Sin excusas para la inacción

Sin excusas para la inacción

Miren Etxezarreta


El sistema capitalista, que tiene como motor esencial la obtención del beneficio privado para unos pocos, no puede conducir a una sociedad justa y armónica, como lo viene demostrando la experiencia de siglos. Sólo un cambio radical de sistema económico y social puede conducir a una sociedad justa y armónica para la humanidad. A quienes estamos convencidos de esto, con frecuencia se nos responde en dos direcciones: una, ¿cuál es entonces nuestra alternativa?, y dos, «somos utópicos».

Sobre la alternativa. Nos exigen un plan elaborado en detalle y cerrado. Que presentemos una receta que nos conducirá a la sociedad feliz. En la que todo esté previsto y organizado. En la que sólo haya que seguir el programa, para obtener el resultado deseado.

Digamos en primer lugar que no es obligado tener una alternativa para criticar un sistema crecientemente injusto. El sistema que vivimos ahora, que condena a la miseria a millones de seres humanos, que conduce a vidas totalmente distorsionadas, y que impide la participación en las decisiones que afectan a la mayor parte de la humanidad, no funciona de ningún modo. Y, por tanto, tiene que ser cambiado. Tengamos o no el diseño del que ha de sucederle. Hayan o no fracasado otros intentos, es preciso seguir buscando algo radicalmente distinto, que hasta ahora se ha llamado socialismo (y no parece haber razón alguna de peso para cambiar de nombre, si se entiende éste correctamente).

Buscar una alternativa completa, precisa y compacta es un error de concepción. La alternativa no puede estar construida por un grupo de personas concretas, o por las autoridades políticas y económicas, por bienintencionadas o capaces que sean. Probablemente una de las razones para el fracaso de las experiencias intentadas hasta ahora es precisamente la de haberse ajustado a un modelo único, haber seguido unas pautas fijadas previamente por agentes lejanos a las personas implicadas, lo que ha conducido al autoritarismo. En el siglo XXI, la alternativa ha de tener un carácter distinto. Tiene que ir construyéndose desde la base, democráticamente, partiendo de los distintos colectivos, con sus apetencias, sus intereses y sus conflictos. Sólo la articulación y coordinación de los proyectos de los distintos colectivos en una praxis común, puede conducir a una alternativa voluntaria y gozosamente asumida.

Cualquier alternativa que merezca la pena tiene que ser diversa y plural. La alternativa no puede ser más que la resultante de una miríada de alternativas distintas que caminan en una dirección similar, la de la búsqueda de una sociedad dirigida al bienestar de los seres humanos, gestada y llevada a cabo con su máxima participación, pero distinta y variada, como no pueden menos de serlo las personas y los grupos que las integran. Practicando en una pedagogía del quehacer común y en la búsqueda de mecanismos para la resolución de los conflictos que vayan surgiendo. Si buscáramos un slogan diríamos que habría de ser el de la coordinación en la diversidad.

Sin duda es necesario que haya unos objetivos generales sobre los que exista el acuerdo común, un objetivo social: el bienestar de las personas y su participación colectiva en las decisiones que les afectan. Ello sólo es posible en una sociedad no gestionada para el beneficio, sino regulada socialmente con instituciones descentralizadas y participativas, en la igualdad de todos los seres humanos y de sus correspondientes derechos, y la prerrogativa a la diversidad dentro de algunas reglas generales, que han de ser pocas y que permitan la máxima descentralización del diseño para cada situación concreta.

Desde estas bases cada colectivo deberá ir construyendo su propio ámbito, su propia realidad, para que, como mancha de aceite que se expande, articulándose y coordinándose en los distintos planos, ocupe un día la totalidad del cuerpo social. La transformación habrá de ser la resultante de todos ellos, la que constituya el conjunto, y no al contrario, cuando partiendo de un bello diseño unitario, elaborado desde arriba, degenera después en potentes fuerzas de injusticia, autoritarismo y opresión.

