Proceso de humanización de la violencia a la no-violencia
Pere Torras. Cataluña.
Tarde del Domingo de Ramos. Representación teatral de la PASIÓN DE JESÚS:
Anás va dando al Sanedrín “argumentos” para hacer “legal” la condena de Jesús, ya decidida. También habla de “proteger al pueblo”.
Detrás de mí una voz femenina susurra bajito: Esto es el que está pasando hoy entre nosotros.
La crucifixión de Jesús muestra una violencia extrema; exhibida para que sirva de escarmiento. La sentencia, exigida por un pueblo que venera a Dios como Padre, es: “Nosotros tenemos una Ley y, según esta Ley, este hombre debe morir porque se ha hecho hijo de Dios”. Los relatos evangélicos hacen notar que la crucifixión de Jesús fue, para el pueblo, como un “acto de culto”.
A veces la violencia puede proceder de una mente o corazón “perturbados”. Pero la VIOLENCIA más grande e inhumana viene del PODER, ejercido sobre todo por los Estados. En las antiguas Sociedades Religiosas venía “legitimada”, en último término, en nombre de Dios. En las Sociedades Laicas actuales viene legitimada en nombre del Pueblo. Tanto da: la VIOLENCIA siempre es obra del PODER, que la hace “legal” con sus leyes, y atribuyéndose su monopolio.
¿De dónde viene, el PODER?
Esta pregunta nos lleva a descubrir la sabiduría y el realismo del antiguo mito de la creación según lo tenemos en la biblia.
El capítulo primero nos presenta a Dios como creador del universo. Con el universo, Dios crea al hombre a su imagen y semejanza. El relato acaba diciendo: “Dios vio que todo lo creado era muy bueno” (Génesis 1,31).
Lo que sigue será ya obra de los humanos, hechos “a imagen del Creador”.
La obra de los humanos es sobre todo la CONVIVENCIA.
Y aquí, según el relato bíblico, las cosas se complican: enseguida aparece la VIOLENCIA: el varón domina a la mujer, Caín mata a su hermano Abel, ...
!¿Qué ha sucedido?!
La explicación viene dada previamente en los capítulos 2 y 3. Dios ha puesto al hombre y a la mujer en un jardín con todo lo necesario para crecer felices siendo creativos. En medio del jardín, el árbol de la vida y el árbol del conocimiento del bien y del mal. Pero Dios les advierte: “podéis comer de todos los árboles, pero si coméis del árbol del conocimiento del bien y del mal, moriréis” (Génesis 2,17).
“Conocer el bien y el mal”. Caín consideró que su hermano Abel era un “mal”, y lo mató (Génesis 4,8). De modo semejante el Sanedrín consideró que era “bueno” que “un hombre muriera por el Pueblo”, y lo hicieron crucificar (Joan 11,50s). En la edad moderna, los Inquisidores juzgaron que los “herejes” eran un “mal”, y los condenaron. Muchos estados, quizá tenidos por democráticos, con sus leyes, deciden quienes son “buenos” y quienes, “malos”.
La Biblia dice que Adán y Eva, “viendo que el fruto del árbol era bueno para comer y agradable a la vista, y que era deseable poseer aquel conocimiento, cogieron y comieron”.
¡Difícilmente la moderna psicología lo diría mejor!
Decidir sobre el BIEN y el MAL nos hace sentir como pequeños “dioses” ante los demás. Resulta agradable, sobre todo después que todos hayamos pasado por la Infancia, en que éramos pequeños y débiles.
La experiencia de la propia debilidad nos lleva a desear el PODER. Y con el PODER viene la VIOLENCIA.
¿El árbol del conocimiento del bien y el mal es una trampa?
¡No! pero comer su “fruto” antes de adquirir aquel grado de humanización que nos permita ver a los demás como iguales y hermanos, genera “muerte”. Las debilidades llevan, como encastrada, la violencia. La sufrimos; y deseamos practicarla para “superar” la que sufrimos.
Es cuando vemos sus efectos perversos, que sentimos la necesidad de superarla no con más violencia sino con bondad. Aquella bondad inicial puesta en el corazón de todo ser humano, que nos mueve a hacer humanidad desde la generosidad, y a avanzar en el PROCESO DE HUMANIZACIÓN personal y colectiva. Los evangelios nos ofrecen el ejemplo del centurión romano que dirigió la crucifixión de Jesús: “Viendo cómo Jesús moría, exclamó: Realmente, este hombre era hijo de Dios” (Mateo 27,54).