Política y religión

Política y religión

Eduardo de la Serna


Una mala o ideológica lectura del texto de la «moneda del César», concluye que al decir que hay que dar al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios, Jesús establece claramente que la religión y la política son dos mundos separados que no se tocan ni interrelacionan. Si a esto le sumamos el dicho joánico mi reino no es de este mundo, parecería quedar claro que pretender hablar de «religión y política» sería un desatino...

No es éste el lugar para comentar estos textos que en realidad dicen cosas muy diferentes de eso que se afirma; pero sí digamos lo que ya afirmaba el documento de Puebla: La Iglesia (...) siente como su deber y derecho estar presente en este campo de la realidad: porque el cristianismo debe evangelizar la totalidad de la existencia humana, incluida la dimensión política. Critica por esto, a quienes tienden a reducir el espacio de la fe a la vida personal o familiar, excluyendo el orden profesional, económico, social y político, como si el pecado, el amor, la oración y el perdón no tuviesen allí relevancia (515). Incluso, aunque desde una perspectiva más europea, el Papa Benito XVI ha escrito sobre el tema en su encíclica Dios es amor, al referirse a la «caridad política».

Por otra parte, cierto manejo del tema parece casi estar diciendo que «la Iglesia no tiene que intervenir en política, (salvo los obispos, que pasan el tiempo haciendo política)», pero esa razón parece suponer que la primera actitud sería crítica del statu quo, profética, subversiva, mientras la segunda sería amiga del poder, y hasta cómplice. Casos patéticos como la militante actitud de las Conferencias Episcopales de España e Italia, críticas hasta la desestabilización de los gobiernos, por los casos de legalización de matrimonios homosexuales, y su silencio a los inmediatos gobiernos anteriores ante la invasión genocida y la guerra en Irak, son suficientemente significativos. Y graves. Parece que para algunos es más grave que una pareja homosexual vivan juntos (cosa que igual harán sin «pedir permiso») y no que se invada, torture y mate un pueblo pobre para quedarse con su petróleo...

Cuando en los ’70 se hablaba del «renacimiento de las utopías» (OA 37), millones de cristianos en América Latina se lanzaron –acompañados o alentados por el Magisterio- al desafío de luchar por una sociedad fraterna e igualitaria. En respuesta a esto, y como modo de preparar la inundación neoliberal de los ’90, los ’80 bañaron en sangre dictatorial nuestros países. Mientras esos cristianos eran perseguidos, torturados, o desaparecidos, para imponer modelos económicos acordes con las políticas del Norte, la misma jerarquía que los había alentado a participar, calló, negoció con las dictaduras, bendijo sus armas, así como una década después bendeciría los bancos y finanzas de Mammón.

Tengo personalmente muchos amigos sobrevivientes del genocidio argentino, militantes cristianos dispuestos a dar la vida por la utopía de Jesús -el Reino de Dios- en los ’70 y militantemente ateos o agnósticos ahora; «gracias», fundamentalmente, al (anti)testimonio evangélico de las jerarquías...

Ciertamente, viendo las actitudes de ayer y de hoy, muchos se sentirán, y sienten desalentados a una participación o compromiso político. Pero por otro lado, es cierto que tanto la complicidad, como la apatía, son absolutamente funcionales al poder de turno. Así queda garantizado que nada cambie.

Para peor, la crisis post-moderna «de los relatos» y el realce de «los fragmentos», invita a pensar que no se puede cambiar la situación fundamental, ya que -a lo más- puede esperarse que cambien pequeñísimas cosas, como micro-emprendimientos, o micro-créditos... Nada que pretenda modificar el fondo de la situación.

Sin embargo, la fascinante crisis de época que vivimos nos invita y desafía. Los seguidores del Nazareno, ¿vamos a quedar apáticos e inmóviles a la espera de que la novedad que se avecine «sea lo que sea»?, ¿o vamos a lanzarnos a la siembra de la utopía-reino con la esperanza de poner simiente en un mañana más fraterno, más justo, más solidario? Es cierto que hay decenas de siembras diferentes, pero ¿nos quedaremos llorando por la leche derramada?, ¿o buscaremos empecinadamente sembrar valores y signos del reino? La madre tierra, el pueblo, fecundará lo sembrado, pero, ¿qué se cosechará si no sembramos? Personalmente, me resulta propio de miradas muy miopes la actitud de muchos jerarcas eclesiásticos de pretender que todo siga como fue hace mucho tiempo, cuando se consultaba a los obispos para todo, y ellos podían vetar o proponer leyes o proyectos (por eso muchos se movieron como «peces en el agua» en dictaduras o fascismos).

