Política e ideología

Política e ideología

Pedro A. Ribeiro de Oliveira


El problema de la ideología en la política

Para comenzar, convido al lector o lectora a reflexionar un instante sobre las ocasiones en que ha escuchado la palabra «ideología». Apuesto a que ella servía para denunciar una argumentación que esconde la finalidad real de una acción política, en frases del tipo de: «eso es ideología, en realidad lo que él quiere es...». Apuesto también a que esa denuncia se refería a algún artificio intelectual de los adversarios, y que no calificamos como «ideológica» nuestra propia argumentación. Todo ocurre como si solamente las opciones políticas antidemocráticas u opresoras necesitaran ser encubiertas, mientras que las opciones que juzgamos correctas, democráticas y liberadoras no serían «ideológicas». De hecho, ¿no es eso lo que ocurre?

Pues bien, si el concepto «ideología» fuese sólo un arma intelectual para descalificar al adversario, sería mejor evitarlo. Pero, «ideología» no es eso: es un concepto importante para explicar las diferencias y conflictos en el plano de las ideas políticas y económicas. Ésa es la razón de estudiarlo a partir de la sociología, que lo estudia como la combinación de teorías (explicativas) y valores (normativos) capaces de llevar a las personas, grupos y movimientos sociales a la acción política o, al contrario, a aceptar pasivamente el orden establecido. Las ideologías funcionan, por tanto, como ideas-fuerza de cualquier sistema social.

Ideologías de ayer y de hoy

Está de moda decir que la «era de las ideologías» ya pasó, y que vivimos en un tiempo «post-ideológico». Es como si sólo hubiese «ideología» en la lucha entre capitalismo contra socialismo. Habiendo perdido la «guerra fría» el socialismo soviético, con él se habría acabado la ideología, y ahora estaríamos viviendo la historia real, o sea, la historia regida por las leyes del mercado. Para que no aceptemos ingenuamente esta lectura engañosa del mundo actual, veamos más atentamente el asunto partiendo de un ejemplo antiguo, bien conocido de los cristianos.

El emperador César Augusto se enorgullecía de haber establecido la pax romana en todos sus dominios. En Roma y en las provincias, los dirigentes, los propietarios de tierra y los comerciantes vivían una época de seguridad y prosperidad: las guerras habían cesado, fueron derrotados los enemigos y piratas, las comunicaciones, el transporte y las riquezas fluían libremente, las revueltas eran inmediatamente sofocadas, y nada impedía el desarrollo del comercio.

Para los grupos dominados, sin embargo, aquello no era paz, sino opresión. Por eso, cuando esclavos y trabajadores libres, hombres y mujeres, en las ciudades y en los campos, oyeron el anuncio de la paz como shalom–paz fundada en la justicia y en la solidaridad- lo recibieron como una buena noticia: la pax romana impuesta por el César sería sustituida por la paz shalom prometida por Jesús.

Démonos cuenta de que estas concepciones deben ser calificadas como «ideológicas», porque tanto la paz romana, cuanto la paz-shalom son ideas-fuerza que se refieren a una realidad histórica (o a un proyecto de sociedad), haciendo un juicio de valor sobre ella.

A los ojos de la élite dominante, la pax romana era la mejor forma de sociedad que el mundo antiguo podía ofrecer. Ya para los pueblos de la periferia y de las clases dominadas, que ansiaban un nuevo orden social y económico, fundado en la justicia del shalom, la pax romana era un engaño.

Actualicemos este ejemplo para nuestros días, cuando domina el discurso de la globalización. Éste dice que, por la expansión ilimitada de los mercados y de los negocios, la red de comunicaciones que une el planeta, la internet democratizando el acceso a las informaciones y otros avances de la ciencia y de la tecnología, la Humanidad está a punto de realizar su sueño de unidad, prosperidad y paz. Cuando los países «emergentes» hagan las reformas necesarias, todos integrarán en el nuevo orden mundial.

Esta descripción optimista de la globalización, sin embargo, es rechazada por quien mira el mundo desde experiencias como la economía solidaria, las redes alternativas, los movimientos sociales y los Foros Sociales Mundiales: desde allí se ve que esa globalización beneficia a quien se enriquece en el mercado financiero y con las empresas transnacionales, pero a costa del empobrecimiento y la exclusión de la mayoría de la población mundial Estos críticos de la globalización proponen otro mundo posible, y son etiquetados por eso como «dinosaurios», residuos de los antiguos «tiempos ideológicos», que no quieren admitir que el socialismo se acabó, y que la igualdad es una pesadilla, no un sueño...

