¿Por qué incomoda tanto Cuba?

¿Por qué incomoda tanto Cuba?

Fray Betto


El fracaso del socialismo en el Este europeo, la derrota sandinista en Nicaragua, la represión de los estudiantes chinos en la Plaza de la Paz Celestial y la súbita desintegración de la Unión Soviética son motivos de euforia para los que pregonan el «final de la historia» y la victoria irreversible de la economía de mercado. Pero a quien osa soñar con la vida repartida para todos, tales acontecimientos engendran perplejidad, desaliento o el abrahámico deseo de rescatar la esperanza «contra toda esperanza».

En medio de la catástrofe, Cuba resiste. Es el único país del hemisferio occidental que implantó el socialismo. Y eso, a 400 kilómetros de EEUU. Para los que dieron oídos a las sibilinas previsiones de Francis Fukuyama -como dice Antonio Callado, un ejemplo de modernidad, pues es estadounidense con cara y nombre de japonés- agotada la historia, queda la fatalidad que, implacable, suprime del mapa todo lo que se resiste a la dictadura del mercado. El socialismo habría contraído una enfermedad que no tiene cura, y Cuba sería un enfermo en fase terminal. En Miami, el millonario cubano Más Canosa tiene ya lista la nueva Constitución cubana, mientras muchas familias exiliadas pagan abultadas sumas a una empresa que se dispone a rescatar todas las propiedades (casas, mansiones, haciendas, fábricas, empresas) expropiadas por la Revolución. En el festival neoliberal que asola el planeta, con la creciente privatización de los servicios públicos, la estatalización cubana es señalada como un pequeño dinosaurio conducido al Museo de la Historia y que, congelado en sus ideas, se resiste a morir.

¿Por qué incomoda tanto Cuba? Es un país con casi 11 millones de habitantes, cuatro veces aislado: por la geografía, por el bloqueo de EEUU, por el final de la Unión Soviética y por la falta de divisas. Una nación cuyo perfil en los medios sólo no es peor que el de Irak de Sadam Hussein: gobernada por un dictador sanguinario que se complace en mandar opositores al paredón, no respeta los derechos humanos y no admite oposición política. Si al menos Cuba permitiese la pluralidad partidaria, dicen algunos, la defensa de su Revolución resultaría más fácil. Si al menos suprimiese los fusilamientos, dicen otros, no podrían acusarla de barbarie. ¿Y por qué Fidel Castro no se presenta como candidato a presidente de la República admitiendo que haya otros contrincantes?

Cuba incomoda, pero no por las razones mencionadas, tan alardeadas por los medios de comunicación. Eso sólo es una mota en los ojos. Cuba incomoda por el hecho de decir no al capitalismo, por el hecho de haber sido el único país de América Latina que conquistó condiciones dignas de vida para la mayor parte de su población. En Cuba no hay niños abandonados como en las calles de Brasil; ni multitudes de analfabetos, como en las montañas de Bolivia; ni multitudes de desempleados, como en Perú; ni familias millonarias indiferentes a la suerte de los mendigos, como en los barrios nobles de Caracas; ni latifundistas que exterminan campesinos, como en las selvas de Guatemala.

Cuba no es el paraíso, pero en un continente de miserables, quien puede comer es rey. Allí, el socialismo extendió a todos la sobrevivencia biológica (en 1993, morían 10 niños de cada 1000 nacidos vivos), el acceso a la escuela, la salud, el trabajo, el salario digno. Hay problemas, y muchos, como las cuarterías en Habana Vieja, las favelas en Santiago de Cuba, la mala distribución de los productos, el mercado negro, la creciente prostitución en La Habana y la falta de mecanismos políticos que permitan a los descontentos y soñadores apuntar críticas y alternativas, sin el riesgo de verse incluidos en el rol de los contrarrevolucionarios.

La Revolución se acostumbró al monocultivo y a la exportación de azúcar, confirmando la división internacional del trabajo impuesta primero por España, luego por EEUU y finalmente por la Unión Soviética. No se intentó crear una infraestructura industrial, tal vez confiando en la indisolubilidad del matrimonio con los rusos. Ahora bien, aun en los casamientos indisolubles un día muere uno de los dos. La escasa industria del país se centraba en la construcción civil y en la fabricación de materiales básicos de consumo doméstico, escolar, deportivo o cultural. Se trataba de dar a la nación un bienestar negado al país.

Cuba desnudó la hipocresía del discurso liberal, que promete a todos desarrollo, libertad y paz. Pasados 100 años de efectiva hegemonía de la economía de mercado en América Latina, el panorama es desolador. El 70% de la población vive bajo la línea de pobreza, y el 40% bajo la línea de la miseria. Un millón de niños desnutridos mueren cada año en el continente.

Y hoy nadie duda que jamás hubo una intención altruista en los dólares remitidos por el Primer Mundo a nuestros países. Detrás de cada dólar estaba la certeza de una inversión lucrativa y de aumento de la dependencia política, a través del soborno de gobiernos, de la corrupción de autoridades, de la expansión de los intereses de los carteles y de las empresas transnacionales. La Alianza para el Progreso no aplacó el hambre de la población del nordeste brasileño, pero ciertamente refrenó el sentido de brasileñidad de la élite de aquella región. Los préstamos siempre llegaron a nuestros países atados a proyectos específicos y, sobre todo, en busca de la multiplicación de lucros y servicios, convirtiendo en eterna la deuda externa, versión monetarista de la dependencia cultural.

Cuba osó desenmascarar ese mecanismo que hace de América Latina y también de Africa y de Asia, regiones necrófilas. En nuestros países se nace para morir. Sólo en Cuba los bienes de la tierra y los frutos del trabajo humano son fraternalmente repartidos. La Revolución promovió las reformas agraria y urbana, permitió que todos tengan techo y extendió el derecho de la tierra a los campesinos. La campaña de alfabetización erradicó la ignorancia.

Negros, hijos de obreros y de agricultores, o mujeres, que en nuestros países estarían condenados al subempleo, a la marginalidad o a la delincuencia, en Cuba se gradúan en medicina o ingeniería, trabajan en investigaciones científicas o dan clases en la Universidad, conquistan medallas de oro en juegos olímpicos y escriben bellas páginas de historia de arte en nuestro continente.

Considero capital el consejo de Jesús: no quitar la mota del ojo ajeno sin apartar la viga que nos ciega. ¿Cómo puedo tirar piedras a Cuba si vivo en un país y un continente que producen más muertes que vidas? ¿Cómo condenar a Cuba por sus errores, si conozco muy bien lo que ocurre en el interior de la Iglesia? ¿Y cómo exigir que David tire su honda, si Goliat, tan próximo, amenaza aplastarlo?