Propiedad privada y desigualdad

Propiedad privada y desigualdad

João Pedro Stédile


La historia de la humanidad es un largo camino de búsqueda permanente de igualdad y justicia social para todos. Por su parte, la historia del capital es la historia de la apropiación privada de los bienes y riquezas de la humanidad y de su concentración, y por tanto, de la desigualdad social. Por eso, la historia del capital es anti-social. Pero algún día será superada por la fuerza social de la humanidad.

Hay muchas formas de leer la historia del capital; yo voy a leerla desde una de ellas. El capital es la suma de bienes producidos por el trabajo humano, y es medido por las monedas. Marx decía que la moneda es un fetiche, una ilusión, pues en sí misma no tiene valor; simplemente mide, expresa un valor, determinado por el trabajo humano. El ideal sería que en vez de monedas –dólares, euros, reales, pesos– los bienes fuesen medidos por el tiempo de trabajo que llevan dentro. Un pan, valdría dos horas de trabajo. Una mesa, un día de trabajo. Una camisa, dos días de trabajo. Un computador valdría algunas semanas de trabajo. Una casa valdría dos años de trabajo. Así, sería más fácil entender, que cuando una persona se apropia y posee muchos bienes como propiedad privada, más allá de su posibilidad de trabajo, esos bienes expresan muchos días de trabajo que alguien realizó, de los que otras personas se han apropiado. Nace ahí la desigualdad. Trabajamos la vida entera, y producimos todo tipo de bienes, pero la propiedad de esos bienes no es dividida por el tiempo de trabajo de cada uno. Si fuese así, viviríamos en una sociedad igualitaria, por lo menos entre los que trabajan.

Nuestra sociedad es extremadamente desigual. Y la desigualdad social nació de la forma como se constituyó la propiedad privada de los bienes.

Para estudiar las raíces históricas de la propiedad privada vayamos al siglo XIII, cuando los campesinos y artesanos que vivían en los feudos pasaron a producir excedentes, más allá de sus necesidades, y llevaron esos bienes a ferias estacionales, por los caminos entre los feudos, que pronto se convirtieron en ferias permanentes, con un nuevo nombre: el mercado.

Esos bienes llevados al mercado, recibieron el nombre de «mercancías». Al principio se trataba sólo de trueques de mercancías, según lo que cada quien necesitaba. Pero pronto surgió una mercancía intermediaria, que medía el valor (del tiempo de trabajo embutido en cada bien), y finalmente surgió la moneda, para facilitar la circulación de las mercancías.

Con el mercado y la moneda, surgió el intermediario, una figura que pasó a comprar las mercancías, por determinado precio, a los campesinos y artesanos, y a revenderlas luego por un precio mayor, a quienes las necesitasen. Listo: nació el capitalista, aquel que acumula bienes, riquezas, sin trabajar, sin producirlas. La diferencia de valor entre el precio pagado y el precio de reventa de las mercancías, se lo apropiaba privadamente ese comerciante, que así iba acumulando riquezas, y creciendo económicamente, sin producir nada. El capital nació en el comercio de mercancías. Los primeros capitalistas fueron los comerciantes, que vivían en «los burgos» (nombre de los mercados y ciudades alemanas), y por eso, los campesinos los llamaron «burgueses». Y así nació también la propiedad privada de las mercancías, que ya no quedaban con los que las producían, sino que iban para el mercado. Nacía la desigualdad: los que compraban y revendían las mercancías, se quedaban con ese valor añadido que los enriquecía y distinguía de los demás, los que sólo trabajaban produciendo los bienes.

Pasaron trescientos años. La acumulación de riquezas por el comercio fue tanta, que los burgueses europeos financiaron expediciones a China, India, Asia... y a América en busca de nuevas mercancías.

En el siglo XVIII se da una revolución tecnológica en el conocimiento que llevó al ser humano a dominar la energía física, con la máquina a vapor. Con eso fue posible desarrollar máquinas que podrían producir bienes con menos tiempo de trabajo humano.

Surgieron las fábricas. Y se dio una revolución social: millones de seres humanos fueron llevados a operar máquinas dentro de naves industriales, organizados con división de tareas, que multiplicaron la rapidez con que se podían fabricar los bienes necesarios, sea alimentos industrializados en los frigoríficos, en las fábricas de zapatos, ropa, muebles y utensilios. Surgieron el hierro, la siderurgia, el cemento, el ladrillo... lo que aumentó mucho la rapidez y el tamaño de las construcciones.

