¿Por qué seguimos en ésas...?

¿Por qué seguimos en ésas...?


Vamos llegando al fin del segundo milenio. Con la modernidad y la posmodernidad a cuestas, globalizados en la comunicación y en pleno imperio (caduco) del neoliberalismo.

En América Latina, en el tercer mundo, y en todo el mundo solidario, se ha dado una quiebra de entusiasmo, en muchos compañeros y compañeras, quizá porque ya no aparecen tan próximas ni tan claras las perspectivas de un cambio mayor, de una «revolución social» diríamos, de un proyecto alternativo. En el ámbito de las religiones y concretamente en la Iglesia cristiana, la involución y hasta los fundamentalismos se levantan como diques de contención contra las mareas de la renovación, del diálogo, de la verdadera mundialidad.

Esta es, pues, tal vez más que nunca, hora de definirse: ¿Seguimos o no seguimos? ¿Enarbolamos las banderas de las mismas luchas y esperanzas o las arriamos? ¿La utopía ya es, como diría irónicamente Galeano, un «caballo cansado»? ¿Nos apeamos, pues? ¿Podemos seguir soñando con una sociedad justa, igualitaria, fraterna? ¿Enterramos en el olvido la sangre de nuestros mártires? ¿El verdadero Dios, la verdadera religión, la verdadera Iglesia de Jesús, pueden tolerar la cerrazón, el miedo, la desesperanza, la insolidaridad, la componenda, la claudicación?...

Se propugna con insistencia, a partir de algunos sectores, un cambio de paradigmas. Se dice que la izquierda ha de cambiar de discurso. Se supone muy gratuitamente que todo socialismo ha muerto. Se pretende que la teología y la espiritualidad y la pastoral de la liberación renuncien a su imaginario; y no falta quien las suponga ya difuntas...

Esta pretensión, aturdida por el «fracaso» de ciertas experiencias históricas, podría llevarnos no sólo a cambiar de paradigmas, sino a cambiar el paradigma irrenunciable; podría empujarnos a acabar negando la esperanza; a relegar el Evangelio, a renegar prácticamente del Dios de la Vida y de la Liberación, sometiéndonos, mudos o estupefactos o conniventes, a otros dioses...

No se trata de restar: se trata de sumar. No hay por qué cambiar de «discurso», aunque se deba cambiar de acento. La palabra ha de ser la misma; quizás en otro tono.

Lo que fue sustancialmente válido ayer, sigue siendo válido hoy y lo será mañana. ¿Creemos o no creemos en la Justicia, en la Liberación, en la Fraternidad Universal? ¿Creemos o no creemos que sea posible otra sociedad? ¿Creemos o no creemos que la Humanidad sea hija del Dios de la vida y del amor?

Asumamos, sí, paradigmas enriquecedores, quizá más o menos preteridos en tiempos de urgencia o de militancia más unilateral o más inmediatista. Abrámonos de corazón a la lógica de lo simbólico, a la realización personal y familiar, a la perspectiva de género, a la ternura en nuestras relaciones, a toda la riqueza cultural de nuestros pueblos con su respectiva alteridad, a una serena paciencia histórica en los procesos, a la complejidad de los análisis, a una mayor apertura para alianzas, a la conciencia de la mundialización y a la transformación que ella supone en las luchas de un país o de un continente, inseparables hoy de la lucha globalizada de la «aldea mundial»...

Todo lo cual, sin embargo, tampoco es tan nuevo en la espiritualidad, en la teología, en la ideología y en la militancia de Nuestra América, si es que no hemos perdido la memoria y somos aún capaces de agradecer el caudal de mística, de utopía, de poesía, de simbolismo, de solidaridad y de sangre mártir que en las últimas décadas ha inundado todo el cuerpo de nuestro Continente.

En este cambio de postura, enriquecida, el paradigma mayor continúa siendo, para todos los compromisos, una humanidad justa, digna, libre, solidaria, que responda, en nuestra fe cristiana, al paradigna último del Reino.

«Cultivar la justicia y las rosas», diría el poeta peruano; no sustituir la justicia por las rosas...

En este ambiente de cambio y bajo este clima de perplejidad, las certezas mayores deben ser más radicalmente asumidas, más claramente promulgadas, vividas con mayor pasión. Prescindiendo quizá de los aplausos. Cargando la cruz. Sintiéndonos «resto», minoría «abrahámica» o minoría «gedeónica». Sin claudicar ante el pensamiento débil y la postura light, que acaban siendo dictatorialmente postura y pensamiento únicos.

Grandes las perplejidades, pero mayor la certeza. Cuanto más densa es la oscuridad, más necesario es «dar razón de la propia esperanza»

Seguimos en éstas, pues, porque la Historia sigue, y porque con la Historia sigue el Reino.