Cómo entender la lucha ideológica

Este debate de ideas es el debate ideológico. Si ideología es un conjunto de ideas-fuerza que justifican una opción política, movilizando las voluntades para su concretización histórica, tanto el discurso de la globalización cuanto el discurso altermundista («otro mundo es posible») son ideológicos. Mientras el primero idealiza las conquistas humanas y los avances tecnológicos de la globalización (omitiendo que eso es apenas para grupos privilegiados), el segundo proclama que puede haber una forma mejor de orden mundial si se multiplican las actuales experiencias de solidaridad económica entre los pueblos y son respetados los Derechos de la Tierra. O sea, ambos hablan de la misma realidad, pero desde puntos de vista opuestos.

Veamos más de cerca. La idea-fuerza de globalización confiere al actual orden mundial un carácter de inevitabilidad, como si dijese: «el mundo real es éste, adáptese y juegue conforme a las reglas del juego: la competitividad del mercado». La idea-fuerza del altermundalismo dice justamente lo contrario: «cuando creemos otras formas de relaciones humanas y económicas, respetando la vida del Planeta, viviremos mucho mejor». Una ideología apela al pragmatismo (aceptar la realidad como es) mientras la otra apela a la utopía (será mejor cuando los excluidos crean en sí mismos).

Ese ejemplo ilustra la ambigüedad de las ideologías: nadie niega que la globalización ha traído muchos avances a la Humanidad, pero sólo sus adversarios apuntan su carácter depredador y excluyente. Así también el altermundismo: ve en las redes de solidaridad planetaria el camino para el otro mundo posible, pero es criticado por apuntar hacia un futuro que de hecho no existe. Las ideologías combinan, cada cual a su manera, realidad e ilusión, o realidad y utopía. En el debate ideológico son desveladas esas ambigüedades y es revelado su carácter ilusorio – o utópico-.

No debemos temer a las ideologías. Forman parte indispensable de la política, y el debate ideológico es tan importante como las campañas electorales, los actos públicos, las marchas, huelgas, plantones y otras formas de movilización social. Se trata de entrar en el debate, consciente de la propia ideología, para criticar con firmeza la ideología del adversario, destruir sus argumentos y desmoralizarlo políticamente. Quien no toma conciencia de la ideología que lo mueve –o que lo inmoviliza- acaba ingenuamente adoptando el punto de vista de los poderosos, pues la influencia de éstos sobre los medios de comunicación, universidades, partidos políticos, iglesias y otras instituciones convierten en vehículos de su dominación ideológica (la hegemonía). No por casualidad esos medios de comunicación hoy dan por cierto que las ideologías fueron superadas y que todos podemos confiar en el saber difundido por los centros de pensamiento de EEUU y Europa... Se trata, en realidad, de una estrategia de lucha por conseguir la orientación intelectual de la opinión pública mundial. En este contexto, es de la mayor importancia percibir y denunciar la ideología vinculada por esos medios de información y comunicación, por más sutiles que sean.

Para concluir, quiero llamar la atención hacia el riesgo de transformación de una ideología en doctrina. La ideología es una construcción intelectual que necesita ser constantemente reelaborada, para dar cuenta de los cambios que ocurren en la historia de los grupos humanos. Cuando esta teoría alcanza éxito en la transformación de una sociedad, tiende a cristalizarse. Fue lo que ocurrió con la teoría marxista, que orientó la Revolución de 1917 en Rusia. Al ser codificada como teoría válida para explicar todas las revoluciones socialistas, perdió su capacidad de sacar lecciones de cada lucha popular, de explicar las contradicciones inherentes a cada forma de capitalismo, y de apuntar las condiciones históricas para su superación. Eso causó muchos males a los movimientos de izquierda (o sea, los movimientos y partidos que luchan por la igualdad social y económica), atándolos a una doctrina que había de ser aplicada en todo tiempo y lugar. Hace falta pues hoy recuperar aquella herramienta intelectual, que podrá ayudarnos a entender los actuales mecanismos del sistema capitalista de mercado, que, aunque revestido con el atrayente nombre de globalización, desde el siglo XVI subyuga a los pueblos de la Patria Grande y los coloca en la periferia del sistema mundial para ser explotados.

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Para profundizar, lea el clásico de K. Marx y F. Engels La ideología alemana, y el desarrollo teórico de A. Gramsci al tratar la hegemonía. Para la actualidad de la lucha ideológica entre globalización y altermundismo, busque en internet nombres como François Houtart, Noam Chomky e Ignacio Ramonet.

 

Pedro A. Ribeiro de Oliveira

Juiz de Fora MG, Brasil