Todo eso parecería un enorme progreso social, por el aumento de la productividad del trabajo. Y porque con ello, el precio de las mercancías cayó tremendamente. Sin embargo, como vivíamos en el mundo del capital y de la propiedad privada, esa revolución tecnológica se la apropiaron sólo algunos seres humanos, que se transformaron en propietarios privados de las máquinas, de las invenciones, y pasaron a contratar de forma privada, comprando también la fuerza de trabajo de la mayoría, los que trabajaban, transformando el propio trabajo humano en una mera mercancía. Después, los bienes producidos por ese trabajo los vendían a un precio superior, apropiándose de forma privada de lo que se llamó plus-valía: el valor añadido producido por el trabajo humano.

Surge una contradicción más: aumentó mucho la fabricación de bienes, y disminuyó mucho su precio, medido por el tiempo de trabajo necesario para producirlos, pero la apropiación principal del excedente fue acumulada de forma privada, sólo por algunos burgueses industriales, los dueños de las máquinas, de las fábricas que contrataban obreros, ¡los verdaderos productores de los bienes! Y las diferencias sociales en la sociedad aumentan vertiginosamente, separando a los que trabajan de los que se apropian de su trabajo.

El capital pasa a dominar ahora, también la producción de los bienes, no sólo el comercio. Surge entonces la fase del capitalismo industrial. El lucro de los burgueses por apoderarse de la producción de los bienes llega también a abarcar la agricultura. Y el principal cambio es que la burguesía, dominando el Estado, como instrumento jurídico para normatizar la sociedad capitalista, introduce por primera vez la propiedad privada también de la tierra, que es un bien de la naturaleza, no fruto del trabajo. La propiedad privada de la tierra fue una condición impuesta mediante el Estado para satisfacer a la burguesía, que ansiaba invertir con sus máquinas y con la contratación de asalariados también en la producción agrícola.

El capitalismo industrial dominó por toda Europa durante doscientos años, hasta que se agotó la posibilidad de expandir más sus negocios y su acumulación en cada país, lo que lleva a la concentración de grandes empresas en un mismo país, y enseguida, a la necesidad de que esas empresas crucen las fronteras y transporten sus fábricas a otros países, en busca de nuevos mercados, materias primas y más obreros para explotar. Nace así, al inicio del siglo XX, el imperialismo, movimiento necesario del capital que necesita expandirse para seguir acumulando y concentrando riquezas en otros países. Surge una burguesía internacional, que va apropiándose de riquezas privadamente sin respetar fronteras o soberanías de las naciones. Y la desigualdad social se amplía a todo el planeta.

Las disputas entre esas burguesías industriales por controlar mercados, materias primas y mano-de-obra a ser explotada fue tan grande que llevó a la humanidad en sólo 50 años a dos guerras mundiales, costando la vida de 50 millones de personas.

Llegamos a 1990, la era de los gobiernos Thatcher y Reagan, la entrada del capitalismo en una nueva fase. Ahora, el centro de acumulación de riquezas ya no es el comercio, la industria o la producción de bienes, sino el dinero, transformado en capital, que se va multiplicando con los intereses, controlando las acciones de las empresas productivas y especulando con mercancías. El capitalismo financiero domina todas las formas de apropiación del capital. Y cuando cayó la barrera del socialismo de los países del Este, se impuso la ideología del neoliberalismo. Por primera vez en la historia un único modo de producción, el capitalismo, envolvió todo el planeta: «globalizado».

Estas últimas décadas han sido todavía más concentradoras y centralizadoras de la riqueza en las manos de menos capitalistas, ahora concentrados en banqueros y accionistas de grandes empresas transnacionales. Menos de 500 empresas controlan más del 60% de toda producción mundial, pero dan empleo para sólo al 8% de los trabajadores... ¡Hay 50 veces más dinero/capital circulando por el mundo en forma de dólares y euros que su equivalente en mercancías! Sólo el 1% más rico de la población controla más riqueza que todo el resto, el 99%... Ahora introdujeron la propiedad privada de seres vivos, las simientes transgénicas, la propiedad privada del agua, de la biodiversidad, y hasta del oxígeno...

Nunca la humanidad llegó a tanta concentración de riqueza y tamaña desigualdad. Mas no desesperemos. Por su inteligencia, sabiduría y capacidad de organización de los pueblos, la Humanidad va a superar el lucro capitalista y la propiedad privada, que sólo generan desigualdades y problemas sociales.

 

João Pedro Stédile

Militante del MST, São Paulo, Brasil