Qué socialismo queremos. Notas para un manifiesto
Qué socialismo queremos
Notas para un manifiesto
Pablo González Casanoa
Luchar por el socialismo y construir el socialismo es la única manera de asegurar la Vida. La responsabilidad humana de impedir el ecocidio implica plantear y ganar la lucha por el socialismo. Si el socialismo se queda en utopía o en politiquería la muerte de la biosfera está asegurada. El sistema actual, enfermo de lucro, no tiene miras de contener la destrucción del mundo con tal de hacer negocios. Su codicia lo ciega de manera extraña. Su venalidad lo pierde en eso que sus expertos llaman «efectos secundarios no deseados».
El socialismo será obra de la humanidad o no será. Si ayer el actor principal de la emancipación fue el trabajador, hoy el actor principal es la humanidad que se organiza con trabajadores, pueblos, ciudadanos, siempre que todos integren como sus pares a «los pobres de la tierra» de que habló Martí y a los que quieran «echar su suerte con ellos».
Los «pobres», los «excluidos», son los proletarios de hoy. Tienen que ocupar el centro de cualquier bloque emancipador. Sin ellos, la humanidad está condenada al exterminio. «Pobres» y «condenados de la Tierra», o «nuevos proletarios», no sólo exigen plantear a los trabajadores organizados y a los movimientos liberadores una solidaridad de hermanos y compañeros. Plantean su derecho a la autonomía de clase en el bloque histórico; el respeto a su dignidad, a su identidad, a sus creencias. En su condición de nueva clase de pobres andan en los campos y las fábricas, las minas y los mares, los suburbios y los servicios.
La práctica del socialismo está destinada al fracaso si no logra articular a los sectores sociales de «incluidos» y «excluidos», de trabajadores «organizados» y «no organizados», de pueblos y ciudadanos «integrados» y «marginados». Respetar la autonomía de los hermanos pobres, incluso su autonomía de nueva clase proletaria es condición del éxito.
El proyecto implicará, necesariamente, vincular la lucha por el socialismo a las luchas por la democracia como poder del pueblo, y a las luchas de liberación nacional contra el imperio de las grandes potencias, de las megaempresas y sus asociados y subordinados locales.
Todo socialismo tiene que corresponder a una democracia capaz de reformular las relaciones humanas no lucrativas, de incrementarlas y hacerlas predominantes.
El socialismo es un proceso. Supone adquirir la flexibilidad ineludible para encauzar las contradicciones que su propio desarrollo crea. Las nuevas generaciones, más educadas y exigentes, sabrán combinar las nuevas formas de la fiesta y el arte con la solidaridad social nacional e internacional. Sabrán librar «la guerra de las ideas» en el campo de las ciencias y las humanidades, de los medios y de la defensa colectiva del proyecto central.
Para entender el significado del cambio necesario y posible, las palabras no se podrán leer ni emplear, sin igualar la vida con el pensamiento en todo lo que se pueda y cada vez más. Las palabras-actos se hallarán en la práctica de las utopías. La construcción y defensa de la sociedad y el Estado alternativos, se libran todo el tiempo y en todas partes a nivel local, nacional y mundial. En ellas los hermanos y compañeros comparten sus experiencias creadoras, corrigen y precisan el saber-hacer original.
En la lucha y construcción del socialismo, de la democracia y de la liberación nacional, a la legitimación de los textos laicos con textos «sagrados», y a los «juicios de autoridad» amparados en «los clásicos», se antepone la cooperación de la práctica con la ética.
Unos proyectos soportan a otros: el socialismo a la democracia, la democracia al socialismo, la liberación de las naciones y pueblos a la democracia y al socialismo. El nuevo proyecto es producto de una dura realidad. Por socialismo no se entiende sólo una mayor justicia social sino la participación de los trabajadores, los pueblos, los ciudadanos y los excluidos en la construcción y realización de «otro mundo mejor». Por democracia no se entiende sólo el ejercicio del poder por el pueblo: es más que la representación política de los «ciudadanos» en el gobierno, más que la organización de la clase obrera por «el partido», más que la dirección de los pueblos por «los líderes carismáticos» o «la clase política».
El nuevo proyecto de socialismo no sólo incluye a los hombres libres y adultos, sino por igual a las mujeres, y en numerosas empresas sociales y educativas a las niñas y niños. En la construcción del socialismo democrático no participan sólo los trabajadores organizados sino los no organizados, hombres y mujeres, y esas categorías de excluidos y marginados que descienden de poblaciones esclavizadas, sometidas a servidumbre, colonizadas y recolonizadas, las más recientes víctimas de la explotación salarial, del desempleo sistémico, del despojo y exterminio abiertos y encubiertos a que conduce la moderna «explotación primitiva» en la crisis de la«acumulación ampliada» o mercantil que se inició durante las últimas décadas del siglo XX.
