Política y culturas

Política y culturas

Paulo Suess


Dos preguntas están incluidas en el tema «Política y Culturas»: ¿cuál es el papel de la política en las diferentes culturas?, y ¿cuál es el papel de la política en relación al conjunto de las culturas?

La cultura engloba experiencias y prácticas que involucran los campos del imaginario y de lo simbólico, lo material y lo espiritual, lo intelectual y lo organizacional. Aprendizajes e invenciones culturales siempre nuevos nos permiten vivir en ambientes diferentes, en el calor tropical y en el frío nórdico, en desiertos y selvas. Las culturas son histórica y socialmente construidas, heredadas y transmitidas; forman parte de la condición humana. En el decurso de la evolución, nosotros, seres humanos, nos volvimos seres culturales, sin dejar de ser naturales. Vivimos nuestra humanidad, todos, cultural y biológicamente.

Cultura y naturaleza

La cultura es como un artista, que es creativo y destructivo al mismo tiempo. Ese artista llamado «cultura» está montado en un burro fuerte, tozudo y sabio que es la «naturaleza». Con azucar y azotes, el artista procura acelerar la marcha del burro, o desviarlo de su camino rutirnario. El burro parece vengativo y al mismo tiempo, sabio y misterioso. Procura siempre volver a los caminos de siempre, o hacer pagar al artista un precio alto por sus caprichos.

En cada época de la historia, el artista consigue desvelar algunos de los misterios de ese «burro-naturaleza» y convivir con él en armonía. Pero la felicidad humana no se basa solamente en la armonía temporal con la naturaleza. Más allá de la condición ecológica, la felicidad humana tiene también presupuestos sociales y psíquicos. La política está a su servicio.

Culturas indígenas y modernidad.

En las culturas indígenas, la política, las relaciones sociales, la economía y la religión, configuran el conjunto de un sistema único. Un determinado grupo guaraní tiene una economía guaraní, vive una religión y una vida familiar guaraní. En ese caso, hacer política significa ejercer una actividad en el interior de la cultura guaraní. En la modernidad se diferenciaron del mundo cultural englobante varias esferas con una relativa autonomía. Más allá del campo político existen otros campos culturales: la economía, la religión, la organización social a través del derecho, del trabajo, del placer y de las instituciones. En el interior de un Estado moderno pueden existir varias culturas, y en el interior de una cultura moderna conviven, generalmente, varias religiones e ideologías. La política continúa siendo una actividad cultural, como subsistema, en el interior de una determinada cultura, o como metacultura, capaz de construir un denominador común, que permite lidiar con las diferentes culturas.

Ambivalencia y erótica en la política

En esa complejidad plural del mundo moderno, la política del Estado constitucional procura cumplir el papel de coordinar, ordenar y unificar la convivencia de todos en torno a tareas comunes de la vida, con un máximo de libertad e igualdad. Contra la agresividad y la desigualdad de la especie humana, que son biológicas y culturales, libertad e igualdad interculturales son conquistas del arte político, siempre amenazado por la regresión a la barbarie, lo que Freud llamaba «pulsión de muerte». En el cristianismo, esa pulsión de muerte está descrita de forma aproximada en el tema del «pecado original», que se posiciona con realismo empírico y ontológico contra el idealismo de la bondad natural de la especie humana o de la naturaleza. No sólo los lirios, también las espinas forman parte del paisaje humano. La política no tiene la tarea de eliminar la ambivalencia humana. El precio de esa eliminación sería muy alto y tiene nombres concretos: terror, maniqueísmo, inquisición. La política como actividad cultural procura controlar o suavizar esa ambivalencia de la que forma parte. Por eso, la política, como todo los demás subsistemas culturales, necesita de estructuras de autocontrol y de mecanismos de control externo. Sólo en esas condiciones puede cumplir su tarea de unir y articular la humanidad en torno a su objetivo común, que es la construcción de la vida para todos. Según Freud, esa pulsión que procura fortalecer y unir a las personas contra la pulsión de muerte (Tánatos) es la actividad del Eros. Al protegernos contra la voluntad destructiva y agresiva de la cultura y de la naturaleza, el Eros es el gran político de la humanidad. La política es una actividad erótica que se desenvuelve siempre en un campo conflictivo. Por esa ambivalencia conflictiva, «el malestar en la civilización» (Freud) forma parte de cada subsistema cultural, por tanto, también de la religión, de la economía y de la política.

