Situación de vida frente al estado de la ecología, medio ambiente y biodiversidad
Aleluia Heringer Lisboa, Brasil
¿Quiénes son los moradores de la Casa Común? Solo esta pregunta se ha hecho necesaria, urgente y todavía más, pasó a tener sentido. ¿Común a quién? Entre nosotros (los seres humanos), nunca se dudó de la respuesta de que somos sus únicos dueños y moradores. Todo, ríos, océanos, bosques, animales o manglares, son seres o entidades creadas únicamente para prestar servicios.
Por conveniencia y comodidad, prevaleció la visión equivocada del explotador destructor en detrimento del mayordomo cuidador. Reducimos a la mitad las poblaciones de animales salvajes y actualmente el 90% de los animales de la mayor parte del mundo, son o humanos o animales domesticados para el consumo. Nos colocamos encima y fuera de la naturaleza, como si ella fuese una moldura para nuestra existencia, como bien retrata el Papa Francisco en la Encíclica Laudato Si.
Alertas contundentes de investigadores de todos los continentes nos avisan de que esta posición es insostenible. El informe del Panel Intergubernamental sobre Cambios Climáticos (IPCC) del 2018 resaltó, en aquella ocasión, la pequeña ventana que la humanidad tiene para salir del peligroso camino del calentamiento global en el que el mundo se encuentra. En noviembre del 2019, once mil científicos firmaron un artículo publicado por el periódico Bioscience, declarando que el planeta se enfrenta a una emergencia climática. Y a pesar de estos sólidos datos y evidencias, continuamos actuando como si nada estuviese pasando. En un contexto, en que la desigualdad social hace que la tempestad sea igual para todos, sitúa, enfrentada a distintos recursos, la crisis climática que, a pesar de ignorada, es ya oída, vista y sentida. Su recorrido es pesado y estruendoso y avanza sin piedad sobre los países y poblaciones más vulnerables.
El Homo sapiens es el más importante factor individual en la mudanza de la ecología global, hasta el punto de dar nombre a la era de la humanidad, o Antropoceno. David Wallace Wells, autor del libro La Tierra Inhabitable, dice que “más de la mitad del carbono disipado en la atmosfera, debido a la quema de combustibles fósiles, fue emitido apenas en las tres últimas décadas” refiriéndose a las décadas de los 70, 80 y 90. Estamos pues, desafiando la capacidad inherente de la tierra de producir vida. Curiosa e infelizmente, ya hemos traído más perjuicios para el destino del planeta y su capacidad de sustentar la vida y los ecosistemas; a pesar de diferentes conferencias sobre el clima, Protocolo de Kyoto, informe del IPCC, entre otras. Esto significa que “ya engendramos más destrucción siendo más conscientes que por ignorancia” dice Wallace Wells.
Solamente una perspectiva de existencia compartida, de origen y destino con toda la creación, teniendo en cuenta las conexiones, el contexto y las interdependencias entre todos los seres y fenómenos, podrán rescatarnos. Es urgente e inevitable una conversión ecológica que sea capaz de cambiar profundamente nuestro modo de pensar, de ser y de actuar.
Es a partir de este caos que estamos llamados. Pensamos; todo es demasiado grande. Y la tendencia es recogernos en nuestra insignificancia e impotencia; sin embargo, conscientes de nuestras responsabilidades, no nos podemos acomodar. Felizmente, existen muchas iniciativas potentes venidas de personas de todas las áreas. Algunas premisas deben ser consideradas en nuestro equipaje.
Cuando la empresa es grande y pesada, tal vez no sea aconsejable mirar hacia lo alto de la montaña. Corremos el riesgo de desistir, pero es posible identificar lo que está a nuestro alcance, y así tener un punto de partida. Hoy, yo consigo andar un trecho y mañana otro. De esta forma mis piernas se fortalecerán y andaré menos pesado. Mi visión ira abrazando más. Maduraré a medida que voy subiendo. Encontraré compañeros y hermanos que, en comunión, me ayudarán a transportar la carga y me animarán. Seremos reforzados en la apreciación del lenguaje de la propia naturaleza y seremos educados para oír la sabiduría que viene de los pueblos de las florestas. Sensibilizados, estaremos constreñidos a revisar nuestra arrogante actuación.
