Socialismo con espíritu

Socialismo con espíritu

Alfredo Gonçalves


En las últimas décadas del siglo XX y el inicio del XXI la dimensión espiritual del ser humano y de la historia viene adquiriendo un cierto mayor relieve. Expresiones como momento de mística, espiritualidad liberadora, sinergia con las fuerzas cósmicas... han pasado a estar presentes regularmente en los principales eventos de los movimientos sociales. Se constata en muchos ambientes una sed vaga, pero real, de sentido y de trascendencia. Hay una búsqueda más o menos generalizada de «motivaciones de fondo».

Dos factores, entre otros, explican este retorno de lo trascendente. Desde un punto de vista filosófico-cultural, la crisis del llamado paradigma de la modernidad corroyó las certezas e instaló las dudas. Las preguntas se volvieron mayores que nuestra capacidad de encontrar respuestas. Las «verdades» fueron sustituidas por nuevos interrogantes. Los conceptos claves de la modernidad –razón, ciencia, tecnología, progreso y democracia- son fuertemente cuestionados. La transición del mundo moderno hacia algo todavía indefinido, que algunos llaman lo posmoderno, viene acompañada de síntomas de profunda enfermedad cultural, tales como angustia, malestar, miedo, inseguridad, inestabilidad... Síntomas que alcanzan no sólo a las personas sino también a instituciones. En una palabra, sufrimos una especie de vértigo, propio de los momentos de crisis y transición, como si el suelo estuviese huyendo de nuestros pies. Es un contexto propicio al «retorno de los dioses»: ante la imposibilidad de encontrar soluciones a los nuevos desafíos, apelamos para lo trascendente. De ahí la multiplicación de debates, seminarios y estudios sobre la identidad y el significado de la vida.

Desde un punto de vista económico, político y social, hay dos aspectos a ser tenidos en cuenta. Mientras en las sociedades de economía capitalista la crisis iniciada en los años 70 profundizó las asimetrías del sistema neoliberal, por otra parte, en los países alineados con la ex-Unión Soviética, se asistió al derrumbe del socialismo real. Tal panorama sombrío, entrelazado con la crisis civilizatoria, lleva a los movimientos sociales a percibir que la realización humana en profundidad no puede reducirse a los bienes materiales. La recuperación de la alternativa socialista exigía retomar también otras dimensiones del ser humano y de la historia. Tanto a la derecha cuanto a la izquierda un acentuado economicismo venía contaminando la matriz teórica utilizada para el diagnóstico de la realidad y la búsqueda de remedios adecuados. En la transición en curso, aflora una imperiosa necesidad de tener en cuenta otros elementos, extraídos, por ejemplo, de la antropología cultural, de la psicología social, de las expresiones de fe popular, de la mística y de la espiritualidad solidarias.

Se da otro redescubrimiento: lo personal y lo colectivo constituyen dos caras de la misma moneda. Se entrelazan de tal modo que ya no pueden ser disociados. De la misma forma que las heridas individuales, en el cuerpo o en el alma, debilitan la sociedad como un todo, las estructuras económicas, sociales y políticas, cuando son injustas, agravan los golpes sufridos por cada persona en particular y por su familia. E, inversamente, las soluciones colectivas de un proyecto popular, cualquiera que sea, pasan necesariamente por la realización profunda del ser humano en cuanto persona única e irrepetible. Un proyecto político desvinculado de las aspiraciones y sueños individuales, por más igualitario y justo que sea, será como un árbol sin raíz. Un árbol primero crece hacia abajo, busca las entrañas ocultas de la tierra. Sólo después busca el aire, el cielo, la luz, el sol. Sin ese descenso decidido «a los infiernos del sufrimiento humano» -personal o colectivo-, será difícil construir un proyecto social sólido.

La alternativa es volver a las fuentes de agua viva, a «beber en el propio pozo», como recuerda el libro de Gustavo Gutiérrez. Una vez más, igual que el árbol en tiempos de sequía se nutre de los nutrientes acumulados en la raíz, del mismo modo, los militantes, en tiempos de crisis, están invitados a alimentarse de las fuentes primordiales, buscando ahí renovar las motivaciones que los impulsan a la lucha y al sueño, es decir, a la práctica libertadora.

