Sentir con el corazón y vivir a través del alma

Sentir con el corazón y vivir a través del alma

Una inteligencia sensible y cordial,
y una inteligencia espiritual, también ecológicas
 

Leonardo Boff


El tiempo corre contra nosotros y urge la necesidad del cambio de mentalidad. Todos los saberes deben ser cologizados, es decir, puestos en relación unos con otros y orientados hacia el bien de «la Comunidad de vida». Igualmente, todas las tradiciones espirituales y religiosas están llamadas a hacer que la conciencia de la humanidad despierte a su misión de ser la cuidadora de esta herencia sagrada recibida del universo y del Creador que es la Tierra viva, el único hogar que tenemos para vivir. Junto con la inteligencia intelectual debe venir la inteligencia sensible y cordial y sobre todo la inteligencia espiritual.

Una notable contribución proviene del conocido psicoanalista Karl Gustav Jung (1875-1961), que en su psicología analítica concede gran importancia a la sensibilidad, y que sometió a duras críticas el cientificismo moderno. Para él, la psicología no reconoce fronteras entre cosmos y vida, entre la biología y el espíritu, entre el cuerpo y la mente, entre lo consciente y lo inconsciente, entre individual y colectivo. La psicología tiene que ver con la vida en su totalidad, en su dimensión racional e irracional, simbólica y virtual, individual y social, terrenal y cósmica, y con sus aspectos sombríos y luminosos.

Supo articular todos los saberes disponibles, descubriendo conexiones ocultas que revelaban dimensiones sorprendentes de la realidad. Es conocido el diálogo que Jung mantuvo en 1924-1925 con un indígena de la tribu Pueblo en Nuevo México (EEUU). Este indígena creía que los blancos estaban locos. Jung le preguntó por qué lo creía así. Y el indígena le respondió: «Dicen que piensan con la cabeza». «Pues claro que piensan con la cabeza», respondió Jung, «¿cómo piensan ustedes?». El indígena, sorprendido, respondió: «Nosotros pensamos aquí», y señaló el corazón (Recuerdos, sueños, pensamientos, p. 233). Este hecho transformó el pensamiento de Jung: entendió que el hombre moderno había conquistado el mundo con la cabeza, pero había perdido la capacidad de pensar y de sentir con el corazón y de vivir a través del alma.

Por supuesto que no se trata de abdicar de la razón –lo cual sería una pérdida para todos– sino de rechazar la limitación de su capacidad de comprender. Hay que tener en cuenta lo sensible y lo cordial como elementos centrales del acto de conocimiento. Permiten captar valores y sentidos presentes en la profundidad del sentido común. La mente siempre está inmersa en un cuerpo; por eso está siempre impregnada de sensibilidad, y no sólo cerebralizada.

En sus Memorias, dice Jung: «hay tantas cosas que me llenan: las plantas, los animales, las nubes, el día, la noche y lo eterno, presente en los hombres. Cuanto más inseguro de mí mismo me siento, más crece en mí el sentimiento de mi parentesco con el todo» (p. 361).

El drama del ser humano actual es haber perdido la capacidad de vivir un sentimiento de pertenencia, algo que las religiones siempre garantizaron. Lo que se opone a la religión no es el ateísmo o la negación de la divinidad. Lo que se opone es la incapacidad de ligarse y religarse con todas las cosas. Hoy las personas están desarraigadas, desconectadas de la Tierra y del ánima, que es la expresión de la sensibilidad y de la espiritualidad.

Si no rescatamos hoy la razón sensible, que es una dimensión esencial del alma, difícilmente llegaremos a respetar el valor intrínseco de cada ser, a amar la Madre Tierra con todos sus ecosistemas, y a vivir la compasión con los sufridores de la naturaleza y de la humanidad.

El Papa cita en el conmovedor final de la «Carta de la Tierra», que resume bien la esperanza que deposita en Dios y en el empeño de los seres humanos: «Que nuestro tiempo sea recordado por el despertar de una nueva reverencia ante la vida, por la decisión definitiva de alcanzar la sostenibilidad, por la intensificación de la lucha por la justicia y la paz, y por la alegre celebración de la vida» (nº 207).