Ser latino en Estados Unidos
Ser latino en Estados Unidos
Felipe Barajas
Una realidad diversa y compleja
Nadie se pone de acuerdo en cómo llamarnos: latinos, hispanos, “browns”, chicanos... Según estimaciones de la Oficina Nacional del Censo ya somos 33 millones de personas con apellido español en Estados Unidos (EEUU), la “cuarta nación de habla hispana en el mundo”, aunque muchos de los nacidos aquí sólo hablan inglés... Los rabiosos cubanos anticastristas de Miami desafiaron a gritos a Clinton por su “mal manejo” en el caso del balserito Elián, mientras 8 millones de indocu-mentados, casi todos ellos provenientes de México y Centroamérica, viven una existencia clandestina por temor a ser deportados... Los candidatos electorales se esfuerzan por hilvanar algunas frases en español con el fin de ganarse al electorado hispano en las elecciones del 2000, pero más de la mitad de los latinos no pueden votar porque no son ciudadanos o no viven “legalmente” en este país.
Estos son sólo algunos ejemplos para ilustrar la tremenda complejidad de nuestro pueblo, que, de seguir las tendencias demográficas actuales, constituirá un cuarto de la población total norteamericana el año 2050.
Racialmente somos variopintos: mestizos mexicanos, indígenas guatemaltecos, blancos argentinos, mulatos de Puerto Rico y la República Dominicana... Nuestros antepasados comenzaron a llegar a este país desde el siglo XVI y fundaron misiones y pueblos en Texas y California, pero la mayoría de nuestro pueblo apenas sigue llegando precisamente ahora, huyendo de la miseria que afecta a América Latina, tratando de juntar unos dólares y soñando en volver, aunque la realidad les obligue a establecerse aquí trayendo a sus familias.
Mis padres vinieron del estado de Jalisco, huyendo de la persecución religiosa del presidente Calles y estableciéndose en San Antonio (Texas) donde yo nací el año 1946. Soy lo que llaman un “chicano” (hijo de mexicanos pero nacido en EEUU). Cuando comencé a ir a la escuela, las maestras gringas me golpeaban porque hablaba español con mis compañeros, y casi lograron que me avergonzara de mi propia cultura. Mis tres hijos crecieron hablando casi solamente inglés y recuperaron el español sólo en la universidad, donde han aprendido a sentirse orgullosos de su identidad mestiza, bilingüe y méxicoamericana. Como yo, el 70% de los latinos de EEUU tenemos nuestras raíces en México, un 15% en las Antillas, un 10% en América Central, y el resto en América del Sur.
Con un pie en el primer mundo y otro en el tercero
Los millones de inmigrantes latinoamericanos que trabajan en EEUU ofrecen sus brazos y contribuyen a la boyante economía de este país, la más próspera del mundo. Llevan una vida de mucho sufrimiento debido a la separación de sus familias, al desprecio de que son objeto y a la dureza de los trabajos que desempeñan: siguiendo el ciclo de las cosechas en los campos, procesando cerdos, pollos y vacas en los rastros, construyendo casas y carreteras o limpiando hoteles y oficinas... muchas veces acosados por la implacable “migra”, la policía de inmigración. Pero aún así, lo que ganan alcanza para vivir mucho mejor que en sus países de origen, y los dólares que envían a su tierra son la primera o segunda entrada de divisas en naciones como México, Guatemala, El Salvador o la República Dominicana, cuyas empobrecidas economías se vendrían abajo sin el dinero que mandan los “norteños”.
En general, el inmigrante típico es solidario con su familia y con su pueblo natal, pero rara vez llega a desarrollar una conciencia lo suficientemente crítica como para apoyar cambios estructurales en su país de origen (un ejemplo es la poca lucha de los mexicanos “de este lado”, cuando el congreso de su país les negó la posibilidad de votar en las elecciones del 2000). El latino inmigrante casi siempre vivirá sin hablar inglés y con una conciencia ingenua: agradeciendo a EEUU por haberlo sacado de la miseria y suspirando por regresar a México; el excesivo trabajo afectará negativamente sus relaciones familiares y sociales, ahogará su nostalgia en la cerveza y matará su ocio con pocas horas frente a la mediocre TV en español.
Para los latinos que nacimos en este país el problema más grave es una crisis de identidad. Somos ciudadanos norteamericanos, pero los blancos y negros nos llaman “Mexicans” debido a nuestras facciones mestizas, y los mexicanos nos dicen “pochos” porque según ellos ya no podemos hablar bien el español. Por esa razón nuestra autoestima es puesta a prueba todos los días. A mí me tocó la suerte de participar en los movimientos de los derechos civiles, que sacudieron a EEUU en los 60s, y fui parte del activismo chicano que organizó las marchas campesinas con César Chávez en California, que recuperó la tierra de nuestros ancestros con Reyes Tijerina en Nuevo México y que escribió poemas en “Spanglish” con Corky González en Colorado. A tiempo aprendimos que somos un pueblo doblemente rico culturalmente y que podemos ser “puente” entre América Latina y N.A., porque a fin de cuentas pertenecemos a ambas.
