Propuestas del Manifiesto animalista

Propuestas del Manifiesto animalista

Corine Pelluchon


El Manifiesto propone acabar con cuatro atrocidades mayores que cometemos contra los animales, que pueden gozar pronto de consenso social suficiente. Recomendamos vivamente leer/trabajar el Manifiesto completo.

a) Fin de la cautividad animal

La cautividad de los animales salvajes en los circos, parques y zoológicos atenta contra su bienestar. Tanto si se les arrancó de su medio natural separándolos de los miembros de su familia (a menudo tras una matanza en una cacería organizada, como vemos en la bahía japonesa de Taiji), como si han nacido en cautividad, las fieras, lobos, monos, elefantes, cebras, osos, delfines y orcas no deben estar en jaulas ni en piscinas.

Todos los animales cautivos se aburren soberanamente y desarrollan estereotipos que revelan su malestar. Ningún cetáceo puede estar a sus anchas en un delfinario, porque las piscinas cloradas donde los encierran no tienen nada que ver con el ambiente que necesitan. El público que acude a ver los espectáculos de delfines y orcas ama a estos animales sensibles e inteligentes. Cree que les gusta hacer acrobacias y ve con agrado la complicidad entre los cetáceos y los cuidadores. No sabe cuán intenso es el sufrimiento de estos animales y desconoce que para conseguir que den estos saltos y se queden varados en el borde, con los órganos comprimidos y la piel abrasada por el sol, los castigan dejándolos sin comer, o aislándolos, y los humillan obligándolos a dar esas volteretas a cabio de pescado muerto arrojado en recompensa.

Lo que tienen en común todos los espectáculos que implican el amaestramiento del animal es la humillación. Ningún tigre saltaría a través de un círculo de fuego si no lo hubieran obligado durante largas sesiones para que reprimiera sus instintos y obedeciera a un amo que a cambio le dará comida o un latigazo para anular su voluntad.

b) Corridas de toros y luchas de animales

Las corridas de toros son espectáculos de una crueldad inaudita y aportan cada vez menos beneficios a las ciudades que utilizan las subvenciones públicas para organizarlas. Se suelen presentar como una herencia del culto a Mitra procedente de Irán e incorporado a Roma. En realidad, se inventaron en el siglo XVIII con procedimientos de sacrificio inspirados en las prácticas de los mataderos. Es un combate ilegal entre un herbívoro y un humano armado.

Aunque provocan menos víctimas animales que la ganadería o la experimentación, las corridas de toros estimulan la violencia contra los animales dotándolas de cierto prestigio, debido a la identificación de esta práctica con un «arte». Contradicen los esfuerzos para que los seres humanos incluyan a los otros seres sintientes en la esfera de su consideración y cultiven el respeto a los seres vivos. Los aficionados pagan por disfrutar con el suplicio de un animal al que además consideran malvado. La corrida trasmite una imagen falsa de los toros, que no tienden naturalmente a atacar, sino a huir, como todos los herbívoros.

El arte de los toreros también es una mentira, pues es sabido que este animal, que goza de una amplia visión panorámica gracias a sus ojos separados a ambos lados de la cara, tiene una visión binocular frontal reducida. Las imágenes que percibe son borrosas y calcula mal las distancias. Su aparato ocular no está hecho para centrar su atención en un objeto concreto sino para discernir las formas y los movimientos. Cuando el torero mueve la capa y se pone de lado, juega con las características del toro, que sólo embiste contra lo que está en movimiento. Asustado por las formas imprecisas y por sus movimientos, que lo desorientan, el animal embiste bajando la cabeza para poner los cuernos por delante y luego la levanta para observar la situación.

El ardid del torero consiste en matarle lentamente: obligándole a mantener la cabeza baja, secciona sus músculos dorsales con puyazos, lo debilita para limitar sus reacciones, y lo desangra cortando con la espada las grandes venas del cuello.

El placer que sienten los aficionados también se explica por el hecho de que la corrida ilustra el combate con un animal que simboliza la fuerza y la bravura. Al matarlo con «arte», el humano simula que se enfrenta a la muerte y vence a la animalidad. Una vez más, la belleza y la majestuosidad de los animales son su perdición. Es difícil no ver en el placer por la aniquilación de un ser vivo con semejante presencia física la marca de un esquema viriloide que gobierna la expresión de la fuerza bruta y el dominio del cuerpo del otro.