Creo que aunados con tantos miles de creyentes o no, de diferentes confesiones, cristianas o no, que están decididos a que haya paz, justicia, igualdad, fraternidad, deberíamos tozudamente sembrarlas, para que algo, o mucho de eso emerja en el mañana que se avecina.

Escuchar a algunos «eclesiásticos» hablar del divorcio, de la moral, o de ciertos aparentes principios, me parece como ver a uno al que se le derrumbó íntegra la casa y sigue con un cuadro en la mano preguntándose dónde va a colgarlo. Parece mucho más sensato ocuparse de la siembra de lo fundamental y fundacional, para que el pueblo vaya haciendo con tiempo su propia síntesis. Será confiar en la vitalidad de lo que se ha sembrado, o -si se quiere más teológico- confiar en la fuerza del Espíritu Santo: «Dios da el crecimiento». Así aparecerá la construcción sobre los cimientos que se hayan puesto. Después será tiempo de eventuales cuadros...

Es posible que muchos piensen en la dificultad, o en la desproporción ante la magnitud de las poderosas fuerzas del anti-reino. Es posible que muchos piensen que nada va a cambiar. Es posible que muchos piensen que es imposible o que no tiene sentido... Hay parábolas del reino que nos invitan a pensar de otra manera: la desproporción del grano de mostaza o la levadura, la invitación a la creatividad para ser más astutos que «los hijos de este mundo», la convicción de que aunque la red recoja todo tipo de peces, los que no sirven vuelven a ser arrojados al mar, o que la cizaña será quemada cuando se reconozca por los frutos, y sobre todo la confianza en el Espíritu «que sopla donde quiere» y que no es la muerte, sino la vida, la que tiene la última palabra de la historia.

Es cierto que muchos soñarían con una «política cristiana», donde «la Iglesia» avale ministros, o leyes, o vete otras por «no cristianas». No es a esa política a la que nos referimos en la sociedad plural. Sabemos que no estamos solos en este mundo, y no pretendemos que nuestros sueños y utopías sean escuchados y aceptados «por el solo hecho de ser cristianos», sino porque son integradores, fraternos, justos... No por el «cartel», sino por la justicia. En realidad, muchos estamos cansados de «proyectos cristianos» que son «bendecidos» por genocidas, explotadores, e injustos.

Personalmente quiero dejar claro que soy totalmente ateo del Dios de Videla, o de Pinochet (o de Bush); creo en el Dios de los pobres, creo en el Dios de la Vida. De la Liberación. Nos alegraría incluso que éstos se sintieran fuera -si no cambian de vida- de un proyecto en el que quepan muchos mundos, donde los pobres estén en el centro, donde la justicia y la vida sean las «dueñas de casa». «Estoy cansado de que me roben los inteligentes», le escuché decir una vez a un borracho. La madre de Jesús festejó porque Dios «derriba del trono a los poderosos y eleva a los humildes», «a los pobres los llena de bienes y a los ricos los despide con las manos vacías». Creemos, incluso que esos proyectos son más «cristianos» (con aquel «cristianismo anónimo» del que hablaba K. Rahner) que muchos proyectos «bautizados» y «bendecidos» episcopalmente.

Por eso, con los que quieren la justicia, los que trabajan por la vida, los constructores de paz, pienso que podemos luchar por un mundo nuevo. No es un «mundo cristiano» o «de cristiandad» el que soñamos, sino un mundo conforme a ese sueño de Jesús, el Reino, un mundo de hermanas y hermanos, un mundo «donde quepan todos los mundos».

Soñamos, sí, con una búsqueda política entre todos, en la que sin excomuniones mutuas (sean en nombre del «secularismo» o del «cristianismo») se dialogue, se propongan sueños y proyectos, y se busque lo que sea mejor para todos, principalmente para los pobres y las víctimas de esta sociedad que se jactaba de «occidental y cristiana», y en nombre de eso torturó, secuestró, desapareció, mató y sometió en la pobreza a la inmensa mayoría de la población. Sí a una política en la que los cristianos aparezcan firmemente comprometidos con las Causas de la justicia, los derechos humanos, la vida, la paz y las utopías de un mundo de hermanos, sin opresores ni oprimidos, sin amos y esclavos.

Porque no creemos que Jesús murió en vano.

 

Eduardo de la Serna

Quilmes, Argentina