POR UNA TRANSICIÓN ECOSOCIAL JUSTA
YAYO HERRERO
Suenan tambores de ecocidio y genocidio. De guerra contra la vida. Podemos escuchar el silencio de los bosques recién quemados, el de los lagos y mares contaminados, el del cauce de los arroyos secos
y vacíos de peces. Atruena el sonido de las bombas sobre Gaza y las voces de quienes, entre escombros, se empeñan en vivir y gritan para que el mundo no les olvide. Y a la vez se oyen, cada vez más fuertes, las voces de quienes acampan y se organizan para vivir de otra manera, recomponiendo lazos rotos con la Tierra y con los cuerpos. Suenan, a la vez, tambores de guerra y las voces de quienes exigen a gritos la paz.
Vivimos una gravísima crisis de civilización. Caos climático, escasez ligada al uso irracional de bienes finitos, vulneración de la protección social –que afectan asimétricamente en función de la clase, de la edad, del género, de la procedencia–, degradación y graves ataques a la democracia, recortes de derechos sociales y económicos, guerras, migraciones forzosas, extractivismo y expulsión…
El capitalismo ha perfeccionado hasta el extremo la forma de extraer beneficio económico y hacer crecer el dinero a costa de dilapidar a toda velocidad cantidades ingentes de recursos y bienes imprescindibles para la vida. Un modelo exitoso para la acumulación y concentración de poder pero fallido para garantizar la vida decente de muchas personas y comunidades en el presente y en el futuro.
Isabelle Stengers, en “En tiempos de catástrofes. Como resistir la barbarie que viene”, denomina la intrusión de Gaia a la irrupción de los ciclos y fenómenos naturales como un poder. La crisis ecológica ha hecho que la naturaleza emerja, de forma visible, como sujeto histórico. Es un sujeto político que influye en todo, pero con el que no se puede negociar. Por ello, si bien no tiene sentido politizar la ecología, es imprescindible ecologizar la política.
Urge desarrollar un proyecto político que movilice conocimiento, ti mpo, responsabilidad y valores de confianza, esperanza y apoyo mutuo para lograr transitar hacia sociedades seguras, igualitarias, libres
de violencias, ajustadas a su biocapacidad y resilientes ante la contingencia de lo imprevisto. Con los límites superados y en un entorno de desigualdades crecientes en todos los ejes de dominación – clase, género, etnia– es obvio que la tarea pendiente es ingente.
Denominamos Transición Ecosocial Justa al proceso compartido, planificado y deseado de reorganización de la vida en común, que tiene por finalidad la garantía de condiciones dignas de existencia para todas las personas y comunidades, con plena consciencia de que ese derecho ha de ser satisfecho en un planeta con límites ya superados, que compartimos con el resto del mundo vivo y que estamos obligados a conservar para las generaciones más jóvenes y las que aún no han nacido. Esta tarea requiere asumir un dato y desplegar tres principios.
El decrecimiento de la esfera material de la economía es el dato. No es necesario debatir si se quiere o no decrecer, la economía global decrecerá materialmente de forma forzosa. Es, simplemente, el resultado del desbordamiento de los límites planetarios y del despropósito y falta de escucha a lo que la información científica viene planteando desde hace decenios. Ojalá se hubiesen escuchado las advertencias que se hicieron, pero no ha sido así. Ahora toca hacer frente a la realidad, no edulcorarla ni negarla. Estamos en la Era de las Consecuencias y mientras no salgamos del fundamentalismo del crecimiento, economía y sostenibilidad, economía y salud, economía y seguridad, economía y alegría, seguirán contraponiéndose entre sí. La Era de las Consecuencias es un documental (J. P. Scott 2016), que investiga los impactos del cambio climático sobre el aumento de la escasez de recursos, la migración y los conflictos.
El inevitable decrecimiento material puede abordarse de formas diferentes. Si las sociedades siguen con la deriva actual, el decrecimiento forzoso se resolverá de forma violenta y desigual. Aquellos sectores que están protegidos por los poderes económico, político y militar seguirán acaparando recursos declinantes, mientras cada vez más gente se va quedando atrás.
