Política participativa, ejercicio de ciudadanía
Política participativa, ejercicio de ciudadanía
Demétrio Valentini
Mirando cómo está hoy la política nos damos cuenta de que necesita una urgente renovación. En este momento en que la política corre el riesgo del descrédito por la ineficacia de sus instituciones -que se desvirtuaron por el exceso de la burocracia y por la promiscuidad entre interés público y ventajas particulares-, es urgente recuperar el ejercicio auténtico de una verdadera ciudadanía.
El ejercicio de la ciudadanía es el campo propicio para la intervención consciente de las personas, de cara al proceso colectivo de transformación de la sociedad y de la regeneración de las estructuras estatales. Ejerciendo la ciudadanía es posible redefinir los rumbos de la sociedad y rediseñar el Estado, y convocarlo nuevamente a sus finalidades. La ciudadanía es la plaza que recoge la participación de las personas y la fuente que riega la actividad social y política.
Es la ciudadanía la que puede reciclar la sociedad, de manera continua, oxigenándola con nuevos valores, los que la conciencia ética vaya indicando de manera siempre más clara, y urgiendo con fuerza creciente, en la medida en que la ciudadanía consigue llevarlos a cabo en un proyecto que ha de ser diseñado y activado gradualmente. El crecimiento de la ciudadanía es el garante de la activación de esos valores, que comienzan en forma de sueño y precisan encarnarse en la sociedad. Sin el ejercicio consistente, articulado y perseverante de la ciudadanía, estos valores resultan utópicos, y el permanecer inaccesibles puede provocar la frustración y el desánimo. La ciudadanía tiene el compromiso de realizar las utopías. De ahí la pertinencia de una pregunta, que necesita respuestas adecuadas: ¿Qué ciudadanía queremos?
1. Una ciudadanía llena de valores fundamentales
La vida, la dignidad de las personas, la justicia, la conciencia ecológica, el sentido de la belleza y apertura a lo trascendente. Es una señal positiva constatar que estos valores están retornando hoy a la conciencia colectiva. Es una nueva emergencia de la ética. Ejercer ciudadanía debe comenzar por la formación de las conciencias, impregnándolas de valores éticos.
2. Una ciudadanía renovada
Por la sensibilidad social, solidaridad, participación, creatividad, intercambio de experiencias. Una ciudadanía que precisa ser de todos, y que debe realizarse en una construcción constante, y ser hecha solidariamente. La exclusión social es la negación de la verdadera ciudadanía. La causa de los indios, de los sin-tierra, de los desempleados, de los niños de la calle, de los presos, de las prostitutas, de los marginados en sus diversas formas, precisa motivar e inquietar a todos los que se proponen la construcción de una verdadera ciudadanía.
3. Una ciudadanía activa
Por el ejercicio de una libertad responsable, por la participación, por la valoración de las iniciativas, por el cultivo de nuevos liderazgos, por la atención a los acontecimientos, por la oportunidad de realizar manifestaciones, por la realización de debates sobre hechos que atañen a la comunidad, por la atención a las prácticas liberadoras de nuevos sujetos emergentes en nuestra sociedad. La ciudadanía se hace, se practica, se ejerce.
4. Nueva emergencia de lo Público
Una de las más preciosas adquisiciones que emergieron de los procesos de las Semanas Sociales Brasileñas fue la creciente afirmación de lo Público como valor que precede y salta por encima de lo estatal, y como criterio que encamina y relativiza las instancias organizativas tanto de la Sociedad como el Estado. Es recuperando con vigor el carácter público -que debe presidir la comprensión de todo lo que se refiere a ciudadanía- como podemos considerar de manera más adecuada muchos problemas que hoy se establecen en la política de casi todos los países, como es el caso típico de las privatizaciones. El gran criterio es ver cómo las diferentes realidades en cuestión cumplen mejor su carácter público. Ya sea el petróleo, el gas, el transporte, la energía, como también los medios de comunicación, y sobre todo la escuela. Marcar hoy la distancia entre lo público y lo estatal es urgente. Hace falta una estrategia que produzca transformaciones políticas reales en la vida de los ciudadanos.
5. Nueva relación entre ciudadanía y Estado
Hoy se presenta el desafío de desprivatizar el Estado para que sea colocado de nuevo al servicio del bien público y supere sus vicios históricos.
