Qué puede aportar el Budismo a la Justicia Social

Qué puede aportar el Budismo

a la Justicia Social
 

Y a la lucha por los DDHH

David Loy


El más alto ideal de Occidente ha sido reestructurar nuestras sociedades para que sean más justas. La más alta meta del budismo es despertar (el Buda significa el Despierto) y tomar conciencia de nuestra verdadera naturaleza. Hoy se ha hecho obvio que necesitamos las dos cosas: no sólo porque esos ideales se complementan, sino porque también se necesitan uno a otro.

El concepto occidental de justicia tiene su origen en los profetas hebreos, que criticaron a los gobernantes que oprimían a los pobres y los pequeños. En contraste, la doctrina budista del karma entiende la justicia como una ley impersonal del universo: tarde o temprano (quizá en una vida futura) cada uno recibe lo que merece. Ello ha producido pasividad y resignación, más que lucha por la justicia social.

El énfasis abrahámico en la justicia, combinado con la percepción griega de que la sociedad puede ser reestructurada, ha derivado en nuestra moderna preocupación por promover la justicia social mediante las reformas políticas y las instituciones económicas. Pero incluso la mejor economía y el mejor sistema político posible pueden no funcionar bien si las personas que las gestionan están motivadas por avaricia, agresividad o ignorancia, «tres venenos» que deben ser transformados en generosidad, ternura y sabiduría.

Bien versus mal

Las religiones abrahámicas se centran en la conducta ética. Su tema fundamental es el bien y el mal: hacer lo que Dios quiere (para que seamos premiados) y evitar lo que no quiere (para no ser castigados).

El relato mismo del Génesis, de Adán y Eva –que me parece un mito sobre el desarrollo de la autoconciencia– es entendido como un acto de desobediencia contra Dios: todavía estamos sufriendo por un pecado original de nuestros ancestros. Más tarde Dios envía una inundación que destruye todo, excepto el arca de Noé, porque la gente no estaba viviendo como Dios quería. Más tarde Dios entrega los diez mandamientos a Moisés. Jesús subraya el amarnos unos a otros, lo que no reduce la importancia de los diez mandamientos.

Aunque mucha gente ya no crea en el Dios de Abraham, la dualidad entre bien y mal continúa siendo nuestro tema favorito (pensemos en James Bond, Star Wars, Harry Potter, o cualquier serie policíaca de TV). Desde una perspectiva budista, sin embargo, bien versus mal, es algo problemático, porque su interdependencia implica que no sabemos qué es el bien hasta que conocemos el mal, y que ser bueno es combatir contra el mal. De ahí las inquisiciones, los procesos contra la brujería y, más recientemente, la guerra al terrorismo. ¿Qué diferencia hay entre Osama bin Laden y George W. Bush? No son polos opuestos; son espejo uno del otro: los dos luchan la misma Guerra Santa de Dios contra el Mal, porque eso es lo que se supone que hacen las fuerzas del bien.

La Guerra contra el Terrorismo ilustra una trágica paradoja: históricamente, una de las principales causas del mal ha sido nuestro intento de destruir (así lo creemos) el mal. ¿Qué intentaba hacer Hitler? Eliminar los elementos del mal que ensuciaban el mundo: judíos, homosexuales, gitanos... Stalin intentó hacer lo mismo con los kulaks, y Khmer Rouge en Camboya con cualquiera que hubiera estudiado.

Sin embargo, hay también un aspecto positivo en la dualidad entre el bien y el mal: que nos retrotrae a profetas hebreos como Amós e Isaías. Diciendo la verdad a los poderosos, en nombre de Dios, los profetas llaman a la justicia social en favor de los oprimidos.

La otra fuente de la civilización occidental es la Grecia clásica, que percibió que las instituciones humanas no están predeterminadas por naturaleza: podemos reorganizar nuestra sociedad para mejorarla (por ejemplo, para democratizarla). Juntando la preocupa-ción hebrea por la justicia social con la percepción griega de que la sociedad puede ser transformada, ha resultado lo que para mí es el más alto ideal de Occidente, que se ha concretado en revoluciones, reformas, movimientos de derechos humanos, etc.

No obstante, nuestras sociedades no han llegado a ser socialmente justas, y en ciertos sentidos, están haciéndose más injustas. Un ejemplo económico obvio es el creciente abismo entre ricos y pobres, en muchos lugares. Una respuesta obvia es que nuestro sistema económico todavía es injusto porque las corporaciones poderosas manipulan los sistemas políticos, de modo que necesitamos seguir trabajando en favor de un sistema económico más equitativo y por un proceso democrático libre de tales distorsiones.

