Salvémonos con el planeta

Salvémonos con el planeta

Pedro Casaldáliga


20 años atrás trataban de ecología unas pocas personas, tachadas incluso de bucólicas o de derrotistas. No era un tema serio ni para la política, ni para la educación, ni para la religión. Se podía venerar a Francisco de Asís como el santo de las flores y los pájaros, pero sin mayor compromiso.

Ahora, y quién sabe si ya muy tarde, el mundo entero se está sensibilizando, aturdido por las noticias y las imágenes de cataclismos actuales y de previsiones pesimistas que llenan nuestros telediarios. Y ya son muchos los congresos y los programas que ventilan como un tema vital la ecología, desnudando las causas y urgiendo propuestas concretas acerca del medio ambiente. Hasta los niños saben ahora de ecología...

El tema es nuevo, pues, y desesperadamente urgente. Acabamos de descubrir la Tierra, nuestro Planeta, como la casa común, la única que tenemos, y estamos descubriendo que somos una unidad indisoluble de relaciones y de futuro.

Frente a los gastos astronómicos en los espacios siderales, frente al asesino negocio del armamentismo, frente al consumismo y lujo de una privilegiada parcela de la Humanidad, ahora vamos sabiendo que el desafío es cuidar de este Planeta. La última gran crisis, hija del capitalismo neoliberal, embrutecido en la usura y en el despilfarro, que ha ignorado cínicamente tanto el sufrimiento de los pobres como las limitaciones reales de la Tierra, nos está ayudando a abrir los ojos y esperamos que también el corazón. Leonardo Boff define ‘El grito de la Tierra’ como ‘el grito de los pobres’ y James Lovelock nos avisa acerca de ‘La venganza de la Tierra, -la teoría de Gaia y el futuro de la Humanidad-‘. «Durante miles de años, dice Lovelock, la Humanidad ha explotado la Tierra sin tener en cuenta las consecuencias. Ahora que el calentamiento global y el cambio climático son evidentes para cualquier observador imparcial, la Tierra comienza a vengarse». Estamos tratando la Tierra como un asunto apenas económico y le exigimos a la Tierra muchos deberes e ignoramos los derechos de la Tierra.

Ciertos especialistas y ciertas instituciones internacionales nos han ido mintiendo. La mano invisible del mercado no resolvía el desastre mundial. Cuanto más libre era el comercio más real era el hambre. Según la FAO, en 2007 había 860 millones de hambrientos; en enero de 2009 ciento nueve millones más. La mitad de la población africana subsahariana, por citar un ejemplo de esa África crucificada, malvive en extrema pobreza. La letanía de violencia y desgracias provocadas es interminable. En el Congo hay 30.000 niños soldados dispuestos a matar y a morir a cambio de comida; 17% de la floresta amazónica fue destruida en cinco años, entre 2000 y 2005; el gasto de Latinoamérica y el Caribe en defensa creció un 91% entre 2003 y 2008; una decena de empresas multinacionales controlan el mercado de semillas en todo el mundo. Los Objetivos del Milenio se han evaporado en la retórica y en sus reuniones elitistas los países más ricos han dicho cobardemente que no pueden hacer más para revertir el cuadro.

Es tradición de nuestra Agenda abordar cada año un tema mayor, de actualidad caliente. No podíamos, lógicamente, dejar de lado este tema volcánico.

El tema es amplio y complejo. ¿Somos nosotros o es el planeta quién está en crisis mortal? Barajamos tres títulos para esta Agenda 2010 que apuntan posibles enfoques. «Salvar el Planeta», «¿Salvaremos el Planeta?», «Salvémonos con el Planeta». Optamos por el último título, porque técnicos y profetas nos vienen recordando que nosotros somos el Planeta también; somos Gaia, estamos despertando para una visión más holística, más integral; estamos descubriendo, finalmente, que el Planeta Tierra es también el Planeta Agua. Un reciente libro infantil se titula precisamente «Ayudo a mi Planeta». La salvación del Planeta es nuestra salvación, y no faltan especialistas que afirmen que el Planeta se salvará siguiendo el curso del Universo y, mientras tanto, la vida humana y todas las vidas del Planeta serán un sombrío pasado.