La vía que defiende una transición ecosocial justa es difícil pero viable. Propone asumir la inevitable contracción de la dimensión material de la economía en un proyecto político justo, anticipado y decidido. Este camino obliga a cambiar profunda y radicalmente las relaciones sociales, económicas y ecológicas. Supone el tránsito de sociedades basadas en el dominio y el crecimiento a otras en las que la vida humana se reconozca parte de la biosfera y cada ser humano se reconozca como parte de la comunidad.
Para que el decrecimiento vaya por ese camino, hace falta tres principios orientadores: suficiencia, reparto y prioridad de la sostenibilidad de la vida. El principio de suficiencia señala que vivir con lo suficiente es, a la vez, una obligación y un derecho.
Obligación, porque hay personas que pueden y deben vivir con muchos menos materiales y energía.
Derecho, porque hay otras que no tienen lo necesario para cubrir sus necesidades (vivienda, energía,
cuidados, alimentos saludables, etc.) y necesitan más. El principio de suficiencia implica abrir reflexión
y debate social sobre las necesidades. Distinguirlas de los deseos e imaginar y poner en práctica formas justas de resolverlas, en el contexto concreto de la crisis ecológica, es una tarea política de primer orden.
El segundo principio es el del reparto. En un planeta físicamente limitado, en el que un crecimiento económico ilimitado no es posible, el bienestar para todas las personas se relaciona directamente con la distribución y reparto de la riqueza. Si no es posible extender los niveles de consumo material de las personas privilegiadas a todas las que habitan el mundo, el acceso a niveles de vida dignos de una buena parte de la población pasa, tanto por una reducción drástica de los consumos de aquellos que más presión material ejercen sobre los territorios con sus estilos de vida, como por una redistribución justa de la riqueza. Hoy, luchar contra la pobreza y la desposesión equivale a denunciar y combatir la excesiva riqueza.
No solo se trata de repartir la riqueza y los bienes, sino también las obligaciones que comporta tener cuerpos y vidas vulnerables. El trabajo de cuidados y reproducción cotidiana de la vida es un asunto de corresponsabilidad entre personas, instituciones y ciudadanía. El trabajo de sostener la vida no puede, y no debe, ser un asunto solo de mujeres. La desfeminización de las tareas asociadas a los cuidados es absolutamente crucial para superar la violencia de las relaciones patriarcales y también para conseguir
una supervivencia digna. Son trabajos imprescindibles que hay que enseñar y aprender a repartir.
El tercer principio es el de la prioridad de la sostenibilidad de la vida. Supone una actitud ética y
política que sitúe la vida digna de todos y todas como una prioridad.
Desde el principio del cuidado podemos realizar una crítica al conjunto del sistema, pero, además, podemos definir el tejido social y económico que desearíamos. ¿Qué economía? ¿Qué política de vivienda? ¿Qué políticas migratorias? ¿Qué comercio internacional? Poner la vida en el centro es algo bien concreto y tiene que ver con el compromiso radical con los Derechos Humanos y la consciencia de pertenencia a la trama de la vida.
Conseguir realizar un aterrizaje forzoso en la tierra y en los cuerpos sin dejar a mucha gente atrás va a requerir poner en marcha nuevas formas de organizar la vida en común que aún no conocemos. La memoria y la imaginación son imprescindibles para poder hacerlo.
Para poder imaginar es necesario tener memoria. Si se pierde la memoria, la imaginación se independiza de lo vivido. Recuperar una memoria que nos devuelva la identidad de seres de la tierra, es un acto de resistencia que abre paso a la imaginación.
Con frecuencia, pensamos que hay personas que son imaginativas y otras que no. Pero la imaginación
no es un don con el que han sido agraciadas algunas personas. La imaginación se entrena. Entrenar la imaginación es una cuestión crucial para construir la confianza en un orden alternativo, deseable y realizable.