Religiones y revolución

Religiones y revolución

Lecciones de medio siglo cubano

Félix Sautié Mederos


Nunca podré olvidar lo expresado por un dignatario eclesiástico latinoamericano durante una visita a un grupo de jóvenes nicaragüenses que a finales de los años 70 estudiaban en la Isla de la Juventud, Cuba. La frase, a pesar del tiempo transcurrido, la recuerdo en sus esencias básicas: se puede ser como los ríos que lo arrasan todo con sus crecidas, o apacibles como los lagos. Las revoluciones son como los ríos y yo quisiera que ustedes fueran como los lagos».

Su frase había sido la continuación de un análisis previo con participación de otros eclesiásticos cubanos, realizado antes de dirigirnos a la escuela en donde nos esperaban concentrados los jóvenes nicas junto con sus profesores y responsables. Fue como un encuentro apasionado entre hombres de Iglesia y hombres de Revolución, y lo interesante: teníamos el mismo origen cristiano, pero desde el punto de vista social partíamos de diversos enfoques: ríos y lagos. Habían transcurrido unos 20 años del Triunfo de la Revolución, y como los ríos, muchas cosas del sistema de clases de antes de 1959 habían sido arrasadas.

Para entender las lecciones que nos plantea este medio siglo cubano de religión y revolución es necesario repasar los hechos concretos y en primer lugar, no puedo olvidar cuando, en enero de 1959, los rebeldes barbudos bajaron de las montañas con escapularios, crucifijos y otros símbolos religiosos de la fe cristiana, muchos de los cuales se encuentran atesorados en el Santuario Nacional de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre.

Una lección inicial es que cristianismo y revolución pueden converger plenamente cuando se pone como centro la opción por los pobres y prima el Evangelio por encima de los intereses institucionales. Las incompatibilidades surgen por razones de clases, de intereses y de excesos, que no tienen nada que ver con la espiritualidad, porque la equidad distributiva y la justicia social están diáfanamente proclamadas en el Evangelio. «Traicionar al pobre es traicionar a Cristo», fue un primer lema de los cristianos revolucionarios. Pero entonces hubo una reacción de los ricos contra la Ley de Reforma Agraria del 18 de mayo de 1959, primera medida revolucionaria a favor de los desposeídos, que los obispos cubanos saludaron positivamente en una carta enviada a Fidel en agosto de 1959. Pero los intereses de los ricos se vieron amenazados por esta ley, y más aún por la de Reforma Urbana del 14 octubre de 1960, que planteó que los inquilinos se pudieran convertir en propietarios de las viviendas. Desde entonces comenzaron los problemas. Todavía no se había celebrado el Concilio Vaticano II (1962-1964), y sus aires renovadores no soplaban en Cuba. El resultado provocó una escisión dentro de los creyentes, a favor y en contra de la Revolución.

Por otra parte, también en 1959, se realizó el Congreso Católico Nacional, que fue clausurado en la Plaza de la Revolución, en una masiva actividad en la que se encontraron en la presidencia los obispos cubanos y los principales dirigentes de la Revolución. Hubo desde entonces un largo trecho en que la acción de los ríos actuó con sus cosas positivas y algunos efectos secundarios no tan positivos. Años después este encuentro volvió a suceder, en enero de 1998, cuando el Papa Juan Pablo II efectuó su histórica visita a Cuba.

Ya en 1959 fue necesario definirse por la revolución, por la contrarrevolución de las clases afectadas, o abstenerse de participar. Comenzó a desarrollarse una sucesión de desencuentros y encuentros, que tuvo su máxima manifestación en la política del ateísmo científico, causa de muchos excesos, que determinó que la Constitución de 1976 proclamara a Cuba un Estado ateo. Hubo hitos de confrontación: la nacionalización de los colegios católicos y religiosos en general (mayo de 1961); la expulsión de Cuba de sacerdotes y religiosos católicos (septiembre 1961); la emigración de muchos pastores protestantes, la procesión de la Virgen de la Caridad en La Habana, en la que se produjeron disturbios, lo que fue motivo para una prohibición de las procesiones en todo el país; las primeras pastorales de los obispos católicos de Cuba que plantearon críticas a la política del gobierno entonces; la discriminación de los creyentes para ocupar ciertos cargos de confianza y para que pudieran estudiar determinadas carreras universitarias. Incluso los cultos de origen africano tuvieron que refugiarse dentro del anonimato de sus casas. Los templos católicos y protestantes comenzaron a quedarse vacíos. En 1993 los obispos católicos cubanos publicaron la Pastoral titulada “El amor todo lo espera”, en la que se manifestaron a favor de un diálogo profundo en virtud del deterioro de la situación económica, política y social. La pastoral no fue bien recibida por las autoridades.

