Sobre Marx, Piketty y los lirios del campo

Sobre Marx, Piketty y los lirios del campo

Nicolau João Bakker


El economista francés Thomas Piketty ha publicado en 2013 su sorprendente libro El capital en el siglo XXI, que se convirtió inmediatamente, como ha dicho The Guardian, en «el rock star de la economía», con efusivos admiradores, tanto entre los adeptos de la economía liberal como entre los de la economía socialista. Ningún militante cristiano/a debería dejar de leerlo (Fondo de Cultura Económica, 2014). La gran novedad de la obra (¡663 páginas!) consiste en una «extraordinaria investigación histórica» (cf. Antonio Delfim Netto), que describe, con gráficos y tablas muy convincentes, la evolución del capitalismo en los últimos 300 años. Diversos equipos especializados han investigado durante 15 años las fuentes mundiales más confiables, para corroborar las tesis de Piketty.

1. Sobre los silos abarrotados

¿Cuál es la tesis básica que defiende el autor? Piketty afirma que Karl Marx, al profetizar que el capitalismo –por el mecanismo insano de la acumulación infinita del capital– cavaría su propia tumba, tenía razón y no la tenía al mismo tiempo. Marx erró porque la historia (hasta ahora) ha demostrado que el capitalismo no ha entrado en colapso, al contrario. Con gráficos incontestables, Piketty demuestra que, en el tiempo de Marx (siglo XIX), la renta del capital –comparada con la renta nacional– era, de hecho, muy alta, sufriendo sin embargo una fuerte caída en el período entreguerras de la primera mitad del siglo XX. En la renta nacional, lo que no es renta del capital es renta del trabajo. Piketty sostiene que la educación y la profesionalización generalizadas han incrementado de forma permanente la productividad, permitiendo mejores salarios a capas más amplias de la población, y evitando de esta forma el colapso del capitalismo.

La revolución obrera prevista por Marx no se ha dado, con alguna rara excepción. De hecho, en las décadas de la posguerra, la fuerza del capitalismo industrial en Europa, aliado a una fuerte política fiscal de distribución de renta, antes casi inexistente, permitió a Europa crear un Estado social que dio a muchos la impresión de una superación natural del capitalismo. Los gráficos muy detallados de Piketty muestran, sin embargo, que en realidad se creó una «clase media patrimonial». En 1910, el 10% más rico de la población detentaba la casi totalidad de la riqueza nacional (hasta el 90%). No había clase media, dado que el 40% central de la población era casi tan pobre como el 50% más pobre. En 2010, el décimo superior de la población de Europa poseía el 60% de la riqueza total (el 1% superior, él solo, ¡el 25%!), el grupo del medio casi el 35%, y el 50% más pobre poco más del 5%. En EEUU la disparidad es mayor: el 50% más pobre queda con un miserable 2%. Marx vio sólo los salarios estancados y el capital creciendo fuertemente, pero no tuvo el privilegio de esta mirada histórica más amplia.

¿En qué acertó Marx entonces? En percibir que la lógica capitalista tiende a una acumulación infinita cuando es dejada a su propia suerte. Sólo fuerzas externas (guerras por ej.) pueden frenar al capital o imponerle un control, principalmente políticas fiscales. Con ayuda de gráficos y tablas de nuevo, Piketty muestra que, tras el estancamiento y la inflación de los años 1970, y la introducción de políticas neoliberales a partir de 1980 –disminuyendo fuertemente el control fiscal y dando amplia libertad al capital financiero, ahora a escala mundial–, la renta del capital, siempre en proporción a la renta nacional, ha vuelto a crecer fuertemente, a punto de superar todas las marcas históricas. Si en la época de Marx la renta del capital (en Francia por ej.) representaba el 43% de la renta nacional, en los años 1940 bajó al 15%, subiendo nuevamente a cerca del 30% en 2010. Piketty acostumbra a expresar el valor de mercado del capital acumulado (en manos de capitalistas privados) en tres, cuatro, seis, ocho o incluso diez años de renta nacional. Tomando los países ricos como ejemplo (EEUU, Alemania, Reino Unido, Canadá, Japón, Francia, Italia y Australia), muestra que el capital privado de esos países valía, en media, entre 2 y 3’5 años de renta nacional en 1970, y entre 4 y 7 años de renta nacional en 2010. En perspectiva histórica, un enriquecimiento abrumador en un plazo muy breve.