Sobre la utopía. Creen que una sociedad justa y armónica es algo inalcanzable. No Hay Alternativa, (TINA, por sus sigla en inglés), decía la señora Thatcher. Si pensáramos sustituir repentinamente un sistema por otro, es posible que fuera así. Pero es otra nuestra concepción de la vía actual de transformación. Para entenderlo es crucial el concepto de proceso: de lo que se trata es de participar en un largo proceso de cambio siempre activo y siempre inacabado, en el que el propio proceso es parte de la alternativa. Se trata de continuar una tarea que ha existido siempre en la historia, en la que las fuerzas liberalizadoras del ser humano y la sociedad han luchado sin cesar por sus objetivos. No partir de un proyecto y plan completo y cerrado, sino sólo de unas direcciones deseadas, unas orientaciones autogeneradas y un trabajo permanente hacia el ansiado objetivo. Y poner en práctica en el quehacer cotidiano lo que implican estas ideas. Cada uno en el entorno en el que se desenvuelve. Ir creando ámbitos de autonomía, aunque sean pequeños y modestos, en la dirección de una sociedad justa, plural, liberalizadora, armónica, como pequeñas parcelas de nuestra «utopía», que se hace así realizable.

Y esto es siempre posible. Cada uno de nosotros puede participar en este proyecto desde ahora, contribuir a generar el universo de manchas de aceite que lograrán que nuestra sociedad esté cada día más próxima a nuestra utopía. No es un proyecto sencillo: en cuanto se amenaza a los intereses actuales éstos atacan sin compasión. No es un proyecto fácil: habrá momentos en los que haya que encarar transformaciones sociales de gran envergadura, por ejemplo frente a la propiedad privada, o alterando los agentes sociales de decisión. Ni siquiera estamos seguros que es un proyecto pacífico: porque usan en contra de nosotros la violencia, y habremos de defendernos. Pero mientras tanto podemos iniciar en nuestro entorno, aquí y ahora, sin dilaciones, la construcción colectiva de estos ámbitos de autonomía cuya generalización nos llevará a la sociedad que necesitamos y buscamos.

Pero no se interprete este proceso como un proyecto de continuidad del sistema actual. No se trata de ir mejorando gradualmente pequeñas parcelas dentro del sistema, sino de generar verdaderas iniciativas de objetivos completamente distintos. Transformar, destruir este sistema, no «mejorarlo». Con formas de hacer diferentes: horizontales, igualitarias, sin jerarquías. Tratando de diluir el poder, no de controlarlo. Formas que marcan significativamente la praxis y que suponen modestos anticipos de un mundo diferente. El objetivo radical de transformación –construir una sociedad alternativa, una sociedad sin clases- es una de las premisas esenciales del proyecto. Pero sabedores del inmenso poder de la sociedad actual, y de la debilidad de nuestras fuerzas, nuestro concepto de proceso parece una posibilidad sensata. Que tampoco tiene que ser la única posible en el tiempo. Quizá en otros momentos haya posibilidades revolucionarias, y el propio proceso conducirá a aprovecharlas.

Asimismo, si desde algún «arriba» se pretende una transformación, sólo se legitimará su intervención en tanto en cuanto trate de estimular y potenciar los movimientos de la base, de reconocer su espacio, de entender que son los agentes esenciales y actuar en consecuencia. Pero en las condiciones actuales, nuestra vía de proceso podría ser bastante eficiente y esperanzadora. No esperemos a que la revolución esté hecha, para empezar a actuar. Hemos de transformar desde ahora nuestro hacer cotidiano para llegar a «la revolución».

Claro que es un proceso mucho más largo y lento que la sustitución desde arriba de un sistema por otro... pero esto no ha funcionado nunca para la creación de un socialismo auténtico. La creación de este socialismo deseado consiste en el avance desde ahora hacia ámbitos de autonomía alternativos: con otros objetivos, otros valores, otros instrumentos. Buscando el bienestar, la igualdad, la participación en la diversidad. Ya estamos entonces generando parcelas de un socialismo que un día abarcará el todo, como proyecto utópico, en tanto en cuanto proceso siempre inacabado, pero posible, necesario, imperativo. Comenzando ahora en nuestro mundo cotidiano. Para construir, no para imponer la transformación del sistema. Sólo cuando la mayoría de la población lo desee, sólo entonces se construirá verdaderamente el socialismo. El proceso es arduo, y lento, pero, al mismo tiempo, liberador, desde ahora. Muestra que no es verdad que «no hay nada que hacer», y que cada día que luchamos por la transformación, ya lo estamos haciendo. Difícil, largo... pero conducente a la plenitud del ser humano.

Es nuestra utopía, y la reivindicamos con seriedad y alegría. Pero, utopía por utopía... es todavía mucho más realista que el sistema actual: ¿hay algo más imposible, más quimérico, más «utópico»... que pensar que el capitalismo pueda conducir al bienestar a los seres humanos?

 

Miren Etxezarreta

Barcelona, Cataluña, España