Por una lucha sin fronteras

Por una lucha sin fronteras

Claudia Fanti


Si el 1% de la humanidad tiene casi la mitad de la riqueza del mundo, surge una pregunta: ¿y todos los demás, qué hacen?

Por supuesto, el enemigo es el mismo para todos los pueblos del mundo: el sistema financiero y las empresas transnacionales que se doblegan a sus intereses, las organizaciones internacionales y los gobiernos. Las estrategias que emplean son las mismas en todas partes, los mismos procesos de precarización del empleo y de expropiación de los bienes comunes a los intereses privados.

Pero si la ofensiva del capital no tiene fronteras, ¿no debería hacer igual la lucha de los pueblos? Éste es el desafío que estamos llamados a responder los movimientos populares de todo el mundo: unir nuestras fuerzas a nivel internacional para aumentar la capacidad de combatir de este 99% de la humanidad.

Más allá del Foro Social Mundial

Surgió por primera vez un lugar de encuentro de las fuerzas populares en el Foro Social Mundial –particularmente a través de las asambleas de movimientos sociales–, anticipada por eventos tales como la Campaña por los 500 años de Resistencia Indígena, Negra y Popular de 1992, el levantamiento zapatista en 1994, la aparición de la Alianza Social Continental contra el ALCA en 1997, las manifestaciones contra la Organización Mundial del Comercio en Seattle en 1999: un recorrido que ha recogido muchos frutos, comenzando por la creación de una oposición mundial al pensamiento único neoliberal, que permite a los movimientos establecer alianzas, compartir análisis, promover acciones coordinadas a nivel mundial.

Pero a pesar de que tenía –y sigue desempeñando– un papel valioso en la lucha contra el capital, el FSM parece en parte haber agotado su función histórica, quedando enredado en la pregunta sin resolver de su limitada incidencia. Y revelándose finalmente incapaz de oponerse al proyecto del capital de plegar el Estado a sus intereses, y de lograr socavar el sistema simbólico de la cultura dominante.

Convergencia, no unificación

Desde la primera edición del FSM el panorama mundial ha cambiado profundamente, planteando al movimiento de justicia mundial nuevos y complejos desafíos. Nuevos jugadores han surgido, que presentan dinámicas propias fuera del espacio del FSM: como las movilizaciones populares ligadas a la Primavera árabe, que después implosionó, el movimiento de los indignados en EEUU, Europa y en todo el mundo, con su modo específico de lucha, menos institucional y más horizontal, espontáneo y descentralizado. Movimientos de rasgos muy distintos, pero con el rasgo común de la desconfianza en los partidos tradicionales y la opción por formas de democracia directa, así como el uso de las redes sociales como medio de amplificación de la protesta, de coordinación y comunicación. Ni el FSM ha sido capaz de ofrecer formas de organización para el mundo de la inseguridad, la economía informal, de los jóvenes de clase baja de los suburbios de las grandes ciudades, que no están sindicalizados, que no constituyen un sujeto político o jurídico.

Es necesario comenzar por el reconocimiento de la pluralidad y la diversidad de contextos en los que operan estos movimientos, renunciando a la ilusión de considerar en un único proceso la multiplicidad de iniciativas: convergencia, no unificación, puede ser el objetivo (aún por determinar), dentro del respeto a la diversidad, pero privilegiando lo que une.

La problemática relación con los gobiernos

No tiene sentido buscar una respuesta única a la posibilidad de conectar las múltiples expresiones de la lucha popular con la política institucional, que era uno de los temas principales que quedaron sin resolver en el marco del FSM, entre el deseo de algunos de una mayor articulación entre los movimientos sociales, las fuerzas políticas y gobiernos progresistas, y el miedo de otros a la confusión indebida entre las realidades de base y las realidades institucionales. Algo difícil de resolver, por ejemplo, en presencia de gobiernos progresistas que continúan traicionando las expectativas de cambio de los movimientos populares, pero que al mismo tiempo están expuestos a la fuerte ofensiva de una derecha antidemocrática, cuando no claramente golpista. ¿Qué hacer en esos casos? ¿Elegir el mal menor? ¿O dar la espalda a la política institucional, para concentrar las energías en un espacio comunitario autogestionado, un espacio “abajo y afuera” del sistema dominante, con el objetivo de cambiar el equilibrio del mundo multiplicando las grietas, grandes y pequeñas, en el tejido de la dominación capitalista?

