¿Qué revolución en América Latina hoy?

Qué revolución en América Latina hoy?

Associação Nossa América


Dilemas de la formación

La orientación que tomó la colonización del Continente nos legó enclaves de actividad mercantil salpicados a lo largo de la costa, penetrada sólo erráticamente como vía de extensión de esa misma actividad mercantil. Los núcleos sociales originados por la colonización respondían a los proyectos comerciales de la expansión mercantil europea. Así, fueron orientados según intereses ajenos a los de su población, mirando hacia fuera y no hacia adentro del Continente. La configuración social, política económica y cultural de los nuevos poblamientos que darían origen a los países actuales emergió como consecuencia directa de este motor principal. El «nuevo mundo» fue para los colonizadores, antes que otra cosa, una empresa mercantil, un negocio. Esta es nuestra marca de origen, nuestra herencia colonial.

El sentido común de la formación de América Latina colocará en el horizonte del Continente la tarea adicional de superar este legado colonial como condición para la emancipación. Se tratará de colocar las riquezas naturales y el producto del trabajo al servicio del interés de su propia población.

Esta tarea -de una obviedad aparentemente inocente- adquiere una connotación dramática en una realidad en la que la emancipación política -en sucesivas independencias nacionales- hizo poco más que reafirmar unos patrones de dominación y extracción de la riqueza que tenían su forma primitiva en el sistema colonial. En otras palabras, la independencia, en vez de superar el legado colonial, lo que ha hecho desde entonces ha sido crear las condiciones para una inserción subordinada en los negocios internacionales en sus diferentes movimientos. Así, la historia del Continente pasó a ser balizada por las respuestas que consigue dar a los padrones de dominación externos impuestos por la dinámica del capital.

Esta realidad condiciona desde el inicio el margen de maniobra de las élites locales, presionadas por un lado por el capital internacional que se anuncia implacable, secundado por los estados nacionales y su amenaza militar. De otro lado, estas élites se hallan presionadas por la incontenida efervescencia popular, que reivindica la integración social, con la energía instintiva de quien lucha por la sobrevivencia. El papel subalterno al que se resignan las élites del Continente es producto histórico de las estrechas posibilidades que condicionan su génesis social. Para mantener el privilegio, la alianza con el interés externo fue siempre más segura que la arriesgada integración nacional que implica la inclusión social que teme no controlar y el enfrentamiento antiimperialista -un riesgo doble-.

Revolución, ¿por qué?

Al asumir su carácter antipopular, antidemocrático y antinacional, las élites latinoamericanas afirman la dependencia externa y la exclusión social como su horizonte, a despecho de lo que puedan decir en contrario. El resultado político es que un proyecto de sociedad integrado, democrático y soberano es interés exclusivo de los trabajadores, es una realidad en la que las burguesías no tienen nada que ceder, y si ceden, sólo lo hacen por miedo. La superación del legado colonial y la subordinación de la riqueza a las necesidades de su población adquieren así en América Latina contemporánea la cara de un dramático conflicto social, cuya solución positiva tiene en la historia el nombre de Revolución. Antes que una opción voluntaria, el designio revolucionario emerge como alternativa posible a la barbarie, en sociedades que no ofrecen el mínimo espacio para la reforma social.

La otra cara de la negación social es la afirmación de los valores del imperialismo: visible en el plano económico y cultural, disfrazado en las relaciones internacionales. Así, el desprecio mutuo por la realidad continental que tiene raíces en la propia lógica que engendró su formación, es síntoma inevitable de sociedades que siguen orientadas de modo ajeno a sus necesidades.

Formación nacional y socialismo

Pasados casi doscientos años del ciclo de las revoluciones de independencia latinoamericanas, estamos ante un proceso de reversión neocolonial de proporciones avasalladoras. El poder del capital financiero y de las corporaciones transnacionales, el poder militar, cultural y comercial norteamericano, nunca fueron tan grandes en nuestro Continente como hoy. Al mismo tiempo, nuestras élites siguen aliadas a estos «socios», ahora bajo un caparazón rentista, atrincheradas en condominios cerrados y carros blindados mientras especulan en el mercado financiero y prestan a intereses exorbitantes a nuestros Estados en quiebra.

