Repensando el socialismo a partir de nuevas prácticas

Repensando el socialismo a partir de nuevas prácticas

Ivone Gebara


En estas dos páginas no quiero preguntar a los intelectuales filósofos o sociólogos, o a los especialistas en política, o a los religiosos políticos, una nueva definición de socialismo o un nuevo modelo ideal que debiéramos perseguir. Quiero expresar intuiciones a partir de la vida de algunos grupos que se mueven en América Latina. Deseo explicitar a grandes rasgos lo que está animando la vida y la organización de grupos que considero significativos en el actual contexto histórico en la línea de la afirmación de la justicia social.

El punto de partida y el criterio que nortea estas intuiciones es la vida de las personas, la sencilla vida cotidiana, con sus necesidades y exigencias más o menos satisfechas. Y la vida cotidiana es algo extremadamente complejo, pues no significa sólo el derecho al trabajo o a los bienes materiales disponibles, sino el derecho al pensamiento, a los bienes simbólicos, a la autodeterminación, a la creatividad, al placer, a la diversidad sexual y cultural, y muchos otros bienes inherentes a la vida humana. Decir esto significa no establecer de antemano una sociedad idealizada o un modelo ético de sociedad en el que las personas pudieran ser más o menos felices, arropadas por una teoría utópica capaz de confortar sus sueños. No hay en esta perspectiva un modelo que pueda ser imitado ni un punto de llegada. No hay etapas prefijadas para que alcancemos el socialismo o el tan soñado comunismo. El socialismo es una práctica renovable construida en comunidad.

Mi pregunta a diferentes grupos que tratan de sobrevivir en medio de la decepción ante las teorías revolucionarias o las promesas de los gobiernos, en medio de las crisis de los partidos y sindicatos, y en medio de la alienación creciente de las Iglesias, tiene que ver con lo que les moviliza en sus luchas cotidianas. En otros términos, la pregunta podría ser cómo las personas continúan apostando por sus vidas, y qué están haciendo colectivamente.

Constato que el comienzo de la lucha no es la implantación de un proyecto social ofrecido por otros, sino mi necesidad de sobrevivir económica, emocional y psíquicamente. El principio de todo es el dolor insoportable del hambre, de la falta de tierra, de la agresión, de la invisibilidad, de la violencia multiforme. El principio es también esta especie de instinto de sobrevivencia, instinto de dignidad humana, de colaboración mutua, de amar la vida porque es simplemente nuestra vida. Es por eso para lo que madrugamos, salimos en busca de trabajo o creamos actividades que nos garanticen la sobrevivencia de hoy. Y para eso y por eso buscamos amigos, amigas... y hasta el alcohol y la droga.

¿Quién me garantiza hoy mi pan? ¿Quién garantiza el agua, la vivienda, la salud, la escuela? La respuesta de la mayoría: somos nosotros mismos buscando, luchando, pidiendo, contando con las pocas fuerzas que tenemos. Somos nosotros, llamando a las puertas, recibiendo con frecuencia un «no» y pocas veces un «sí».

¿Quién garantiza mi pan hoy? A veces es el traficante, el diputado ladrón, el religioso asistencialista. El político sin escrúpulos que va a proporcionarme la medicina, la cesta de la compra, mi operación quirúrgica. A veces es el gobierno con sus proyectos sociales. Y lo aceptamos sólo por sobrevivir... Y no me digan los intelectuales puros que eso es una debilidad del pueblo... Es sobrevivencia ambigua, sin duda, pero no deja de ser sobrevivencia. ¿Pero es ético aceptar el pan del opresor cuando la vida está en riesgo de extinguirse? ¿Todo eso lleva al socialismo? ¿A qué socialismo? ¿El de los intelectuales de izquierda conforme a los metarrelatos del marxismo? ¿El socialismo de las Iglesias? ¿El de los partidos socialistas? Una vez más, si siquiera los medios y los fines pueden ser analizados en una perspectiva ética lineal y purista.

El abismo entre las clases proletarias y las élites intelectuales, políticas, económicas y religiosas continúa creciendo. Hasta nuestro lenguaje y la forma de sentir el mundo no son los mismos, a pesar de que casi utilizamos las mismas palabras.

Intuyo que en la situación actual en que estamos no es ya el Estado la única garantía del bien común, sino la autodeterminación de individuos organizados en grupos de intereses y guiados por convicciones éticas. Por esa razón, me gusta pensar en un socialismo entendido como un camino construido colectivamente, y no dictado por una central, por un partido, un sindicato o una Iglesia, o mantenido por un Estado denominado socialista.

El Estado debería ser el ejecutor del bien común, el facilitador para que los diferentes grupos tengan lo que necesitan para vivir. El Estado tiene que estar a nuestro servicio y no nosotros al servicio de un Estado que funciona bien para una élite, y que se burocratiza cuando se trata de la vida de los más pobres.

