¿Por qué lo llaman «economía de guerra»...
¿Por qué lo llaman «economía de guerra»...
...cuando quieren decir -deberían decir- ecosocialismo?
Jorge Riechmann
Desde hace ya algunos años, analistas hondamente preocupados por la magnitud y la velocidad de la transformación socioeconómica que sería necesaria para evitar despeñarnos en un abismo civilizatorio (la clase de colapso que está en nuestro horizonte desde los años setenta del siglo XX: la publicación del primer informe al Club de Roma sobre Los límites del crecimiento, en 1972, sirve como hito temporal) señalan que no podemos seguir pensando en términos de business as usual dentro del capitalismo, y que por ello sería necesario ir a una economía de guerra. Así, por ejemplo, Lester R. Brown y sus colaboradores/as del Earth Policy Institute, quienes piden una movilización como en tiempos de guerra para salvar el clima:
«Recortar las emisiones netas de CO2 un 80% para 2020 para estabilizar el clima implicará una movilización de recursos y una rotunda reestructuración de la economía global. La entrada de EEUU en la Segunda Guerra Mundial ofrece un ejemplo inspirador en cuanto a una rápida movilización. El 6 de enero de 1942, transcurrido un mes desde el bombardeo de Pearl Harbour, el Presidente Franklin D. Roosevelt utilizó su discurso del Estado de la Unión para anunciar los objetivos de producción de armas del país. Estados Unidos, dijo, estaba planeando producir 45.000 tanques, 60.000 aviones, 20.000 armas antiaéreas». Añadió: «No dejemos que nadie diga que no se puede hacer». Desde principios de 1942 hasta el final de 1944, prácticamente no se produjeron coches en Estados Unidos. En vez de ello, la mayor concentración de poder industrial del mundo en ese momento -la industria automovilística estadounidense- fue aprovechada para conseguir los objetivos de producción de armas de Roosevelt. De hecho, para el final de la guerra, EEUU había superado holgadamente los objetivos del Presidente. La velocidad de esta conversión desde una economía de tiempos de paz a una economía de tiempos de guerra es asombrosa…» (Lester R.Brown, y otros, El momento del Plan B, informe del Earth Policy Institute, 2008; cfr: www.ecoterra.org/data/plan_b.pdf).
En España, Antonio Turiel (científico titular del CSIC y presidente del Oil Crash Observatory) calcula que sustituir los aproximadamente 6 exajulios de energía primaria usada anualmente en España por fuentes renovables implicaría instalar un terawatio eléctrico, de modo que «las necesidades de capital de esta transformación se elevarían a 4’12 billones de dólares: tres veces el PIB de España». Si se adoptase una «economía de guerra» que permitiese destinar el 10% del PIB cada año para sufragar esa transición hacia uno de los rasgos básicos de una sociedad sostenible (un sistema energético sostenible), y suponiendo que el territorio nacional pudiese proporcionar toda esa energía renovable (y sin entrar a considerar los problemas de «cuellos de botella» y otras escaseces, por ejemplo en materiales raros, que sin duda aparecerían), se necesitarían 32 años para completar la transformación (sin tener en cuenta costes financieros y otros gastos indirectos). El propio Turiel comenta: «Es evidente que, en el marco de un sistema de economía de mercado, el capital privado no acometerá una inversión tan grandiosa y de tan dudosa o nula rentabilidad» (Antonio Turiel, El declive energético, en «Mientras tanto» 117, Barcelona 2012).
Lo que uno se pregunta es: pero si se reconoce que respetar las exigencias de rentabilidad de los capitales privados es incompatible con la preservación de una biosfera habitable, ¿por qué no hablar a las claras de ecosocialismo, en lugar de emplear el eufemismo «economía de guerra»?
El investigador belga Daniel Tanuro, desde su análisis ecosocialista de la crisis climática (cfr. por ejemplo su libro El imposible capitalismo verde, La Oveja Roja, Madrid 2011), insiste en que «constituye un error mayúsculo ajustar las respuestas al calentamiento climático –tanto si hablamos de mitigación como de adaptación, por emplear las expresiones consagradas- a lo que resulta políticamente factible dentro del capitalismo», aceptado como un marco irrebasable. Respetando las exigencias de rentabilidad de los capitales privados, no resulta viable estabilizar el clima del planeta, ni siquiera evitar lo peor del calentamiento global. El calentamiento climático –y más en general la crisis ecológico-social– pone inevitablemente sobre la mesa, en efecto, la cuestión del sistema socioeconómico.