Si tomamos la idea de la «formación nacional» en los términos del pensador brasileño Caio Prado Jr. -una larga transición de la colonia a la nación, entendida ésta como espacio que controla su destino- podemos afirmar que América Latina no se «formó» y que, más todavía, parece cada vez más condenada a repetir de manera trágica el modelo de las economías coloniales y de enclave.

La tendencia a la reversión estructural o neocolonial es permanente en la historia latinoamericana. Es todavía con la producción de materias primas y su exportación como se mantiene la vida en nuestro Continente, pues es de ahí de donde se obtiene la receta necesaria para los bienes importados y para los dispendiosos servicios de remesa de lucros de las empresas extranjeras que producen para los mercados internos. La expansión del sector exportador (como el de la agroindustria y la estructura agraria y la estructura social excluyentes que él impone) constituye el único medio de sancionar el capital acumulado internamente por los monopolios internacionales. Eso implica el resurgimiento de relaciones típicas del antiguo sistema colonial.

En la situación actual del capitalismo mundial financiero, ¿qué oportunidad histórica le queda a América Latina para completar finalmente su larga transición de colonia a nación?

En la interpretación de otro gran pensador radical brasileño, Florestan Fernandes, las características del imperialismo en la segunda mitad del siglo XX hacen muy difícil romper con la situación de dependencia sin la superación del propio capitalismo. En este caso, sólo un amplio movimiento político, que sea capaz de una alianza entre las clases obreras y los sectores marginados sería capaz de aglutinar la fuerza social necesaria para impulsar la ruptura con la dependencia y el subdesarrollo.

Sólo Cuba en América Latina realizó la superación de nuestro impase histórico y se formó como país y como población vueltos esencialmente hacia sí mismos y organizados económica, social y políticamente en función de sus propias necesidades, intereses y aspiraciones.

La experiencia histórica cubana, sin embargo, no tiene cómo ser repetida, pero nos alegra que el dilema de la formación en América Latina sólo podrá ser desatado con la superación del capitalismo. O sea, la formación de América Latina, como continente libre, justo y hermanado, en fin, como la «Nuestra América» de Martí, sólo podrá existir en el socialismo.

Revolución latinoamericana e izquierda

Para pensar el papel actual de la izquierda en esta gran aventura, necesitamos antes que nada reconocer que cometimos algunas equivocaciones históricas y que debemos evitar repetirlas. Talvez lo más importante de ellas haya sido importar teorías ajenas a nuestra realidad. Algunos partidos comunistas de América Latina entendieron, por ejemplo (excepción hecha del PC peruano de Mariátegui), la cuestión de la revolución de manera abstracta y sin análisis crítico de la realidad, de la historia y de las clases; adoptaron modelos apriorísticos e importados de interpretación y no comprendieron la especificidad del subdesarrollo; creyeron en el devenir automático y en la revolución como desenlace final de la historia.

La Revolución latinoamericana debe tener como método un principio simple: debe partir del análisis y de la interpretación de la coyuntura económica, social y política real, concreta, buscando descubrir en ella cuál es su propia dinámica, dinámica que revelará tanto las contradicciones presentes cuanto las soluciones inmanentes. Es preciso construir una teoría revolucionaria propia para Nuestra América, como se construyó una en Cuba. Mientras no se construya esta teoría de la revolución, la izquierda latinoamericana continuará cometiendo error tras error.

Corresponde a la acción política revolucionaria estimular y activar aquellas transformaciones implícitas en el proceso histórico en curso. El elemento propulsor del proceso revolucionario latinoamericano son las contradicciones que en él se dan. Como propuso Caio Prado Jr., para construir esa teoría debemos indagar los intereses y aspiraciones de clase que están por detrás de estas contradicciones y las animan, indagar desde la naturaleza y el contenido de los conflictos internos hasta las contradicciones, observar cómo se sitúan los individuos en las relaciones de trabajo y producción, y observar las limitaciones impuestas a las pretensiones de individuos y clases por el proceso histórico-social.

La construcción colectiva de una teoría de la revolución en nuestro Continente es una tarea urgente que debe movilizar a todos los que luchan por la justicia social. En América Latina el derecho a otro proyecto de sociedad nunca existió, pues las élites siempre supieron cooptar o reprimir a sus opositores. Por eso, sin restituir la voz a la mayoría, no habrá cambio posible. Para que un pueblo oprimido por siglos sepa expresar la transformación social es preciso inventar una pedagogía que todavía enseñe que lo imposible es posible.

Associação Nossa América

Brasil