A pesar de su fragilidad institucional, están naciendo muchos grupos que intentan nuevos caminos de autogestión, búsqueda de recursos alternativos, nuevas formas de sobrevivencia. Y, una vez más, entra aquí la cuestión de la descentralización. Ya no se puede aceptar que los Estados burocráticos dificulten la vida social, impidiendo que las cosas más simples puedan realizarse a la hora de la verdad. Tenemos que aprender a facilitar la vida de las personas, sobe todo en un mundo en el que la alta tecnología de la comunicación a veces dificulta el acceso a las informaciones más sencillas. Todos conocemos las esperas telefónicas, las músicas irritantes, las voces que repiten la información que no preguntamos. ¿Qué decir de eso en los inmensos barrios de las periferias de nuestra América y en los distantes interiores del Continente?

En todos estos años de la llamada democracia hemos aprendido el horror de la democracia burócrata que impide la salud y la educación de millares, que traba expedientes, que favorece la impunidad. Por eso, autogestión, autodeterminación y descentralización van juntas en la experiencia de algunos grupos. He sentido eso en las diferentes organizaciones de agricultoras, de profesores, de empleadas domésticas, de artesanas, de mujeres de periferia en toda América Latina. «El que sabe, fuerza la hora, no espera que acontezca», cantaba ya Geraldo Vandré en los tiempos de la dictadura militar brasileña. Pues algo de eso estamos viviendo ahora, a pesar de los pesares.

Las definiciones preestablecidas de socialismo se han vuelto hoy una camiseta demasiado estrecha para muchos; algunos se erigen en jueces de otros si no visten la camiseta según las determinaciones de la cúpula de los bienpensantes, casi siempre cúpulas masculinas. Se perpetúan las jerarquías, la mayor parte de las veces inútiles y burocráticas.

En la mayor parte de los movimientos sociales las ideologías que nacieron especialmente en el siglo XIX y que iluminaron muchas luchas sociales ya no se sostienen. El espíritu de nuestro tiempo no es ya el de esperar el mañana, para ver llegar con él el cielo o la justicia sobre la tierra... Las grandes utopías masculinas, tejidas en los grandes relatos del pasado, y que acunaron los sueños de muchos, ya no se sirven como modelos históricos hacia los que hoy se podría tender. Los ideales del socialismo se han convertido en valores a ser vividos en las relaciones cotidianas. Y los valores no son certezas perfectamente materializables y previsibles; son apuestas de hoy, orientaciones, criterios, relaciones cualitativas que surgen del convivir diario.

Si socialismo significa la posibilidad concreta de autogestión, discusión, descentralización, disminución de burocracias... entonces ése es el socialismo que está naciendo lentamente en medio de nosotros. Si socialismo es la lucha cotidiana contra la perversidad del actual sistema económico gerenciado por élites mundiales, podemos decir que algo está brotando en medio de nosotros. Si el socialismo es la afirmación de la dignidad humana femenina y masculina en su diversidad, entonces algo está ocurriendo en medio de nosotros, hace tiempo, y en muchos lugares.

¿Quién está haciendo o viviendo este socialismo?

La respuesta no es fácil, dado que depende de nuestra mirada y de nuestra ideología política. En mi opnión, creo que hay mucho por ahí apuntando hacia un socialismo sin forma acabada, sin modelo cerrado, sin catecismos ni cartillas, ni jefes a ser seguidos y reverenciados.

Viven un socialismo el movimiento liderado por el obispo Luis Capio contra el trasvase del Rio São Francisco; el movimiento de mujeres de diferentes países de América Latina intentando superar las desigualdades sociales y culturales de género.

Viven un socialismo los jóvenes de la periferia de las ciudades que organizan conjuntos musicales y que sin conocer la teoría clásica del socialismo denuncian la perversidad de las élites capitalistas.

Viven el socialismo los artistas de cine y de teatro de calle que se multiplican en las ciudades y son capaces de reflexionar con el público sobre los más diferentes problemas sociales, así como los estudiantes que hacen barricadas y reivindican nuevas relaciones en la escuela y en la universidad.

Viven el socialismo las organizaciones contra la violencia policial, las organizaciones de víctimas de errores médicos, las organizaciones de defensa de los consumidores, las madres y abuelas de desaparecidos, los grupos indígenas, las comunidades negras en busca de reconocimiento, los grupos que luchan por el respeto a la diversidad sexual.

Viven el socialismo los grupos ecológicos de defensa de la Amazonía, de la selva atlántica, de la descontaminación de los ríos, los artistas que recogen y reciclan la basura.

 

Ivone Gebara

Camaragibe, PE Brasil