La abolición de las corridas de toros se impondrá en todos los países, así como las peleas entre animales.

c) Supresión de la caza de montería

Muchos países, como Gran Bretaña, que es su cuna, han suprimido la caza de montería, vestigio de una sociedad aristocrática que se perpetúa con cazadores ricos de ciudad, a menudo desconocedores del mundo rural y de la fauna salvaje, que recrean así una jerarquía social anticuada en la que los ojeadores, picadores, batidores, jinetes, invitados, gendarmería, capitán de montería y espectadores tienen cada uno su rango.

Los cazadores persiguen a los zorros, corzos, ciervos, o jabalíes hasta las fincas particulares donde se refugian, enloquecidos. Los matan con daga o chuzo, que pocos picadores saben manejar bien. Los perros, considerados como simples instrumentos, viven el resto del tiempo encerrados en perreras, y a los caballos los tratan como ciclomotores que sirven para recorrer largas distancias. El momento en que la jauría de perros alcanza al animal, y el encarne, cuando se echa la piel que recubre las vísceras a la jauría de perros, son escenas de una violencia insoportable.

La prohibición definitiva de esta práctica debería acarrear también la de la caza. Hoy en día la caza ya no tiene utilidad para regular la población de ciervos, zorros y otros animales de monte. Ellos se regulan a sí mismos con arreglo a los ecosistemas y al alimento disponible, a condición de que no se introduzcan otros individuos criados para que los maten los cazadores, y de que no se provoque una situación en la que la superpoblación haga necesaria la intervención brutal del ser humano.

d) Prohibición de las pieles y el foie-gras

El problema de la ganadería es complicado en el plano político, pues da de comer a muchas personas, y la mayoría de los individuos todavía no aceptan que desaparezca. Sin embargo, hay ciertos productos que, desde ahora, deben retirarse de la venta, porque provocan sufrimientos inaceptables y su utilidad es más que discutible: las pieles y el foie-gras.

En las granjas de animales de peletería la vida de los seres sintientes capturados o criados en jaulas minúsculas de 0’6 m2, expuestos al frío del invierno y al calor del verano, es infernal. La mayoría se vuelven locos y se mutilan. Ocurre con los zorros, que dan vueltas sobre sí mismos sin cesar y se arrancan la piel. Los mapaches y los visones, que son animales semiacuáticos, no pueden satisfacer sus necesidades naturales y se pasan el día agarrados a los barrotes de sus jaulas. Al cabo de unos meses sufren una muerte abominable. A los zorros los electrocutan, y se abrasan por dentro después de haberles metido un electrodo por el morro y otro por el ano. A los mapaches los gasean, o incluso los descuartizan vivos, sobre todo en China, donde su piel, como la de los mapaches boreales, los gatos y los perros, se exporta a un precio sin competencia. La captura de animales para aprovechar su piel y su caza con trampas también son prácticas crueles, y es urgente que los últimos países donde se practican las prohíban.

En cuanto al foie-gras, consiste en un hígado enfermo obtenido cebando durante tres semanas patos mulares o gansos. Estas aves acumulan grasa de forma natural antes de la migración, pero lo hacen moderadamente, para tener buena salud durante el vuelo. En las granjas las obligan a tragar en pocos segundos 450 gramos de comida con un tubo de metal de 20 a 30 cm que les introducen en su garganta hasta el buche. Su hígado acaba alcanzando un tamaño diez veces mayor que el normal, y desarrolla una enfermedad, la esteatosis hepática. Al resistirse cuando el tubo es introducido en su garganta, o por la contracción de su esófago provocada por las ganas de vomitar, jadean, se ahogan, y a menudo sufren perforaciones mortales en el cuello. Al final de la ceba son incapaces de andar, y respiran a duras penas, porque sus pulmones están comprimidos por el hígado. Si no los sacrificaran, morirían igual. Muchos ni siquiera llegan a esta fase: el índice de mortalidad de los patos es de 10 a 20 veces mayor durante la ceba.

También en este caso es preciso prever que la prohibición del comercio de foie-gras y de pieles esté acompañada de medidas financieras y ayudas que contribuyan al reciclaje de los granjeros.

 

Corine Pelluchon

Besançon, Francia