Si bien una respuesta unívoca es imposible, se puede al menos intentar el camino de un diálogo sin concesiones con los gobiernos más abiertos a las demandas de los movimientos, sin perder su autonomía y su horizonte utópico, y sobre todo, sin dejar de poner el énfasis en el fortalecimiento de la lucha del pueblo organizado. Porque, aun sin subestimar la importancia del marco institucional para viabilizar el cambio, no puede haber dudas en cuanto a quiénes son los verdaderos sujetos del cambio: no es de los gobiernos, sino de la fuerza –comenzando por la numérica– que el pueblo pueda acumular, de lo que depende la construcción de la alternativa.

Un espacio de articulación mundial

Lo que se necesita, con urgencia, es crear otro espacio, o espacios, en los que las diferentes experiencias establezcan objetivos comunes, temas en los que converger, construyendo una plataforma de lucha y creando sinergias entre las muchas batallas que se están dando. Y, por lo tanto, una acumulación de fuerza suficiente para crear una hegemonía alternativa. Un impulso en este sentido provino del encuentro mundial de los movimientos populares en el Vaticano, que tuvo lugar en octubre de 2014 en torno a tres grandes temas: tierra, trabajo, casa, sobre el fondo del llamado del Papa: «Ninguna familia sin hogar: Ningún campesino sin tierra. Ningún trabajador sin derechos»: Una experiencia a ser retomada, ampliando el diálogo a todas las tradiciones religiosas de la humanidad, que pueden promover una gran asamblea para la defensa de la vida en la Tierra.

El punto central

Ésta es de hecho la cuestión a la que todos los movimientos populares están llamados a dar prioridad absoluta: la de la justicia ambiental y climática, la adaptación del modelo de producción a los límites del planeta, como condición para la misma continuidad de nuestra vida en la Tierra. Son tantas las amenazas para la supervivencia de la especie humana en el planeta, y tan corto el tiempo que nos queda para cambiar de rumbo que no es posible posponerlo. De ahí la necesidad de que los movimientos populares –entre los cuales la conciencia de la centralidad de este tema es aún hoy limitada– para oponerse de una forma unida, fuerte y decidida, a cualquier política que vaya a tener un impacto negativo en los ecosistemas y los pueblos que los habitan, aunque tal política –como en las múltiples formas del extractivismo– sea ejecutada por gobiernos «amigos» en manos de las empresas estatales en lugar de transnacionales, y en nombre de la creación de empleo o la financiación de programas de lucha contra la pobreza... Y si bien es imposible un cambio de la noche a la mañana, el criterio debe ser el de apoyar cualquier cosa que favorezca una transición a una sociedad post-extractiva y post-capitalista.

Dos causas, una lucha

Aunque es la totalidad de los ecosistemas del planeta lo que está en peligro, el impacto de la crisis del medio ambiente y el clima es extraordinariamente desigual. Y las regiones y poblaciones más afectadas son las que tienen menos responsabilidad en la dinámica depredadora. Protección ambiental y superación de la desigualdad deben ir necesariamente de la mano: sólo a través de una redistribución radical de la riqueza y la recuperación de la soberanía de los pueblos sobre los recursos naturales, es posible reducir la presión humana sobre los ecosistemas y garantizar al mismo tiempo condiciones de vida digna para todos.

Regreso al trabajo de base

Pero si nuestra única posibilidad de derrotar al actual modelo reside en la capacidad de movilizar a la sociedad, a nivel nacional y mundial, esto sólo puede darse a través de ese viejo trabajo básico que exige de los militantes tiempo, paciencia y humildad, lamentablemente descuidado por demasiados movimientos seducidos por una lucha puramente institucional. A través de un proceso permanente de contrainformación, de formación y de organización política, de reflexión sobre los pasos necesarios para una transición hacia un nuevo modelo de civilización, sea que lo llamamos buen vivir, eco-socialismo o decrecimiento: otro paradigma de vida humana sobre la Tierra Madre, centrado en el derecho a la existencia de todas las formas de vida, la equidad intergeneracional e intrageneracional entre los seres humanos para el uso sostenible de los recursos naturales, el mantenimiento de los ciclos de regeneración de la naturaleza, la recuperación de la visión de los antiguos habitantes de Abya Yala de que no es que la Tierra nos pertenezca, sino que somos nosotros los que pertenecemos a ella.

 

Claudia Fanti

Roma, Italia