David Kopenawa Yanomami, en el libro: A queda do Ceu, nos dice que mucho antes de las palabras ecología, sustentabilidad, medio ambiente, que hablan entre los blancos, estas ya existían en el pueblo de este, aunque no fueran llamadas igual. El pueblo Yanomani no necesitaba ponerles nombres, pues para los pueblos indígenas, “la ecología no está fuera de nosotros. Somos nosotros mismos, así como los animales, árboles, ríos, peces o cielo, lluvia, viento o sol”. Esto es interdependencia, palabra clave que no puede faltar para hacer un cambio de rumbo. No podemos olvidar que somos tierra y animales humanos. Nos hace falta una alfabetización del lenguaje de la naturaleza, en donde las relaciones, no son jerárquicas. Asimismo, si hubiesen “aquél que quiere ser el más grande, sea el que sirve”.
Necesitamos ampliar nuestro radio de compasión para con todos los seres, sujetos de vida y conciencia. Ellos tienen derecho a la vida, a la libertad y a la integridad física. Aquí se halla un campo muy poco investigado en nuestros debates. Será necesario renunciar a algunas cosas y repensar hábitos y estilos de vida. En la estrofa 19 de la encíclica Laudato Si, el Papa Francisco nos advierte de que necesitamos “tener dolorosa consciencia, para atrevernos a transformar en sufrimiento personal aquello que sucede con y en el mundo, y así reconocer la contribución que cada uno puede dar”. Esto significa que necesitamos revisar hábitos y valores e indagar, por ejemplo, nuestra implicación sobre el dato de que en Brasil, la agropecuaria es la actividad responsable del 60% a 65% de las emisiones brasileñas de gases de efecto estufa y un 98,8% de la deforestación del Cerrado, según datos publicados en septiembre del 2021 por el proyecto MapBiomas, en el que se denuncia el desmonte de grandes aéreas para la plantación del cultivo de soja y maíz, para la producción de piensos para el mercado exterior. Además del Cerrado, la Selva Amazónica, se encuentra entre las áreas con mayor impacto. Con nuestra fuerza podremos desautorizar el avance imperioso sobre nuestros biomas.
El Minero y gran fotógrafo Sebastiâo Salgado nos inspira al decir en su libro: “Da minha terra a Terra, que “ninguna foto sola, puede cambiar por sí misma la pobreza en el mundo. Sin embargo, sumadas a textos y películas, y a todas las acciones de las organizaciones humanitarias y ambientales, mis imágenes forman parte de un movimiento más amplio de denuncia de la violencia, de la exclusión o de la problemática ecológica. Estos medios de información contribuyen a la sensibilización de aquellos que las contemplan, al respeto, a la capacidad que tenemos de cambiar el destino de la humanidad”. Si reescribimos esta fase, teniendo en cuenta nuestra vida, vamos a entender que la acción individual o en pequeño grupo o en un proyecto en que estamos adheridos, no es despreciable, al contrario, será la suma de tantas otras personas y actos que harán presión para posibles cambios y futuros del camino de la humanidad.
El futuro pasa por actos rutinarios, en la participación y en la fuerza de las personas comunes, anónimas, simples. El cambio, las tendencias, las modas, el mercado, las controversias, y las historias pasan por las banderas que alzamos, por las causas que apoyamos, por aquello que compramos. Nuestras opciones no son ingenuas, y mucho menos neutras. Creamos grandes mosaicos, imágenes que envían recados y anuncian al próximo y al mundo lo que deseamos querer y edificar. Son micro relaciones sociales, en la educación, en nuestros escritos, conversaciones y silencios, y así daremos un ritmo y una forma a ese movimiento todavía descontrolado y rápido.