En medio de estas adversidades algunas cosas comenzaron a recomponerse con la llegada a Cuba de Monseñor Césare Zacchi como representante del Vaticano (1962-1974), quien se introdujo de manera muy positiva en la sociedad cubana y logró una primera distensión entre Iglesia y Estado. Influyeron además la Teología de la Liberación y determinados teólogos, como Don Pedro Casaldáliga a partir de 1985; la publicación del libro de Frei Betto con el título Fidel y la Religión (1985), que alcanzó resonancias universales; la celebración del ENEC, Encuentro Nacional Eclesial Cubano, de la Iglesia Católica, en 1986, que sacó a la Iglesia cubana del interior de los templos y que poco a poco se fue proyectando externamente mediante las casas misión, casas de oración y otras iniciativas; la visita de Fidel a Brasil en marzo de 1990 y su encuentro con las comunidades cristianas de base; una visita similar de Fidel al Caribe, su posterior encuentro con líderes religiosos protestantes (2 de abril de 1990), y por separado, algún tiempo después, con los obispos católicos, acontecimientos importantes para la normalización entre la Iglesia y el Estado. Años después, con la celebración del IV Congreso del Partido Comunista de Cuba (octubre 1991), se planteó el propósito de reformar la Constitución vigente estableciendo a Cuba como un Estado laico no confesional, lo que se aprobó en un referéndum el año 1992. La caída del muro de Berlín y la desaparición del campo socialista y de la Unión Soviética determinaron un derrumbe económico en Cuba que se ha dado en llamar Período Especial, en el que las creencias y la fe, contenidas en el interior de las personas, comenzó a exteriorizarse y los templos poco a poco volvieron a llenarse. El Estado se hizo más flexible respecto a estos asuntos.

Este proceso de acercamiento, con sus altas y bajas, tuvo un momento muy importante con la visita de Fidel al Vaticano, el 19 de noviembre de 1996, en la que se examinaron asuntos concernientes a la normalización de las relaciones, y el ya mencionado viaje de Juan Pablo II a Cuba (enero de 1998) que fue organizado en coordinación de la Iglesia y el Estado. Su presencia determinó la periodización «antes y después de la Visita del Papa», quien nos dejó un legado que por mucho tiempo estará actuando positivamente en el proceso de normalización de las relaciones entre Estado e Iglesia Católica, incluyendo a las demás religiones. A la luz de este acontecimiento las Iglesias Protestantes se animaron a realizar un conjunto de importantes concentraciones locales (mayo de 1999). Religiones y Revolución tomaron un rumbo de reencuentro positivo; los conceptos básicos de la Teología de la Liberación han sido y son esenciales en esta nueva convergencia.

Cuba fue soñada en el seno del Seminario San Carlos por sacerdotes como José Agustín Caballero y Félix Varela, quienes forjaron un conjunto de discípulos que se dieron a la tarea de convertirla en una realidad a finales del siglo XIX, en lucha unida con negros africanos esclavizados. La Virgen de la Caridad, aparecida en las aguas de la Bahía de Nipe en 1612, fue el primer símbolo de lo cubano, aun antes de que tuviéramos conciencia de identidad propia, escudo y bandera. No hay cubano creyente o no creyente que no respete a la Virgen de la Caridad, Ochum para el Panteón de los cultos africanos.

Para concluir puedo decir que, en mi criterio, donde debía haber habido una sucesión de encuentros ininterrumpidos a partir de una opción preferencial por los pobres, se interpusieron los intereses de clases y el dogmatismo. Por otra parte, como respuesta al aislamiento y las agresiones a que fue expuesto desde sus primeros momentos el proceso revolucionario cubano, se produjo una radicalización devenida en sovietización, con todo lo positivo que en lo material y en la supervivencia política se logró, pero con las secuelas de ateización extrema, que crearon una brecha entre revolución y religión, con desconfianzas y enfrentamientos que sólo con el tiempo y el devenir de los acontecimientos históricos poco a poco se ha podido ir superando, aunque quedan aún muchos problemas pendientes. Ríos y lagos convergerán si logran mantener una alianza evangélica y revolucionaria por un futuro de paz, justicia social, equidad distributiva y conservación del planeta.

Félix Sautié Mederos

La Habana, Cuba