Refundar la economía
Refundar la economía. ¡Lo exige la propia economía!
Jorge Arturo Chaves
No son las autoridades morales y religiosas las que pueden resolver las crisis económicas…
1. Desde que empezó la gran crisis financiera internacional en 2008, todo el mundo se pregunta qué hacer. Con tanta corrupción como la que ha rodeado los acontecimientos, ¿será ya la hora de que autoridades morales intervengan para poner freno a lo que está pasando? Ante tanta incapacidad política para gestionar la crisis, ¿no habrá que apelar a las Iglesias para que inspiren otro tipo de comportamiento a los responsables de las finanzas, la producción y el comercio? Es muy tentador apuntar en esa dirección. Pero, no. Por ahí no va la cosa. Para salir del entrampamiento en que se encuentran todos los países, no hace falta moralizar desde fuera la economía. Y menos aún someterla a juicios religiosos.
Quede claro, ante todo, que con esto no se dice que hay que cruzarse de brazos. Todo lo contrario. Cada vez se hace más evidente que la economía actual debe pasar por un proceso de refundación desde sus raíces, sin que se lo tengan que decir los maestros de las Iglesias ni las autoridades morales de la sociedad. Sería suficiente con que los economistas y sus entornos entendieran qué es la economía y para qué es, para emprender de inmediato serias rectificaciones de las teorías y prácticas actuales. Y entonces, una economía que recupere su vocación humana y científica originales descubriría dentro de sí misma sus exigencias éticas, y contribuiría a abrir la puerta para que todos los seres humanos alcancen la plenitud de vida y, por tanto, su realización espiritual.
2. La mayor parte de los profesionales de la economía contemporánea, -ligados a lo que se conoce como “corriente principal”, a la línea llamada “neoclásica”, en su derivación “neoliberal”- no resisten que se les hable de juicios éticos en relación a su campo de análisis. Los consideran “subjetivos” y ajenos al carácter “objetivo” de la ciencia económica. Ésta, afirman, tiene que moverse por razones científicas, por el lenguaje de los hechos y la fuerza del análisis y no por afirmaciones que pretendan imponer cursos de acción a partir de argumentos de autoridad. Esto se aplica a todos los campos de la economía: a la producción, el comercio, el campo monetario, fiscal, etc. Por ejemplo, si hay un problema de precios altos, de déficit fiscal, o de inflación, o de devaluación de la moneda nacional, los economistas buscan en los hechos cómo se está relacionando cada uno de esos problemas con otras causas económicas: los intereses, el endeudamiento, el nivel de aumentos en salarios o ganancias, y otros más. Y diagnosticar así dónde están los fallos. Pero no admiten que desde fuera se les venga a decir, por ejemplo, que con independencia de la dinámica del mercado se pueda dictaminar qué es lo que hay que producir, o cómo pueden ser los precios de los productos, o el tipo de puestos de trabajo que hay que crear. Al asumir estas posiciones, estos economistas en parte tienen razón. En lo que tiene de ciencia, la economía tiene que moverse con el método científico propio, en un esfuerzo por conocer cómo son las realidades con las que trata, cómo se interrelacionan sus estructuras fijas y variables, para saber cómo hay que proceder cuando se genera un problema.
…porque la economía contiene una dimensión ética
3. Pero hay otros aspectos en los que estos analistas no tienen razón. Hay dimensiones de la economía en las que no se fijan, si no es que están por completo ciegos para verlas, porque se lo impide su rígido enfoque. Desde siempre, desde sus albores como pensamiento articulado, la economía se desarrolló como una disciplina científica que no sólo se planteaba cómo resolver los problemas técnicos que surgían en el funcionamiento económico sino que, antes y además, se preguntaban por el norte de su actividad, definido por dos preguntas claves: para qué y para quiénes funciona la economía, y para qué y para quiénes se resuelven sus problemas de una u otra manera. Mientras que la primera pregunta, que surge en lo cotidiano, define la dimensión técnica o ingenieril de la economía, los otros dos interrogantes expresan el carácter ético y político que tiene toda actividad económica. Por eso es que no le hace falta a la economía que autoridades morales o religiosas externas le vengan a marcar un derrotero moral, porque una economía propiamente dicha siempre tendrá que contar con esa dimensión ética intrínseca. Sin ella, la economía perdería su carácter científico, al perder su racionalidad propia, al pretender convertirse en un mero conjunto de recomendaciones técnicas para resolver problemas, desconociendo con qué objetivos los está resolviendo y a favor de quiénes lo está haciendo.