La naturaleza intrínsecamente expansiva del capitalismo choca contra los límites de una biosfera finita. El capitalismo, con su sueño de crecimiento indefinido de los beneficios (que exige el crecimiento indefinido de la producción y el consumo), es una revuelta contra el principio de realidad.
Si crece, devasta (lo ecológico); si no crece, devasta (lo social). Es una máquina infernal. Nos ha situado ya a un paso del colapso civilizatorio.
Si se parte del enorme asunto del calentamiento climático, hay que reconocer que, se tome como se tome, tratar de resolverlo, aunque sea con herramientas económicas liberales de tipo cap and trade, exige una regulación global de la economía. Reducir las emisiones de dióxido de carbono en las magnitudes y plazos necesarios, no ya para estabilizar el clima del planeta, sino para frenar lo peor del calentamiento (al menos un 5% anual durante casi cuatro decenios, de 2013 a 2050, de manera que en 2050 supusieran aproximadamente una décima parte de las emisiones de 2011), no parece compatible con mantener la rentabilidad que exigen los capitales en el sistema de producción capitalista…
No anda tan desencaminada la ultraderecha estadounidense cuando denuncia a los ecologistas como socialistas encubiertos (ya saben, sandías verdes por fuera y rojas por dentro), ya que hacer frente –en la realidad y no retóricamente– a nuestros problemas ecológicos exige, de hecho, intervenir decisivamente en la sacrosanta libertad capitalista de decidir las inversiones sin la menor intervención externa.
Ecologizar la economía exige poner trabas al librecambio y la operación de los mercados, al poder del capital, a la mercantilización del trabajo y de la naturaleza. Fernando de los Ríos dijo en cierta ocasión: «Si queremos hacer al hombre libre tenemos que hacer a la economía esclava». Hoy podemos parafrasear: si queremos conservar el mundo, si queremos detener la destrucción de la biosfera y los seres que la habitan, tenemos que someter a la economía a criterios de sustentabilidad y justicia. Una economía ecológica ha de superar el déficit de regulación en el metabolismo entre sociedades industriales y biosfera que padecemos en la actualidad.
Nunca la necesidad objetiva de ecosocialismo fue tan grande como hoy, cuando nos asomamos al abismo de un colapso civilizatorio… Pero, al mismo tiempo, parecen lejos de madurar las condiciones subjetivas para avanzar hacia una sociedad así, después de tres decenios de neoliberalismo/neoconservadurismo en los países centrales del Imperio del Norte y del fracaso del experimento pseudosocialista de la URSS y sus países satélites. Tal es uno de los componentes de la tragedia que caracteriza a nuestro tiempo.
PARA UN TRATAMIENTO PEDAGÓGICO DE ESTE TEXTO
Antes de la reunión de grupo:
1. Lectura detenida del texto, personalmente.
2. Búsqueda en internet de materiales sobre:
- la situación de emergencia ecológica actual, ¿en qué consiste la emergencia y la amenaza?
- ¿qué margen, qué plazos de tiempo tenemos para actuar «antes de que sea demasiado tarde»...?
Con esa preparación, debatir en el grupo:
• ¿Estamos en un tiempo “normal” o en una hora de emergencia planetaria? Razones en pro y en contra.
• La Humanidad, ¿se está dando cuenta de lo que pasa y de cómo se nos acercan las fechas del no retorno? ¿Por qué? ¿Cuáles son los factores que más están impidiendo a la sociedad mundial darse cuenta de lo que pasa y ponerle remedio?
• Un paso más: ¿se puede decir que el sistema económico capitalista tradicional es el mayor obstáculo para que nos planteemos un cambio hacia una economía realmente sensata y humana, sostenible y amigable con la tierra y con todos los seres que la habitamos?
• ¿Se puede decir que el dilema de raíz es «la bolsa o la vida», elegir entre la intocable libertad económica del dinero y de los mercados, o la supervivencia?
• Pero el tiempo de evitar el colapso se acaba... ¿Podría pensarse que llegará un momento de tanta urgencia, que estará justificado «imponer por la fuerza» un cambio hacia un sistema económico sostenible, aun contra los inconscientes que niegan el problema, pese a quien pese? ¿Sería necesaria «una movilización como en tiempos de guerra»?
• El autor acaba lamentando que no acaban de madurar las condiciones subjetivas de la humanidad para dar el paso inevitable, que cuanto más retrasemos será más difícil adoptar... ¿Qué son esas condiciones subjetivas? ¿Por qué la sociedad parece paralizada, sin actuar, ante un problema tan grave, tan claro y tan amenazante?
• ¿No es lo más urgente hoy la educación de la conciencia, la concientización? ¿Qué podemos hacer?
Jorge Riechmann
Madrid, España