Gracias a la lucha de nuestros líderes de los 60 y 70, un número creciente de universidades en EEUU establecieron el área de “Estudios Chicanos”, donde nuestros hijos se reencuentran con sus raíces y aprenden a solidarizarse con su pueblo. La Iglesia Católica hizo lo propio, fundando centros pastorales para evangelizar a nuestra gente desde sus peculiares raíces culturales del “doble mestizaje”, que tiene un aspecto biológico (la mezcla de sangres indígena y española) y cultural (el hecho peculiar de ser latinoamericanos en N.A.).
Cuando la conciencia comenzó a ser recuperada, establecimos contacto con nuestras raíces, América Latina, y muchos de nosotros llegamos a sentir como propia la lucha de los pueblos centroamericanos, de los indígenas de México y de los millones de indocumenta-dos que han continuado llegando desde la frontera sur...
Pero en honor a la verdad, mucho falta por hacer de parte de los latinos en EEUU en cuanto a solidaridad con los pueblos del Tercer Mundo. A veces me siento un poco avergonzado cuando veo los vigorosos movimientos solidarios de las minorías comprometidas estadounidenses, y es que en la lucha por cerrar la infame Escuela de las Américas, en las protestas para desmantelar el FMI y el Banco Mundial, en los esfuerzos por terminar con los arsenales nucleares y la venta de armas, los blancos llevan la iniciativa y la carga solidaria, mientras que tanto negros como latinos estamos muy poco presentes, aquéllos sin poder superar todavía todos los traumas de 400 años de esclavitud, y nosotros tal vez por seguir autocontemplándonos, empeñados aún en acabar de unir las piezas de nuestra todavía fragmentada identidad.
Ser o no ser: integración o asimilación
Muchos dicen que hay que integrarnos a la sociedad norteamericana pero sin perder nuestra identidad cultural; otros pregonan que es mejor asimilarnos completamente como lo hicieron los otros grupos inmigrantes que vinieron a esta nación desde Europa hace muchos años. En realidad, las dos cosas están pasando: la llegada masiva de los nuevos latinoamericanos nos ha motivado a quienes nacimos aquí, a recuperar la lengua y la identidad; por otro lado el consumismo cruel a todos atrae castrando los ideales que pudiera haber para luchar por utopías transformadoras.
En la Sociedad y en la Iglesia, nuestro crecimiento impresiona y a veces asusta, pero nuestra representatividad en la toma de decisiones deja mucho que desear, aunque seguimos conquistando espacios muy lentamente. Dentro del discurso de la Iglesia católica somos “una bendición” y ya casi formamos la mitad de los 65 millones de católicos en EEUU, pero en la realidad somos tratados como ciudadanos de segunda clase.
Las agendas organizativas son diferentes: los inmigrantes se ven urgidos a luchar por una amnistía que les garantice vivir y trabajar legalmente en una nación cuya riqueza se debe en mucho al esfuerzo de ellos; los que nacimos aquí necesitamos primero descubrir la riqueza de nuestra identidad, para luego poder solidarizarnos con los que van llegando y con la América Latina crucificada de donde vinieron nuestros antepasados. Las organizaciones hispanas de todo tipo ya abundan y empezamos a ser escuchados. La más importante a nivel nacional es el Consejo Nacional de la Raza, que aglutina a grupos diversos pro-derechos humanos de los latinos y es tratada con respeto hasta por el presidente de EEUU.
Nuestro caminar como pueblo latino en EEUU presenta varios desafíos: primero exige que seamos capaces de lograr una síntesis de actitudes, es decir que seamos capaces de conservar lo positivo de la cultura latinoamericana de donde provenimos, aprendiendo al mismo tiempo las muchas cosas buenas de la sociedad norteamericana que nos acoge, teniendo la sabiduría de dejar a un lado lo que hay de negativo en ambos mundos.
En segundo lugar debemos abrir nuestros horizontes más allá de los problemas que nos aquejan como hispanos, presionando desde dentro al gobierno de esta nación y extendiendo la mano a quienes luchan por construir un mundo más solidario. Cesar Chávez, el legendario luchador campesino de California, supo combinar una profunda fe en Dios con su inalterable pasión por la justicia. El camino está marcado, sólo nos falta seguir sus pasos.
www.nccbuscc.org/hispanicaffairs
Felipe Barajas
Los Angeles, EEUU