4. Lo que sucede en la práctica real es que no se reconoce que la actividad económica apunta a un para qué y a un para quiénes, pero no por eso deja de optar por unas respuestas a esos interrogantes. Todas las políticas económicas, las medidas gubernamentales o empresariales siempre llevan a construir un tipo de economía y a favorecer a determinados grupos sociales, aunque no se diga. Los medios técnicos que se escogen para resolver problemas, o bien contribuyen a levantar una sociedad más equitativa, o bien fortalecen la concentración de riquezas. O bien logran sacar de la pobreza a grupos desfavorecidos o sólo se interesan por generar ganancias para los grupos poderosos. No existen instrumentos “neutros”. Puede verse en las “soluciones” más frecuentes planteadas a las crisis recientes: se pospone el apoyo a los desempleados y a las familias que perdieron sus viviendas por fortalecer, en cambio, a los grupos financieros que, paradójicamente, fueron los responsables principales de la crisis. Y todo con el pretexto de resolver los problemas.
Ciudadanos, garantes de los propósitos de la economía
5. Una economía ligada con la justicia, la libertad y la solidaridad no es algo, entonces, que depende de la intervención de algún gurú moral o religioso, pero que tampoco queda en manos del azar. Depende de que los propios analistas económicos cumplan profesionalmente con lo que les corresponde indicando cómo y cuáles recursos técnicos sirven al propósito de una sociedad marcada por esos valores, y no por la desigualdad y la exclusión. Por supuesto, como se ha demostrado, sobre todo recientemente, esta tarea de los economistas y de los ejecutores políticos no se da de manera espontánea. Desde dentro de la economía misma tiene que ejercerse una función controladora. Es la participación de todos los ciudadanos -quienes son los afectados potenciales por las medidas económicas- la única que puede garantizar que éstas sirvan a las necesidades y a los intereses comunes de todos. Es la exigencia de que la economía sea transparente en cuanto a cuál es su propósito y quiénes los beneficiados con su funcionamiento y no se confunda a la ciudadanía con intencionados esoterismos técnicos.
Gran esfuerzo colectivo para refundar la economía
6. La economía actual, teoría y práctica, es algo muy distinto de lo que le corresponde ser, según enseña la historia. Sobre todo en las últimas décadas, el proceso de “financiarización” de la economía la ha desquiciado del puesto social y científico que le corresponde, convirtiéndola en “técnicas de hacer dinero”, cada vez de manera más irresponsable.
Ha olvidado, por más que aún aparezca consignada en los libros, su vocación de ciencia de la producción y distribución de bienes y servicios para responder a las necesidades de las personas en convivencia y en razonable relación con el resto del planeta. Recuperar esta función original de la economía, que equivale a devolverle su carácter humano, es un reto clave para la supervivencia de la sociedad actual y la vida de la tierra.
Pero no es un reto de fácil respuesta, sobre todo porque la dinámica económica presente beneficia de manera desproporcionada a pequeños grupos de gran poder. Éstos y sus legitimadores teóricos se opondrán con todas sus fuerzas a que la economía cambie y vuelva a ser lo que está llamada a ser.
Pero no hace falta ganar primero la batalla teórica de construir una nueva ciencia económica -que también hay que hacerla-, ni competir en poder con los que monopolizan hoy los resultados de la creación de riquezas. Se puede apostar a que la superación de la organización y dinámica económicas existentes -inequitativas y deshumanizantes- se logrará en espacios que den lugar a nuevas relaciones sociales, políticas y económicas, -en pequeños emprendimientos, en movimientos vecinales y redes ambientalistas y de género-. Movidos por las necesidades y desplegando la incontenible indignación ante la injusticia evidente, en las hendiduras del sistema actual se irán construyendo nuevas formas de producir, comerciar, trabajar y generar ingreso, marcadas por la solidaridad, que generen las mejores capacidades de las personas. Y estas relaciones humanas de calidad, -como decía Saint-Exupéry- son el único lujo verdadero, con un poder imbatible.
Jorge Arturo Chaves
Heredia, Costa Rica