Romper espejos, abrir ventanas

Romper espejos, abrir puertas
Propuesta para una «universalidad contextualizada
 

Pablo Suess


Pablo Suess propone no intentar corregir el concepto de "globalización" con adjetivos (la buena y la mala globalización), sino abrir otros caminos a la reflexión...

Vivimos en sociedades polarizadas. Las élites, protegidas por el escudo de la legalidad y armadas con los medios de comunicación, consideran el neolibera-lis-mo como el «nuevo orden», que coincide con el fin de una evolución casi natural. Dicen que el pensamiento crítico y dialéctico desmoronó el muro de Berlín, que ahora, el presente representa ya el futuro deseable, y que la necesidad confraterniza con la posibilidad...

Los excluidos y los sectores articulados con ellos no aceptan la reducción del «pensamiento crítico» al «pensamiento único». Saben que en la exclusión y en la miseria no hay nada de natural, tal como la fábula del neoliberalismo sugiere. Analizan el juego neoliberal históricamente como una red de intereses que enriquece a unos pocos y perjudica a la mayor parte de la humanidad. La lógica del «nuevo orden» prioriza la racionalidad empresarial con la vara de la administración política, y subordina las cuestiones culturales del conocimiento (ciencia y técnica), de la justicia (derecho y moral) y del gusto (arte, filosofía, religión) a la cuestión hegemónica del lucro. A partir de este cuadro general, ¿cómo pensar salidas a la pauperización y a la exclusión?

Las alternativas emergen a partir de los olvidos de la globalización neoliberal. Concretamente: la globaliza-ción se olvida de la nación, de la región, del campo y de la aldea. En esta perspectiva, lo opuesto a lo global es lo regional y lo contextual. ¡Cuidado, sin embargo, con falsas alternativas que el adversario sugiere! A veces, un cierto nacionalismo miope y un regionalismo posmoder-no se presentan como alternativa a la globalización. Una de esas falsas alternativas a la globalización sería la miopía microestructural. La otra sería la propuesta de una globalización «mejor», no radicalmente desligada de su soporte neoliberal. Esa globalización light ofrecería a los excluidos la inclusión como clientes marginales y socios sumisos al pensamiento hegemónico.

Para responder a partir del Evangelio a la globaliza-ción neoliberal necesitamos descubrir algunos otros elementos que configuran la «mala noticia» que está en su raíz. La globalización, aunque omnipresente en el planeta, no tiene un compromiso con la unidad de la humanidad, ni con su creatividad o su bienestar. La bacteria de la homogeneización y de la miseria están mundialmente esparcidas. Al salir de un autobús, de un navío o de un avión, uno se encuentra siempre en el mismo lugar, con la misma red de supermercados, mercancías y hoteles. Y al atravesar cualquier centro urbano, uno se encuentra con la misma pasarela de miseria humana y de ostentación de lujo, y la misma pregunta: ¿cómo está el dólar hoy?

En el mundo globalizado, el «prójimo-sujeto» es visto meramente como «cliente-objeto», o es descartado como «excluido-desconocido». El mundo dividido entre «clientes» y «no clientes» transformó nuestras sociedades en tiendas de 24 horas con vigilantes cuya única función es seleccionar los clientes e impedir que pasen los pobres. El dueño de esa red de tiendas, el poder hegemónico, configura un nuevo imperio colonizador, con su lengua imperial, el inglés, al servicio de la moneda única, el dólar. La doble «mala noticia» de la globalización, por tanto, es su indiferencia contextual y su exclusión global. La «buena noticia» debe responder a la indiferencia microestructural y a la exclusión macroestructural.

Para los movimientos populares el concepto y la realidad de la globalización están marcados por un profundo sufrimiento y malestar. Por eso, propongo no intentar corregir el concepto de la globalización a través de adjetivos. Podría distinguirse, por ejemplo, entre la «mala» globalización de los mercados financieros y la «buena» globalización, compatible con la universalidad y la contextualidad del Evangelio. Pero el discernimiento del pensamiento y de la acción se vuelve difícil cuando usamos las mismas palabras para realidades opuestas.

Por eso: sugiero abandonar el concepto de globalización, cuando se quiere apuntar a propuestas alternativas. A lo global se debe oponer lo «contextual» y lo «universal». La «Buena Noticia» de Jesús de Nazaret articula la proximidad contextual con la relevancia universal de la liberación. El Dios de la historia de la salvación judeocristiana, el Dios Padre revelado por Jesús de Nazaret, es un Dios próximo, un Dios de la Alianza y de la memoria. No excluye, ni olvida. Su universalidad crece con su proximidad que es «cogni-ti-va» en su memoria, «sensitiva» en su mirar y en su escucha, y «emocional» en su compasión.