La Agenda no quiere ser pesimista, no puede serlo. Quiere ser realista, comprometerse con la realidad y abrazar vitalmente las causas que promueven una ecología esperanzada y esperanzadora.

Esa ecología profunda, integral, debe incluir todos los aspectos de nuestra vida personal, familiar, social, política, cultural, religiosa... Y todas las instituciones políticas y sociales, a nivel local, nacional e internacional, han de hacer programa suyo fundamental «la salvación del Planeta». Se impone una globalización de signo positivo, trabajando por la mundialización de la ecología. Rechazando y superando la actual democracia de baja intensidad urge implantar una democracia de intensidad máxima y, más explícitamente, una «biocracia cósmica». Urge crear, estimular, potenciar en todas las religiones y en todos los humanismos una espiritualidad «profunda y total» de signo positivo, de actitud profética en la liberación de todo tipo de esclavitud; viviendo y militando por una nueva valoración de toda vida, de la materia, del cuerpo, del eros. El ecofeminismo sale al encuentro de un desafío fundamental, Gaia es femenina. Se impone una nueva relación con la naturaleza, naturalizándonos como naturaleza que somos, y humanizando la naturaleza en la que vivimos y de la que dependemos. Yo soy yo, diría el filósofo, y la naturaleza que me circunda.

Lo mejor que tiene la Tierra es la Humanidad, a pesar de todas las locuras que hemos cometido y seguimos cometiendo, verdaderos genocidios y verdaderos suicidios colectivos.

Propiciando ese cambio radical que se postula y proclamando que es posible otra ecología en otra sociedad humana, hacemos nuestros estos dos puntos del Manifiesto de la Ecología Profunda: «El cambio ideológico consiste principalmente en valorizar la calidad de la vida -de vivir en situaciones de valor -intrínsecas- más que en tratar sin cesar de conseguir un nivel de vida más elevado. Tendrá que producirse una toma de conciencia profunda de la diferencia que hay entre crecimiento material y el crecimiento personal independiente de la acumulación de bienes tangibles». Y añade el Manifiesto: «Quienes suscriben los puntos que se enuncian en el Manifiesto, tienen la obligación directa o indirecta de obrar para que se produzcan estos cambios, necesarios para la supervivencia de todas las especies del Planeta», incluyendo «la santa y pecadora» especie humana.

Militantes e intelectuales comprometidos con las grandes causas están preparando una Declaración Universal del Bien Común Planetario que se expresa a través de cuatro pactos: 1) El Pacto ecológico natural, responsable de proteger la Tierra. 2) El Pacto ecológico social, responsable de unir todas las esperanzas y voluntades. 3) El Pacto ecológico cultural, que debe estar basado en la promoción del pluralismo, de la tolerancia y del encuentro de la Humanidad con los ecosistemas, los biomas, la vida del Planeta. 4) El Pacto ecológico ético espiritual, fundado en la dimensión del cuidado, la compasión, la corresponsabilidad de todos con todo.

Hemos de escuchar lo que nos dicen simultáneamente las nuevas ciencias y las nuevas teologías. Queremos vivir este kairós ecológico de militancia y de mística con el Dios de todos los nombres y de todas las utopías.

Con Jesús de Nazaret muchos libertarios, profetas y mártires en Nuestra América nos preceden y nos acompañan en esta marcha por el desierto hacia «la Tierra sin Males».

¿Es una utopía absurda? Sólo utópicamente nos salvaremos. La arrogancia de los poderes, el lucro desenfrenado, la prepotencia, las claudicaciones, vienen a desanimarnos; pero nosotros nos negamos al desánimo, a la corrupción, a la resignación. La Pacha Mama y Gaia están vivas, son vivificadoras. Ninguna estructura de muerte le podrá a la Vida.