Como procesos históricos, el socialismo y la democracia participativa implican una pedagogía emancipadora universal, crítica, científica y humanística. Desde su inicio buscan la difusión y elevación de los niveles educativos. A partir de las campañas de alfabetización llegan a universalizar la educación universitaria; comparten con la casi totalidad de la población los conocimientos y saberes especializados y generales. La experiencia socialista muestra que es técnica y fundamentalmente factible la creación de repúblicas en que todos los habitantes se preparen para ser ciudadanos plenos y vanguardias de pueblos-vanguardias.
La democracia no se concibe sin pluralismo ideológico y religioso. Se empeña en construir y defender espacios laicos, espacios de diálogo. Como quehacer humano, como pensamiento crítico, y como memoria histórica recupera e ilumina las situaciones concretas, abandona la razón de los exégetas, los argumentos de los ortodoxos, y cualquier otro autoritarismo intelectual o emocional, moral o estético.
La democracia en proceso de realización frena todo intento de volver a construir el socialismo con una lógica de Estado. Al poder del Estado antepone el de la sociedad hasta que el Estado-pueblo constituya una sola categoría en que la sociedad mande y el Estado obedezca. «Obedecer al mandar» es consecuencia de razonar y respetar a la colectividad que «manda al obedecer». La «sociedad civil» se impone al Estado fuera y dentro de éste; busca sin descanso que predomine la práctica del «mandar obedeciendo» consensos y directivas generales de trabajadores, pueblos y ciudadanos.
Todo prueba que no hay liberación nacional sin socialismo y sin democracia. El imperialismo de las grandes potencias opresoras está articulado cada vez más al capitalismo, y las burguesías que quisieron ser nacionales se hallan cada vez más asociadas y subordinadas a las metropolitanas. Las redes de poder y negocios de «ricos y poderosos» encuentran un interés común que los une en las políticas neoliberales de sometimiento y despojo de pueblos y trabajadores. Es más, las políticas de los partidos socialdemócratas, laboristas, nacionalistas y comunistas legalizan y legitiman, con calculadas críticas y protestas «políticamente correctas», los actos de desnacionalización, privatización, pérdida de derechos sociales y garantías individuales: con su voto o su silencio cómplice arman las dictaduras «de veras» y las democracias «de mentiras».
La asimilación, la cooptación y la corrupción a que se prestan los procesos privatizadores y desnacionalizadores no sólo abarca a los grandes líderes sino a buena parte de sus clientelas. En esas condiciones la liberación nacional, como la de pueblos y trabajadores oprimidos y despojados, criminalizados y empobrecidos, no sólo vincula sus luchas a las de la democracia de veras sino a las del socialismo democrático.
Sólo con el socialismo -que queremos «los más» y que «cada vez queremos más»- se alejará el grave peligro de las guerras mercantiles y depredadoras a que necesariamente lleva el capitalismo, aquéllas no menos temibles y encubiertas, pues por hambre y enfermedades curables a las que no se prestan ni médicos ni medicinas, tienen la capacidad de «limpiar» de «pobres desechables» continentes enteros e inmensas zonas de la tierra, particularmente en África, en el Mundo Árabe, en Asia del Sur, y en América Latina, y aquí sobre todo en Indoamérica.
Hoy los complejos militares-empresariales que dominan el mundo poseen la capacidad de deshacerse de las poblaciones «perdedoras en la inevitable lucha por la vida» según Darwin. Esas poblaciones curiosamente constituyen un obstáculo para el nuevo desarrollo del gran capital, que no las necesita como asalariados, pues más bien lo incomodan porque los pobres «desechables» están gozando de recursos naturales y energéticos de los que las compañías buscan apoderarse, o porque los despojados emigran a las metrópolis y hacen que prolifere la suciedad y el narcotráfico.
El holocausto universal es posible pero incierto, pues sus políticas se pueden volver contra los incendiarios, y ellos lo saben. Lo que no entienden es que «ya les llegó su hora» y que la construcción pacífica de un mundo alternativo es la única solución para la sobrevivencia de la Humanidad.
El socialismo que queremos hará realidad el viejo sueño de la emancipación humana. Nos acercará mucho a ella. El cambio ocurrirá entre contradicciones necesarias, que se pueden encauzar con flexibilidad y firmeza. Es una utopía realizable.
Pablo González Casanoa
México DF, México