Un observador menos atento podría pensar: si los capitalistas (en general) se llevan el 30% de la renta nacional, todavía sobra el 70% para el mundo del trabajo... ¡No está nada mal! En realidad, nada más engañador. Un pequeño grupito se enriquece sin límite, en oposición a una inmensa mayoría que apenas ve pasar el barco. Piketty tiene el gran mérito de mostrar, con datos convincentes, la creciente gran disparidad entre los poseedores del capital, como también entre los asalariados. En general distingue entre el 50% de las rentas inferiores, el 40% de renta media y el 10% de rentas altas. Pero insiste en dividir también este 10% más rico en el 9% de renta menor y el 1% de renta altísima (el centésimo superior, o incluso el milésimo, el 1‰). Una de las características del capitalismo financiero (internacional) moderno es precisamente la «locura» de la enorme disparidad entre las rentas más altas, tanto del capital cuanto de trabajo. En 1987 los multimillonarios eran cinco por cada 100 millones de habitantes adultos; en 2013 eran treinta. Están sentados sobre montañas de dinero, invertidas frecuentemente en especulación financiera, sin ninguna relación con la producción significativa. En EEUU, un gran grupo, públicamente, hizo un llamado al presidente Obama para aumentar sus impuestos, señal evidente de la anormalidad de la situación. En el mundo del trabajo, el centésimo o milésimo superior –en general ejecutivos de las grandes corporaciones o «expertos» de grandes fondos de inversiones– llegan a ganar fácilmente cien veces más que la media salarial del país. Esto, sin relación con un supuesto (o alegado) aumento de productividad útil. El sistema «se ha vuelto loco», dice Piketty.

La lógica es la misma siempre: si los silos están llenos hay que hacerlos más grandes.

2. Sobre los lirios del campo

Jesús conocía bien este mundo. El capitalismo es tan antiguo como el ser humano. El biólogo evolutivo, Richard Dawkins, en El gen egoísta (1976), atribuyó a todo ser vivo genes egoístas y altruistas. La «Vida» necesita de ambos para florecer, pero fácilmente los genes egoístas atropellan a los altruistas. La tradición judeo-cristiana comienza con la advertencia de Moisés: hay que optar entre la bendición y la maldición (Dt 11,26-28). Jesús complementa: en esta tierra hay cabritos y ovejas; sólo a las ovejas –los «benditos del Padre»– se les ofrece la herencia del Reino (Mt 25, 31-46). Los lirios del campo están ahí, pequeños e insignificantes, pero, si Dios viste tan bien lo que es insignificante, ¿por qué preocuparnos tanto? Sólo «los gentiles» tienen la manía de destruir silos y construirlos más grandes.

Piketty es un economista generoso, con una buena dotación de genes altruistas. Propone un fuerte impuesto progresivo sobre el capital y la riqueza, teniendo en cuenta el fortalecimiento de un Estado Social y una «democracia meritocrática», en la que la desigualdad social es tolerada sólo cuando es considerada «justa» (o sea, cuando es «útil» a la colectividad y al sistema). Pero Piketty no entra a juzgar la lógica del sistema: el capitalismo es bueno porque permite ampliar los silos, para que haya más trigo a distribuir.

Muchos miembros de la Iglesia pueden encontrar en Piketty una propuesta de justicia social más al encuentro de la tradicional Doctrina Social católica. Pero Piketty pasa de largo de muchas preocupaciones latino-americanas: cómo superar la «dependencia» de las economías periféricas de los comandos centrales, cómo superar el fortísimo control político del «1%» sobre la masa popular impotente (los «99%» del movimiento Occupy, o de los Indignados españoles... o brasileños); ¿«otro mundo» es posible?; si es preciso apostar por la democracia, ¿en cuál de ellas debemos invertir?; ¿dónde quedan los excluidos en una «democracia meritocrática»?; ¿y cómo hacer todo eso con pleno empleo y con respeto ambiental? Marx fue más incisivo, puso en el centro la cuestión del poder. Piketty en realidad sólo propone un capitalismo «más decente». Pero entregar el control de la sociedad al capital, no deja de ser poner a la zorra en el gallinero.

Nuestra opinión es que Piketty abre perspectivas importantes que pueden incluso revertir la irracionalidad del actual sistema neoliberal, pero no comprende el lenguaje narrativo-simbólico del Evangelio. No entiende por qué los lirios del campo se visten tan bien. El mundo occidental, ya sea central o periférico, ha dejado al margen las religiones, la espiritualidad. Quien crea el mundo, todos los días, es Dios, y Dios hace eso a través de su Espíritu, presente en la religiosidad humana (de todas las religiones). Jesús lo intuyó muy bien: los frágiles lirios del campo continuarán floreciendo sólo cuando el mundo haga espacio al Reinado de Dios. El capital en el siglo XXI me ha remitido a la década de 1970, cuando hice mi pre-especialización en economía, escribiendo una tesis sobre «el PIB y la FIB»: el Producto Interno Bruto es un medio; la Felicidad Interna Bruta es el fin. Un fin que debe ser respetado también a lo largo del proceso para que las más profundas utopías humanas (siempre religiosas), un día, puedan hacerse realidad.

 

Nicolau João Bakker

Diadema, SP, Brasil