Pero, ¿por que este Dios de la proximidad se calla ante el grito del inocente? Su intervención milagrosa, ¿no significaría el final de la historia? No sólo el «pen-samiento único», sino también la carrera en pos del milagro, del favor y de la suerte son fenómenos del «fin de la historia». Dios prestó su voz a nuestro grito y a nuestra canción. Nos dio brazos para sentir el placer de las manos extendidas a los pobres. Nos dotó con suficiente razón para esclarecer las injusticias e iluminar el pozo hondo donde los malos hermanos echaron a José, para negociarlo en el mercado de esclavos (Gn 37).

La «proximidad contextual» es tematizada en nuestras Iglesias con el paradigma de la inculturación. La «relevancia universal» está presente en el paradigma de la liberación apuntando la universalidad de justicia y solidaridad. Ambos paradigmas son inseparables. La liberación gana profundidad con su enraizamiento contextual. Dios se encarnó en la historia por causa de nuestra liberación. La inculturación es liberadora y la liberación ha de ser universalmente inculturada. El Evangelio no favorece un contextualismo posmoderno, ciego y alienado e indiferente, ni un universalismo autoritario del superhombre, anunciado por Nietzsche y Orwell.

En el equilibrio articulado entre lo universal y lo contextual está la posibilidad de vivir bien y ser feliz, solidario con el mundo a partir del río de la aldea, o, con otras palabras, está la posibilidad de la emancipación, de la autonomía, de la participación del prota-go-nismo y del proyecto histórico. El proyecto hegemónico, que impone valores, objetivos y horizontes regionales, es el enemigo de la universalidad contextual. La universalidad de los valores permite la articulación de los contextos en un proyecto común de la humanidad. Sin ese proyecto común, mediado por valores universales como solidaridad, igualdad, libertad, participación y tolerancia, también los proyectos históricos de cada grupo étnico-social pierden el carácter de «causa» que debe ser defendida por todos.

En resumen: la globalización neoliberal es regional en sus valores, pornográfica por su mirada dirigida la facturación e indiferente frente a las necesidades de las mayorías. Esa globalización amenaza la alteridad contextual no sólo por la reducción, sino también por la hipertrofia del poder hegemónico. Al contrario de la globalización, la universalidad garantiza la alteridad del Otro y de la Otra y la singularidad de sus proyectos. La universalidad, que en rigor es siempre una universalidad de valores mediadores de la singularidad y de la alte-ri-dad, forma parte de los presupuestos de la identidad. El Evangelio recuerda la universalidad planetaria contex-tua-lizada del mundo nuevo, donde el pan y la esperanza son repartidos y multiplicados entre todos. Recuerda que los confines del mundo están en medio de nosotros y que en medio de nosotros experimentamos los confines limitados del mundo.

La sensibilidad contextual articulada con la responsabilidad universal es como una piedra arrojada contra el espejo que está enfrente de nosotros. Los espejos no suman nuestra luz a la luz de los otros. Su reciprocidad óptica -semejante a la reciprocidad acústica del eco que reproduce las palabras de orden- devuelve exactamente lo que recibió, sin gratuidad, crecimiento o creatividad. Detrás de cada vidrio hecho espejo hay una película plateada que impide la transparencia. La plata es también dinero. El dinero que está tras el vidrio lo transforma en espejo. El dinero tras el pensamiento lo reduce a la especulación en la bolsa de valores. Los espejos sólo reflejan, invierten los lados e impiden la visión de los Otros. Hacen de nosotros satélites lunares, sin luz ni órbita propias, prisioneros de los que robaron nuestro camino y nuestra luz y nos echaron al pozo.

Después de haber levantado su copa con sangre y licor para dar vivas a la muerte de los pueblos indígenas y de todos los empobrecidos, el brindis del colonizador continúa siendo hasta hoy un «espejito».

El neolibe-ra-lismo es una prisión revestida de espejos que esconden la salida y ocultan a los Otros, porque los Otros y las Otras serían la salida. Realmente, por total ausencia de alteridad, en la cámara de espejos no hay salida.

Quebrar espejos puede significar abrir ventanas, tirar la hoja de lata plateada que hay detrás de los vidrios, desatar los nudos de la miopía y abandonar la prisión del olvido, de la homogeneidad y del lucro. Abrir ventanas puede significar sumar luces y ver lejos, partir hasta los confines del mundo, repartir pan, camino y esperanza. Experiencia feliz de ser próximo y universal: diferente en medio de los Otros, divino huésped en la tienda de Abraham anunciando el hijo que nacerá del vientre estéril de Sara (cf Gn 18).

 

Pablo Suess
São Paulo