La sociedad necesita reasumir continuamente el Estado, y reorientar la finalidad de sus estructuras. Precisamos hacer la constatación realista de que todas las estructuras estatales tienen la tendencia a desvirtuar sus finalidades. Es la sociedad la que necesita injertar sin cesar el espíritu público dentro de las esferas estatales, por la práctica constante, lúcida y atenta de la democracia. Sin el ejercicio de la democracia, el Estado se oxida. No sólo en su macroestructura, sino también en sus concreciones locales. Todo lo que es estatal, sea hospital, banco o escuela, si no es oxigenado constantemente por las motivaciones del bien común, se va deformando por los vicios característicos de la burocracia, del acomodo, de la ineficacia, del privilegio... que acaban privatizando la instancia estatal al servicio de intereses que utilizan los recursos públicos para protegerse. El Estado actual necesita de reingeniería para reestructurarse y actualizarse. Pero necesita sobre todo recuperar su alma, que es su finalidad pública, la que lo generó, y que ahora debe regenerarlo. Y esto sólo puede ser realizado por una sociedad que es capaz de diseñar un proyecto global del bien común para todos, y de percibir las prioridades estratégicas que deben ser asumidas por el Estado. Es preciso invertir las prioridades para que las energías del Estado sean puestas al servicio de los bienes fundamentales, de la salud, de la educación, de la vivienda, del trabajo, del transporte y del ocio. Esta inversión sólo será realizada si es urgida por una sociedad que sabe retomar el rumbo del Estado a través del ejercicio efectivo de la ciudadanía.
6. Ciudadanía y globalización
En tiempos de globalización, es importante percibir cómo es posible integrar sus valores en el ejercicio práctico de la ciudadanía, por la apertura a lo universal y a lo plural, por una cosmovisión integradora, por la superación de los nacionalismos cerrados, por la valoración de la interdependencia y por el cultivo de la conciencia histórica.
La globalización necesita ser discernida por la ciudadanía para ser conducida según los intereses del bien común. Sobre todo para que la globalización no atropelle a los débiles y no produzca exclusión.
7. Ciudadanía y contexto local
La ciudadanía se ejerce localmente. De ahí la importancia de valorar lo cotidiano, el conocimiento de la comunidad, la articulación con instancias locales, la participación en campañas sociales. La ciudadanía pide la atención simultánea para lo macro y para lo micro, lo universal y lo local, lo nacional y lo regional, visualizando su percepción en una unidad integradora. La ciudadanía tendrá siempre sabor regional, gusto por los valores culturales y por las tradiciones locales.
8. Superación de las dominaciones
Ejercer ciudadanía exige una vigilancia constante de nuestras actitudes personales. Pues todos nos vemos empujados a asimilar dominaciones consolidadas por la tradición, o a proyectar nuevas dominaciones. De ahí la importancia del espíritu de servicio para combatir el autoritarismo, el racismo, el machismo y otras dominaciones culturales y políticas.
Existen dominaciones profundamente arraigadas en nuestras mentes, que cristalizan en costumbres políticas y prácticas tradicionales. El ejercicio de la ciudadanía debe ir minando las prácticas de militarismo, clientelismo, racismo, machismo y autoritarismo, que van tomando variadas formas en lo cotidiano de nuestras vidas.
9. El respeto a la diversidad
Finalmente, ser ciudadano responsable exige el aprecio por el otro, por el diferente, la acogida, la escucha, la educación para la complementariedad, para la convergencia y para la integración. Es una nueva mentalidad que debe ser cultivada ante la masificación cultural que está siendo impuesta hoy. Ciudadanía es también convivir armónicamente con el diferente. En esto la educación tiene una indispensable aportación que hacer: por un lado afirmar las individualidades, y por otro, abrirlas a la complementariedad. Sin educación no hay ciudadanía. Con la educación, los problemas subsiguientes de la afirmación de las personas se tornan un rico material para la construcción de este gran edificio de la ciudadanía, que necesita involucrar el entusiasmo de todos.
Conclusión
El ejercicio de la ciudadanía es un campo que permanece siempre abierto a nuestra participación. Es ahí donde se juega la batalla principal de la verdadera política.
Demétrio Valentini
Obispo de Jales (São Paulo), Brasil