El mundo globalizado

El malestar estructural en la política despliega sus consecuencias en el mundo globalizado, transnacional e intercultural. Las clases sociales antagónicas se han sumergido en el anonimato de instituciones, en las que participan en seguros, fondos de capital y empresas, dirigidas no por «dueños» sino por «ejecutivos», que incluyen obreros y sindicatos como accionistas que buscan lucros a base de explotar la propia clase.

A través de mecanismos de «servidumbre voluntaria» y de imperativos de rentabilidad, el mundo globalizado sometió a todos -incluso a los llamados excluidos- a una integración represiva. Esta inclusión sumaria, con su opacidad estructural, ha creado un nuevo tipo de apartheid entre clases sociales invisibles. El carácter abarcador y la ambivalencia del sistema mundial, del cual formamos parte, nos hacen a todos responsables de los pecados capitales (del capital) tales como exclusión, desempleo, saqueo ecológico, acumulación, hegemonía (doméstica o sistémica) y explotación.

Nuevo papel de la política

Los que forman parte del problema pueden también participar en la solución, siempre que logren pensar la política más allá del antiguo Estado nacional. En esta perspectiva, la política tiene una doble tarea; una tarea metacultural que garantiza la convivencia y la orientación hacia el bien común entre las culturas y en el interior de las mismas, y un papel intercreacional, que debe cuidar de la armonía entre el conjunto natural del universo atribuido a la creación divina como tal y sus diferentes formas evolutivas, entre la naturaleza y los seres humanos. En los procesos de evolución, la humanidad fue más allá de meros procesos de reproducción y programación biológicas. Salió del agua y del barro, rompió las cadenas de la esclavitud genética, pero sometió a su semejante a la esclavitud social. Conquistó la cadencia libertaria de sus versos, pero consintió con opresiones sociales. Del grito forjó una canción, pero no se liberó de los gritos del señor, que es de su especie, ni del dolor, biológico o social. ¿Cómo transformar el grito intercultural y transnacional producido en este mundo globalizado en una agenda política transnacional?

La política en el mundo globalizado no precisa necesariamente caminar hacia una nueva centralización. En la historia de la modernidad, fueron derrotadas, sucesivamente, las centralizaciones hegemónicas, no sólo de los imperios, sino también las ideológicas. El geocentrismo, por ejemplo, que había puesto al planeta Tierra en el centro de la creación, fue desmentido por Copérnico. Después vino Lutero y desarticuló el eclesiocentrismo de la Iglesia católica. Finalmente el antropocentrismo, que enalteció a la humanidad dominadora y destructora con su racionalidad instrumental frente a la naturaleza, fue desmontado por Darwin.

Ahora, a partir del grito de la creación, de la cual la humanidad forma parte, emerge un nuevo «centrismo», abarcador y urgente. Podemos llamarlo «biocentrismo». Será una bandera política común que une la cultura a la naturaleza, una bandera de la humanidad articulada con su ancestralidad natural. Hoy la política tiene este horizonte universal y central que cuestiona necesariamente los antiguos centrismos y los paradigmas que ayer fueron considerados conquistas, como el paradigma del crecimiento económico, del desarrollo y de la autonomía que se volvió hegemonía. ¿Cómo transformar el grito producido intercultural y transnacionalmente por el mundo globalizado, que burla al Estado nacional y sus pocas lealtades socioculturales, en una agenda política transnacional de la cual los ciudadanos puedan participar?

La centralidad de la vida, el biocentrismo, no va a ser defendida por potencias hegemónicas e instituciones centralizadoras. Podemos imaginar un policentrismo político, según el principio de la subsidiaridad articulada, más allá del Estado nacional y más acá de una dictadura mundial. Necesitamos fortalecer el Eros para poner en marcha la lucha por la centralidad de la vida para todos/as, no a costa de la naturaleza, sino en armonía con ella y a partir del pobre. Al articular los principios de la subsidiariedad y de la solidaridad con la centralidad de la vida para todos, bajo el control riguroso y permanente de la sociedad civil, la política puede asumir el papel de facilitadora, reguladora –sobre la base de la ley y el monopolio del uso legítimo de la fuerza- y constructora de la convivencia entre culturas y naturaleza. Hoy, la meta de la política -nacional y planetaria al mismo tiempo- es la articulación del equilibro ecológico del planeta Tierra con el equilibrio social-cultural de Estados y Naciones.

 

Paulo Suess

São Paulo