, nos desmayaríamos, como si nos faltara aire. De forma semejante el nivel de sal de los océanos es siempre, desde miles de millones de años, 3,4%. Si subiera a 6% serían como el Mar Muerto, sin vida. Si descendiese a 2% habría un trastorno en los climas que son regulados por movimientos de los océanos. Y así todos los elementos de la tabla periódica de Mendeleiev que aprendimos en la escuela, como el hierro, el azufre, el magnesio, y otros. Todo está tan dosificado que, en efecto, la Tierra está viva.

Hombre viene de- humus, que significa tierra buena. Adán viene de -adamah, que en hebreo significa tierra fecunda. O sea, hemos venido de la Tierra, más aún, somos la Tierra misma, que en un momento avanzado de su evolución comenzó a sentir, a pensar, a amar y a venerar. Ese es el momento en el que ha surgido el ser humano.

Nunca debemos olvidar esta verdad: somos Tierra. Tenemos el mismo destino que la Tierra. Pero hemos recibido de Dios una misión: cuidar y guardar el jardín del Edén, la Tierra. Es nuestra dimensión ética, que sólo nosotros tenemos.

Cuidar significa un gesto amoroso para con la Tierra. Es la mano extendida para la caricia esencial, a fin de protegerla y defenderla. Es lo que hoy significa garantizar su sostenibilidad, o sea, hacer que nos ofrezca todo lo que necesitamos para vivir, preservando su capital natural para las generaciones presentes y futuras, además de atender también a toda la comunidad de vida. La Tierra no nos ha engendrado sólo a nosotros, los seres humanos, sino a todos los seres vivos que son, verdaderamente, hermanos y hermanas nuestros.

Hoy necesitamos volver a esta visión de la Tierra como Gran Madre y Gaia. Ésa es verdadera. Sólo ella puede ofrecer las condiciones para un nuevo modelo de producción y de consumo que nos haga salir de la actual crisis. Sólo ella nos podrá garantizar un futuro común de vida y esperanza. Para llegar a esta visión precisamos rescatar la dimensión del corazón, el valor de la razón sensible, de la inteligencia espiritual, del afecto y del amor. Es por la sensibilidad como nos sentimos unidos a la Tierra, percibimos su belleza, escuchamos su mensaje.

 

Leonardo BOFF

Petrópolis RJ, Brasil