Pueblos resilientes en América Latina, un don de Dios.

 

María Eugenia Russián,
Venezuela.

El siglo XX dejó una estela de horror en la región latinoamericana, con una historia de violaciones sistemáticas y flagrantes de los derechos humanos, encarnadas en regímenes totalitarios, los cuales se caracterizaron por materializar la negación del otro, a través de la aniquilación. El exterminio fue la moneda de cambio para la disidencia o presunta simpatía con ideas políticas y sociales de izquierda, contrapuestas a las lógicas de dominación social absoluta de las dictaduras impuestas o favorecidas por el gobierno de los Estados Unidos de América, presidido por Lyndon B. Johnson (1963-69), Richard Nixon (1969-1974), Gerald Ford (1974-77), Jimmy Carter (1977-1981) y Ronald Reagan (1981-89) que, en connivencia con los agentes / comandantes a la cabeza de regímenes dictatoriales de Argentina: José Rafael Videla (1976-1981); Bolivia: Hugo Banzer (1971-78); Brasil: Artur da Costa e Silva (1967-69) y Ernesto Geisel (1974-79); Chile: Augusto Pinochet (1974-1990); Paraguay: Alfredo Stroessner (1954-1989); Perú: Francisco Morales Bermúdez (1975-1980); y Uruguay: Aparicio Méndez (1976-1981), desencadenaron en 1975 el denominado Plan Cóndor, como una alianza internacional y transfronteriza de terrorismo de estado con un saldo escalofriante de aproximadamente 50 mil personas asesinadas, más de 30 mil casos de desapariciones forzadas y más de 400 mil prisioneros por motivos políticos.
Sin embargo, los pueblos de América Latina supieron sobreponerse al horror y al sufrimiento, anclados en la esperanza de un Cristo liberador y justo que lucha junto a los pueblos por sus derechos, por su dignidad, por igualdad de oportunidades; siempre con un compromiso firme con y por los pobres y por todas aquellas personas que han sido víctimas de violación de sus derechos humanos. Este proceso de resiliencia de los pueblos latinoamericanos los ha llevado a construir alternativas democráticas y de justicia social frente a poderes aplastantes y violadores históricos de derechos humanos, como los estados, las empresas transnacionales, los grupos de poder económico, entre otros, para dar pie a un nuevo tiempo de organización protagónica y gestión popular (de abajo hacia arriba). 
Es así como el concepto de resiliencia se ha expresado siempre en las luchas de nuestros pueblos de América Latina, como lo han demostrado algunos teólogos de la liberación como Leonardo Boff y Pedro Casaldáliga, quienes han identificado dos componentes de los pueblos ante los factores de poder: (1) la resistencia, como fuerza de oposición a las adversidades y (2) la capacidad de permanecer completos durante el sometimiento a las grandes presiones. Como dice Boff, los sistemas complejos (y yo diría los pueblos) capaces de adaptarse son resilientes, en un esquema sistémico que recuerda una matrioshka, lo mismo con cada ser humano que con la totalidad del sistema-Tierra.
No obstante, creemos que la resiliencia no es simple resistencia, situando la discusión en una constelación de conceptos que trasciende la acción de resistir perturbaciones externas e internas a los sistemas de vida, para reconocer los procesos que esta resistencia entraña, como lo son la respuesta, la organización, la adaptación y el aprendizaje. Como enseña Leonardo Boff, un escenario de caos en la Tierra, generado por la lógica de acumulación del sistema económico imperante, puede mostrar dos caras: la primera, la tragedia, la crisis y la extinción; y la segunda, nuevas oportunidades que actúan atenuando los perversos efectos de la adversidad y transformándolos en factores de lucha y superación. Esta otra cara de la moneda pone el acento en la dignidad del ser humano, repensando las luchas desde prácticas, visiones y complejidades sociales alternativas que dan preeminencia al disfrute de los derechos humanos, en contraposición a las normas dictadas por la lógica acumulativa del capitalismo y la destrucción de la especie humana. 
La práctica resiliente de los pueblos teje redes de solidaridad entre comunidades organizadas, con la espiritualidad liberadora como el motor esencial para responder y sobreponerse a situaciones de opresión. Ello implica la creación de estrategias con base en la combinación de los recursos propios disponibles de los pueblos resilientes, que son, en su contexto, singularidades plurales (pueblos, comunidades, colectivos, grupos de interés o de presión) que, a la vez, plantean el desafío de su necesario reconocimiento a nivel estatal.
Si la resiliencia supone una transformación de los sujetos que atravesaron el sufrimiento de la negación sistemática de sus derechos humanos, en casos emblemáticos como los de las madres de Plaza de Mayo y como los de los sobrevivientes de las masacres ocurridas durante la guerra civil de El Salvador (1979-1992), para enfrentar con coraje a los poderes opresores, también contribuye en la generación de un nuevo sujeto que hereda las reivindicaciones y plantea diálogos intersubjetivos y con las instituciones del Estado para garantizar el reconocimiento y protección de sus derechos humanos. Este sujeto fortalecido en su esfuerzo por ser reconocido y reivindicar sus derechos, se sitúa en un nuevo escenario en que los derechos conquistados deben ser defendidos, entre otras cosas, por su valor para prevenir las injusticias, por lo cual la CEPAL propone la resiliencia como mecanismo de fortalecimiento de las sociedades latinoamericanas. 
La resiliencia de los pueblos latinoamericanos ha demostrado el potencial de estos para transformar la injusticia social en escenarios de acción política inclusiva. Esto se expresa en los sujetos activos de la articulación comunitaria de diversos territorios, con base en la compresión de un objetivo común que requiere organización y superación de las trabas del sistema, para la defensa y preservación de sus conquistas sociales, económicas, culturales, entre otras. Las redes de comunidad se plantean como una expresión concreta de la organización sobre el territorio, aglutinando, como en el caso del sistema comunal venezolano, diversas organizaciones sociales y comunitarias, con el propósito de realizar proyectos económicos, sociales, culturales y políticos para solucionar problemas y satisfacer las necesidades y aspiraciones de las comunidades.
Así, la comunidad como forma de resiliencia desde los pueblos de la América Latina contemporánea, se expresa en redes sociales que, en su sentido más amplio, plantean la existencia de elementos espaciales y de sentido social para la vigilancia, respuesta y adaptación en contextos de choque con potencial de menoscabo de los derechos humanos, como las pandemias o de fenómenos relacionados con el cambio climático. 
La propulsión de estas redes de resiliencia a nivel de las comunidades organizadas al seno de un territorio, requiere del reconocimiento de las tramas institucionales en el nivel nacional con competencia en las esferas jurídica y política. En este sentido, la resiliencia se contrapone a la tragedia o la derrota, permitiendo transformaciones sustantivas y apoyándose en la espiritualidad liberadora, para luchar contra las injusticias del sistema económico y político imperante que solo genera muerte, destrucción y pobreza.
Los pueblos latinoamericanos son resilientes por naturaleza, no se han rendido frente a los poderosos, se han mantenido en pie de lucha en defensa de la justicia, el desarrollo social y los derechos humanos, y cuando las cosas se han puesto cuesta arriba, han buscado todas las formas de salir adelante, con empuje y confiados en un Dios liberador. Sin lugar a dudas, la resiliencia ha sido un don de Dios para los pueblos de nuestra América.