La primera fuente es la opción personal. Cinco, diez, quince años de militancia acumulan alegrías y tristezas, victorias y fracasos. Reflexionar sobre esa trayectoria es desvelar las sombras y las luces del camino. Hay en ese camino momentos de flaqueza y momentos de fuerza. ¿Qué lecciones podemos sacar de las opciones que hemos hecho en nuestra propia vida? Vale la pena rescatar la experiencia de la familia, de las relaciones personales, de los encuentros afectivos... y descubrir las fibras que fueron tejiendo la resistencia y la solidaridad de nuestra historia, sea personal, familiar o colectiva. A veces olvidamos que nacemos en una casa, tenemos parientes y amigos, amamos y hemos sido amados. En todo ello podemos percibir un hilo conductor que fue construyendo y consolidando el sentido profundo de nuestra opción por los empobrecidos.

Otra fuente es la historia del pueblo latinoamericano, pueblo que se constituye a partir de la fusión de tres razas. Las diferencias enriquecieron su savia, fortalecieron el crecimiento, dieron temple a su vigor. ¿Qué valores nos transmitieron cada una de esas raíces culturales del pueblo latino-americano y caribeño? ¿Dónde y cómo se dio la fusión? ¿Cuál es el secreto de ese pueblo nuevo, en el que dolor y esperanza caminan juntos? ¿Cómo aprender de él la constancia, la resistencia y la tenacidad del vivir? ¿Cómo mantener, a pesar de la impotencia, la firmeza del combate? A veces, en nuestro proceso de concientización y organización, somos demasiado sesudos, serios y racionales. ¿Dónde está la alegría y la fiesta que tanto caracteriza a nuestra gente, a pesar de siglos de contratiempos? Conocer la historia de un pueblo es desvelar, más allá de las apariencias, las lecciones de sabiduría que guardan su razón de ser y su identidad profunda.

El movimiento específico en el que actuamos constituye también una fuente inagotable. Cada movimiento nace de la contemplación de un determinado rostro. Rostros muchas veces desfigurados por el hambre, por la miseria, por la exclusión social. Cara a cara, se establece una relación. La indignación ética, la ternura y el cariño transforman nuestra vida. En medio de conflictos y dudas, maduramos y tomamos una decisión en favor del pobre, del débil, del indefenso. Asumimos una Causa que es compartida por otros compañeros y compañeras. Entramos en el proceso, que, lento y doloroso, temperado en el fuego del compromiso, acumula arañazos y heridas. Frente a las dificultades, podemos desanimarnos. El enemigo es fuerte y tiene armas poderosas, garras afiladas, resistencia larga. De ahí la necesidad de regresar a la fuente: la contemplación y la escucha del pobre, el trabajo de base, «de hormiga». En el espejo de su rostro y en el silencio de su palabra, podemos alimentar la opción y la lucha en favor del banquete de la vida.

Una cuarta fuente es el compañerismo y la amistad entre nosotros. Una pregunta a quema-ropa: nosotros, que actuamos en un determinado movimiento, ¿somos amigos y amigas, nos apreciamos unos a otros? ¿Hay cariño en nuestras relaciones? ¿Nos queremos bien, o predominan entre nosotros palabras, silencios y miradas cargadas de venero? Alguien puede objetar que estas cuestiones no tienen importancia ante la urgencia de las luchas... Pero una cosa es cierta: así como el río corre hacia el mar, el verdadero amor busca siempre lo más débil e indefenso. El amor siempre desborda. Los mayores beneficiarios de una relación sana entre agentes y militantes serán los pobres. Un compañerismo real y efectivo, sensible y solidario, resulta más eficaz que un discurso liberador.

La sinergia con la naturaleza –mineral, vegetal y animal- es una de las fuentes más universales y ecuménicas para nuestro caminar personal y colectivo. Estudiosos, cientistas, ambientalistas y otros, no se cansan de llamar nuestra atención hacia el cuidado y la convivencia con todas las formas de vida. El concepto de biodiversidad emerge hoy con fuerza, cargada de un sentido espiritual, cósmico y místico. Recuerda al hermano sol, la hermana luna, la hermana agua, la hermana tierra, la hermana naturaleza, tan querida de Francisco de Asís.

Por fin, la fuente del Evangelio, la centralidad del Reino de Dios. ¿Cómo descubrir la sintonía entre Jesús, el pobre y el Padre? Cuanto más sube a la montaña para el encuentro con Dios, más siente la necesidad de descender a la calle. Cuando más recorre los caminos de los pobres, más echa en falta la montaña. Montaña y calle se complementan, se exigen y se enriquecen recíprocamente. Se trata de un movimiento de doble dirección. El descubrimiento del Padre es simultáneo al descubrimiento del pobre, del otro, del extranjero, del enfermo, del marginado, del excluido. En la práctica de Jesús no hay dicotomía entre montaña y calle, entre oración y acción, entre fe y compromiso socio-político. Religión y vida se interpenetran y alimentan el sentido de la existencia.

 

Alfredo Gonçalves

São Paulo, SP. Brasil