No quisiera desafiar esta explicación, ¿pero es suficiente? ¿La dificultad básica es que nuestras instituciones económicas y políticas no están estructuradas suficientemente bien como para evitar tales manipulaciones, o es que tampoco pueden ser estructuradas adecuadamente –en otras palabras: que no podemos confiar sólo en una solución institucional contra la injusticia estructural–? ¿Podemos crear un orden social tan perfecto que funcione siempre bien, al margen de las motivaciones individuales de las personas? ¿No necesitamos también una transformación personal?

Tal vez esto nos ayude a entender por qué tantas revoluciones políticas han acabado simplemente dando la vuelta a la tortilla. Es obvio que la democracia no funciona muy bien si se convierte simplemente en un sistema más para manipular y explotar. Y esto nos lleva al punto budista sobre la transformación personal.

Ignorancia versus despertar

Desde luego, la conducta moral es también importante en el budismo, sobre todo los cinco preceptos: evitar dañar a los seres vivos, robar, mentir, la conducta sexual inadecuada y las drogas que pueden nublar la mente. Pero como para el budismo no hay un Dios diciéndonos cómo debemos vivir nuestra vida, esos preceptos son muy importantes, porque vivir conforme a ellos significa que las circunstancias de nuestras vidas pueden mejorar de un modo simplemente natural. Hay ejercicios para conseguir la plenitud de la mente, para entrenarnos de una determinada manera.

Por eso es por lo que para el budismo el tema fundamental no es bien versus mal, sino ignorancia versus despertar. En principio, alguien que ha despertado a la verdadera naturaleza del mundo (incluida la de uno mismo) ya no necesita seguir un código moral externo, porque de una manera natural querrá comportarse de un modo que no viole el espíritu de los preceptos.

El Buda dijo que lo que enseñó fue cómo superar el «sufrimiento», dukkha, causado por el deseo y la impermanencia de todo. ¿Tenía en mente sólo el dukkha individual –resultado de nuestros pensamientos y acciones–, o probablemente tenía una visión social más amplia que abarcaba el dukkha estructural, el causado por los gobernantes opresores y las instituciones injustas? Algunos estudiosos dicen que el Buda ha podido pretender comenzar un movimiento que transformaría la sociedad, más que simplemente establecer un orden monástico. Ciertamente, su actitud ante las mujeres y las castas fue muy progresistas para su tiempo.

En cualquier caso, el budismo temprano, como institución, pronto llegó a una acomodación con el estado, confiando en alguna medida en el apoyo real. Pero si quieres ser apoyado por el poder, te verás obligado a apoyar al poder. Como ninguna sociedad asiática budista era democrática, eso puso límites a los tipos de dukkha que podían contemplar los maestros budistas. La tradición, tal como se desarrolló, no pudo afrontar el dukkha estructural –por ejemplo las prácticas explotadoras de muchos gobernantes–, lo que, en definitiva, sólo hubiera podido ser resuelto mediante una transformación institucional. Por el contrario, la enseñanza karma-y-renacimiento podría ser utilizada fácilmente para legitimar el poder de los reyes (que podrían estar cosechando los frutos de sus buenas acciones en sus vidas anteriores), y para explicar el desamparo de los que han nacido pobres o sin poder.

El resultado fue que el budismo se centró en el desarrollo espiritual del individuo. Hoy día, sin embargo, en la mayor parte de los lugares el budismo globalizado no está bajo gobiernos opresores, y además tenemos una comprensión mucho mejor de las causas institucionales y estructurales del dukkha. Ello hace que esta tradición pueda ahora desarrollar más libremente las implicaciones sociales de su perspectiva básica.

Conclusión

Otra forma de relacionar el ideal occidental de transformación (justicia social que afronta el dukkha social) y la meta budista de la transformación personal (un despertar que afronta el dukkha individual) es considerarlos como diferentes tipos de libertad. El énfasis del Occidente moderno ha sido: libertad personal frente a instituciones opresoras. El énfasis del budismo ha sido la libertad psicológica. ¿Libertad para el yo, o libertad para el ego-yo? ¿Qué gano si soy libre de control externo, pero soy esclavo de mi avaricia, agresividad o ignorancia? Despertar del error de un yo separado, no me liberará del dukkha causado por un sistema económico explotador o un gobierno opresor.

De nuevo: para ser realmente libres necesitamos actualizar los dos ideales. Hoy, gracias a la globalización, los viajes aéreos y la comunicación telemática, estas dos visiones del mundo, con ideales diferentes pero no contradictorios, están aprendiendo uno del otro. Se necesitan mutuamente. Más exactamente: los necesitamos a los dos.

 

David Loy

Boulder, CO, USA